Confieso que carezco de inclinación alguna hacia los espejos. Los que más me gustan son aquellos en los que el tiempo ha hecho mella de tal modo que sólo te ves reflejado en ellos de un modo borroso y confuso. Así que esa manía de algunos interioristas de recubrir las paredes con espejos en aras del efecto amplitud de espacio, no sé, preferiría que no. Y todavía menos me convence esa otra manía que se llevó tanto durante el periodo art-déco de forrar los muebles con espejos, de modo que al menor descuido te encuentras frente a frente con una oportunamente olvidada parte de tu anatomía a la que ni el espejo de Blancanieves habría podido consolar, excepto que yo hubiera sido vampira ya que entonces no me reflejaría. Yo, como Silvia Plath, creo que los espejos son plateados y exactos, no tienen ideas preconcebidas y todo lo que ven se lo tragan inmediatamente. En fin.

Una versión contemporánea del mismo concepto la hizo el diseñador Garth Roberts en una serie llamada sticks and mirrors de estanterías y contenedores a base de tablones, unos de madera y otros hechos con espejo coloreado, con un efecto intrigante y peculiar. Sin embargo, de cuando estudiaba historia del arte recuerdo lo que me impresionó saber que los egipcios se inventaron el pulir al máximo unas piedras negras para poder usarlas como espejos de mano. Era la obsidiana, la misma piedra que hace unos años fue el centro de Studio Drift para hacer un proyecto de espejo que en aquel caso tenía que ver con una reflexión sobre el peliagudo asunto de los residuos de la industria química. Eso para los que piensen que el tema iba de narcisismo y vanidades. Pues no, iba de hacer una reflexión de responsabilidad ética dotándola de cierta poesía. Los diseñadores trabajaron con un prestigioso químico hasta conseguir una obsidiana sintética extrayéndola de residuos químicos supuestamente inservibles. Igualmente curioso resultó el proyecto de espejos basculantes de cobre, acero y piedra de los noruegos Hunting & Narud, que utilizaron los materiales en su estado más crudo pero a la vez, en contraste, con una estética depurada y sofisticada que emulaba el sistema solar.

Alissa & Nienke son dos diseñadoras holandesas que hace poco diseñaron otro espejo igualmente fascinante. Se trata del Dangling Mirror, una superficie hecha de pequeños recuadros muy sensibles al movimiento del aire que se mueven cuando se acerca una persona y hacen un efecto hipnótico parecido a la superficie del agua. El objetivo más que proporcionar el reflejo de la persona es sorprender y estimular la interacción. En otra escala mucho más ambiciosa recuerdo una instalación que hizo el estudio Nendo a partir de 40.000 piezas romboidales de acero pulido como espejo. El resultado fue una especie de catarata que invadió el espacio de la escuela de ikebana para la que fue concebida, como una explosión de fuegos artificiales, que así se llamaba la instalación: Fireworks.

A los artistas siempre les ha interesado mucho este asunto de los espejos, sobre todo la posibilidad de jugar con la ilusión del espacio. Olafur Eliasson o Leandro Erlich son dos que nos han impactado con este tipo de instalaciones ilusorias que nos hacen dudar de lo que vemos. Y muy especialmente otro artista, Philip K. Smith III, encargado de hacer la instalación de COS durante la Milan Design Week de este año. Un artista que siempre jugó con los espejos, tanto en interior como en exterior, realizando instalaciones como Lucid Stead, una cabaña en medio del desierto que parece flotar en él o 1/2 Mile Arc de 250 postes espejados colocados en la playa reflejando las olas. Cuando lo conocí no quiso soltar prenda sobre el proyecto que preparaba para la Milan Design Week 2018, pero, ahora que lo hemos contemplado, indiferentes no nos ha dejado.