¿Quién no ha vuelto a casa caminando alguna noche mañana con los tacones en la mano? Pocas se libran del "pasillo de la vergüenza", después de llevar los dedos de los pies a) en carne viva; b) al borde de la explosión ó c) hinchados e irreconocibles. Es desagradable, pero real como la vida misma.

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Lucir un tacón de altura nivel Louboutin no sólo requiere cada noche de una sesión de rezos e imploraciones a todo tipo de dioses, sino también de un ritual de vendajes digno de boxeador antes de salir al ring.

Y, queridas: lo estábamos haciendo mal.

Una usuaria de Twitter nos ha desvelado el secreto de la vida eterna. O más bien, de las noches eternas. De las mañanas de vuelta a casa como si nada hubiera pasado, con los tacones bien puestos y colocados y los deditos felices.

Al parecer, uniendo el tercer y cuarto dedo con una tirita o parche se inhibe el dolor en las terminaciones nerviosas que nos recuerdan que estamos sufriendo como nadie a cuenta de los tacones. Algo así como un proceso de "atontamiento" que hará que aguantemos un poco más bailando sobre 12 centímetros.

Quitarnos los zapatos ya no será una cuestión de estado.

Gracias, Dios. 🙏