Digamos que el 'running' no es precisamente mi fuerte. Intento practicarlo regularmente (¿una vez cada dos semanas podría considerarse regular?) pero, por más que lo intento, no soy capaz. Correr más de 5 kilómetros me aburre. Subir una mínima cuesta me cansa. Mi afán de superación es nulo. En definitiva: soy el claro ejemplo de que la diferencia entre 'ser runner' y 'salir a veces a correr' es bastante grande.

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Así que no sé muy bien en qué estaba pensando cuando me ofrecí como voluntaria para participar en la Wings For Life World Race. La principal característica de esta carrera es que no tiene meta o, mejor dicho, la meta es un coche que avanza lentamente hacia los corredores y los aparta de la competición en cuanto los rebasa. Además, la cita tiene un fin solidario, ya que los 20€ de cada inscripción son donados íntegramente a la investigación de lesiones de médula espinal, e internacional, porque se corre simultáneamente en 35 países.

El caso es que allí estaba yo: un fin de semana lluvioso de mayo en Valencia, dispuesta a correr todo lo que mis piernas dieran de sí.

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Problema nº 1: claramente, mis compañeras de carrera sí son 'runners' experimentadas: entre otras, a mi alrededor tenía a Cristina Mitre, Miriam García, Isabel del Barrio… Hay alguien que se va a quedar atrás muy pronto, y ese 'alguien' soy yo.

Problema nº 2: llueve. A cántaros. Y no va a parar en todo el día.

Asumidas estas dos fatalidades, llega el momento de colocarse en la salida. Estoy rodeada de mujeres que viven el 'running' con intensidad y me pregunto por qué no tendré yo el mismo espíritu, por qué correr para mi es casi una obligación derivada de la necesidad de estar sana y no una maravillosa experiencia vital. No tengo tiempo a ahondar sobre el tema: suena el pistoletazo de salida.

Comenzamos a correr bajo la lluvia. Casi sin darme cuenta, he llegado al kilómetro 3 sin ser consciente de ello. A estas alturas, en cualquier sesión de 'running' por mi barrio, ya estaría resoplando y deseando volver a casa. Pero correr rodeada de personas te hace sentir arropada. Y, casi más importante, te distrae. Captas conversaciones al vuelo, te fijas en las personas que te rebasan, en las que no… Esta razón, junto con el hecho de que el terreno es completamente desconocido para mi y me obliga a prestar atención, me mantiene de lo más entretenida durante unos cuantos kilómetros más. Y, sorprendentemente, con un ritmo de carrera bastante mejor que el que acostumbro a tener.

Treinta minutos y cinco kilómetros después de comenzar. Es en ese momento cuando el coche encargado de pillar a los participantes (conocido como 'Catcher Car' y este año conducido por el piloto de Red Bull Carlos Sainz) comienza su marcha a 15 km/hora. Aún no hay que preocuparse: le saco ventaja.

Poco a poco, va llegando mi prueba de fuego. Estoy acercándome a los 10 kilómetros, distancia que jamás he superado (y a la que generalmente he llegado al borde del infarto). Creo que no exagero si digo que rebasar esa marca ha sido uno de los mayores logros de mi vida. Desconozco si seguía lloviendo (supongo que sí, porque terminé la carrera empapada), pero yo ya no era consciente de la lluvia y sortear los charcos se había convertido en una tarea automática. Sí: lloré.

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Seguí corriendo mientras avistaba a lo lejos al 'catcher car'. Yo ya había cumplido pero estaba dispuesta a dar mucho más. Hice los siguientes tres kilómetros lo más rápido que pude, sintiéndome arropada y agradecida a los animadores espontáneos que surgen a orillas de todas las carreras. Y entonces, estaba tan cerca que ya era inevitable: la carrera estaba a punto de terminar para mi. No obstante, no me resistí a hacer un 'sprint' final. Corrí todo lo que pude y con la sensación de que, de no ser por el 'catcher car' podría haber seguido corriendo unos kilómetros más (al menos, eso creía mi mente en esos momentos, si mi cuerpo lo hubiera aguantado o no es algo que nunca sabremos).

Carlos Sainz me alcanzó exactamente en el kilómetro 13,37. Para mi, que tengo un cierto grado del síndrome del impostor, ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida saber que esa distancia recorrida fue únicamente fruto de mi esfuerzo. Fueron mi cuerpo y mi mente los que avanzaron esa distancia en mitad de la lluvia. Fueron capaces.

Y creo que fue en ese momento cuando lo entendí. Correr no tiene nada que ver con superar la marca de quien tienes al lado. La única vara de medir debes ser tú mismo, y da igual si esa vara son 10 km o los 88,4 del ganador internacional de la carrera, el italiano Giorgio Calcaterra. Siempre habrá alguien que lo haga mejor que tú (y no solo cuando corres) pero esa no es la cuestión. La cuestión es si tú eres capaz de hacerlo mejor que ayer.

No sé si a partir de ahora pasaré de ser 'alguien que corre' para convertirme en 'runner'. No tengo claro que decida adaptar mi rutina para poder salir a correr más a menudo. Quizá todo siga como siempre, pero he aprendido una valiosa lección: puedo correr más lejos y puedo correr bajo la lluvia. Y seguro que no son las únicas cosas que puedo hacer aunque no lo sepa.