Una de cada 200 personas en Estados Unidos luchan contra la anorexia nerviosa. Es la tercera enfermedad crónica más frecuente entre las mujeres adolescentes, tras la obesidad y el asma.

En nuestro país, la tasa de prevalencia de casos está alrededor del 4,5 %. En concreto, la anorexia se sitúa en torno al 0,3% y la bulimia en el 0,8%. ¿Y qué pasa con el porcentaje que falta? El 3,1% restante lo engloban los TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria) no especificados.

Esta denominación también tiene cifras alarmantes en Estados Unidos. Si hablábamos de que los trastornos de alimentación los sufrían 1 de cada 20 personas, los datos de la Encuesta Nacional de Comorbilidad estadounidense no son mejores. Al contrario. Los EDNOS (Eating desorden not otherwise specified) afectan a 1 de cada 200 personas.

Son muchas las cosas que pueden entrar en este cajón de sastre y una de ellas afecta a un gran número de personas… y ni siquiera ellas lo saben. Como me pasó a mí.

Llamar a las cosas por su nombre suele resolver los problemas con más facilidad. Afrontarlos como lo que son es clave para una correcta y pronta recuperación. Y en este caso, especificar entre anorexia y "casi anorexia" también ayudaría a muchas personas a terminar con el sufrimiento que les persigue sin saberlo.

Quizás lo entenderéis de forma más sencilla con un ejemplo. Uno muy real. El que viví en mi propia piel hace años y que aún hace de las suyas de forma más 'light', cuando las fuerzas flaquean. Por suerte, supe salir a tiempo y no llegué hasta el fondo o, lo que es lo mismo, a la anorexia sin el "casi".

Y es que el casi es clave. La diferencia fundamental entre ambas cosas es el cumplimiento de algunos criterios de manual. Hace años, un IMC (Índice de masa corporal) inferior a 17,5 ya podía ser una señal de alarma suficiente para etiquetar el informe médico de anorexia. Sin embargo, los años y la evolución de los casos se han flexibilizado y han permitido admitir a la casi anorexia como un trastorno subclínico que puede tratarse como tal si se detecta a tiempo y se trabaja en ello.

Mi caso sucedió hace años como consecuencia de una ruptura. El desamor, ese delantero-centro que marca los peores goles en la mayoría de las vidas que lo viven. No fui consciente de que tenía un problema hasta que no crucé la línea roja.

No tenía sobrepeso. Y tampoco tenía un peso alarmante por debajo de la media. Medía 1,63 m y pesaba unos 53 kilos de peso. Vivía una vida sana, saludable, hacía deporte y comía de todo. Todos los días.

Hubo algunos episodios desafortunados durante la relación que comenzaron a cultivar uno de los peores capítulos de mi vida, sin darme cuenta. Comenzaron a comerse mi autoestima, sin ser consciente.

El problema no comenzó cuando la relación aún duraba, sino cuando terminó e incluso cuando comencé a superar la ruptura. Nunca llegué a verme gorda. No veía distorsionada mi imagen. Me veía tal cual estaba y estaba delgada. Quizás algo más de lo que debía, puesto que pasé unas semanas en las que la tristeza hizo que me olvidase, sin querer, de comer. Mi estómago no admitía la comida. No tenía hambre. Eso hizo que perdiera peso de forma involuntaria, pero no era consciente de lo que estaba pasando, ni tampoco era una pérdida significativa.

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Recuperada la sonrisa, se recuperaron las ganas de comer y fue entonces cuando surgieron los problemas. De repente, me veía bien estando un poco más delgada que antes y no quería cambiar mi figura. Siempre había usado una 36 y bajé a una 34. No más… pero ahora, no quería más.

Comencé a obsesionarme con las dietas, con la alimentación, con el ejercicio… Pero a obsesionarme a unos niveles que hizo que ello copara todas las esferas de mi vida. Todo, con el único objetivo de no subir de peso. No sé si la pérdida de autoestima que se fraguó con mi anterior relación fue la culpable de querer fijar esa nueva imagen que tenía de mi misma. Quizás sí pero en aquel momento, yo no lo sabía. Mi relación con la comida comenzó a ser enfermiza y me hizo sufrir. Cada momento en el que tenía que comer, me ponía a calcular las calorías como si fuera estrictamente necesario para poder tomar bocado. Miraba con lupa la cantidad de aceite con la que cocinar. Incluso miraba mis vaqueros, sin entender por qué lo hacía.

Sin darme cuenta, me convertí en una parte de ese 3,1% de personas a las que engloban los TCA no especificados, aunque los médicos decían que mi caso, si lo estaba.

Mi relación con la comida y con mi cuerpo fue tan dura, que mi salud, tanto física como mental, peligró. A partir de ahí, comenzaron los tratamientos. Psicólogos-psiquiatras. Psiquiatras-psicólogos. Pastillas-terapias. Terapias-pastillas. E informes con un doloroso "anorexia" en la parte de diagnóstico.

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¿Por qué decían que tenía anorexia? No estaba tan delgada como esas chicas que siempre muestran como ejemplo. Tenía una imagen saludable y yo no la veía distorsionada en ningún momento.

No entendía por qué los médicos me trataban como tal cuando yo lo que quería no era adelgazar, sino mantener mi cuerpo como se había quedado después de esa pérdida involuntaria de peso. Una consecuencia de algo psicológico y emocional, nunca físico. De hecho, cuando comenzaron las sesiones médicas, mi cabeza se nubló del todo. No entendía nada. Los médicos decían una cosa, pero en realidad no sentía que eso estuviera pasando.

Existen ligeras diferencias entre la anorexia y lo que, psicólogas como Jennifer J.Thomas han llamado como "casi anorexia". Para empezar, la casi anorexia se basa en un patrón de comportamiento persistente que interfiere en la vida normal de las personas. Va transformando el modo de vivir de las personas poco a poco, moldeándolo suave y dolorosamente. Es difícil de detectar porque, a primera vista, no es tan apreciable como podría entenderse la anorexia. Las personas que lo sufren pueden estar en su peso… o incluso superarlo. Y puede que en su mente no esté la idea de adelgazar a toda costa y, sin embargo, lo que más les duele es esa relación tan complicada con su cuerpo. Esa insatisfacción constante. Esa disconformidad que les hace vivir en permanente desacuerdo y tristeza interior.

Y hay otros criterios, como el IMC, que también encasillan a las personas. Mi IMC no era inferior a 17,5. Si no recuerdo mal, mi IMC siempre se mantuvo entre un 18-19. Mi peso era normal para mi estatura. Toda mi vida fui así: pequeña y delgada.

Esa obsesión puede llegar a ser letal por su dificultad de detección. Sobre todo, en personas con sobrepeso. También en aquellas que se ven saludables. Se celebra que las personas con sobrepeso quieran eliminar unos kilos de más. Lo que no se sabe es que quizás, detrás de ese deseo, exista esa enfermiza obsesión silenciosa que termina minando cuerpo y mente. Sobre todo mente. Queda dolorosamente dañada.

Así quedó la mía. Pero tranquila, si estás leyendo esto y piensas que bailas peligrosamente hacia donde no debes, hay un camino de salida. Y una salida preciosa. Y la mente se recompone, como los puzzles completados después de buscar las piezas y encajarlas con cariño.

Lo que hace años no supieron entender, hoy por fin se estudia como algo concreto. Hay colectivos de ayuda y personas que se encargan de tratar estos problemas como debe hacerse: con nombre propio. En mi caso, hace años, lo que recibí fue un calendario de comidas, uno de sesiones de terapia y un montón de antidepresivos y tranquilizantes para controlar la ansiedad y los riesgos. Y, sinceramente, no considero que eso me ayudara demasiado. Me durmió y empeoraron mis resultaros académicos esa temporada. También empeoró la relación con mi familia que, aunque se mostraban cercanos y dispuestos a ayudarme, lo único que veía en ellos era desconfianza.

Con el paso del tiempo entendí que la mejor solución era resetear mis sistemas. Volver a conocer mi cuerpo y mi relación con la comida y volver a disfrutar sin obsesiones. Y sobre todo, fue clave volver a conocerme, a quererme y a construirme. A entender que la confianza se gana con confianza. A aprender a pensar en positivo y a establecer nuevos hábitos, a hacer deporte para mi mente y no para cerrar capítulos. Entendí que no podía seguir utilizando la comida como excusa para batallar con mis emociones y que para lidiar con ellas, necesitaba lidiar conmigo. Pero necesitaba luchar yo y no unas pastillas en mi nombre.

Creo que en su día no recibí el tratamiento que requería y aún hoy, cuando las fuerzas flaquean, batallo contra algunos frentes que creo que quedaron abiertos. Sin embargo, vuelvo a poner en marcha todo ese mecanismo que un día puse y consigo apagar el fuego a tiempo. Hay cosas importantes en la vida y ser feliz, es una de ellas así que he considerado secundario a todos esos fantasmas que no son más que eso... fantasmas.

Afortunadamente, hoy existen personas que se preocupan por llamar a las cosas por su nombre y entre los logros conseguidos, está la Asociación de Ayuda y Prevención a la Casi Anorexia, una asociación sin ánimo de lucro que se dedica a dar apoyo a las personas que lo sufren (AAPPA).

Un apoyo a tiempo es una victoria. Y ahora, por suerte, hay muchos que estarán a tu lado. No lo dudes: eres perfecta tal y como eres. Y si lo dudas, apóyate en quien puede ayudarte y lo terminarás viendo claro como el agua.