La fibromialgia, la fatiga crónica, la ansiedad o la depresión son trastornos típicos de la mente y el cuerpo que podrían estar relacionadas con un ambiente intestinal desordenado inducido por una mala alimentación. "Los últimos estudios que se están realizando indican que mantener un intestino sano podría ayudar a prevenir o minimizar estas enfermedades", afirma el Dr. Barry Sears, presidente de la Inflammation Research Foundation.

¿La explicación? "El intestino y el cerebro están conectados mediante el nervio vago, siendo éste una especie de autopista bidireccional por la que las bacterias intestinales pueden causar un efecto devastador en el cerebro si nuestro intestino está alterado", afirma el doctor Sears. Este efecto es lo que se conoce como inflamación celular silenciosa. "Nuestras células pueden inflamarse a raíz de lo que comemos: esta inflamación celular es la razón por la que engordamos, sufrimos determinadas enfermedades y envejecemos antes. Cuando reducimos esta inflamación estamos estabilizando los niveles de glucosa en sangre, eliminamos el exceso de grasa corporal y mejoramos nuestra energía física y agudeza mental", explica el Dr. Sears. Es difícil determinar qué porcentaje de la población sufre inflamación celular silenciosa, ya que, al ser asintomática, no suele haber un diagnóstico hasta que no aparece alguna complicación metabólica. No obstante, existen unos marcadores en sangre, las citoquinas y adipoquinas, que permiten saber si hay inflamación aunque la enfermedad aún no haya dado la cara. "Se estima que un porcentaje muy elevado de individuos obesos la padecen, con lo cual podríamos establecer una cifra superior al 20% de la población general", explica el Dr. Sears.

¿La solución? Es crucial cuidar la alimentación con el fin de evitar que se inflamen nuestras células, tanto las del cuerpo como las del cerebro. Lo ideal es pasarse a una dieta antiinflamatoria que consiste en consumir un 40% de hidratos de carbono de bajo índice glucémico –verduras y frutas ricas en fibra-, un 30% de grasas –limitando las fuentes de Omega 6 porque aumentan la inflamación, y promoviendo las de Omega 3 que favorecen la formación de hormonas antiinflamatorias-, y otro 30% de proteínas sin grasa, para provocar saciedad. Hay que "incluir los tres macronutrientes en cada comida principal –lo que te quepa en la palma de una mano de cada uno de ellos-, para mantener a raya la glucosa en sangre", aconseja la dietista Arantxa Ezcurdia. En cuanto a las grasas, Ezcurdia revela que estamos sobrealimentados de Omega 6 -margarinas, aceites refinados de cártamo, girasol, maíz, soja y calabaza, pipas de girasol y calabaza, y cacahuetes-, y aconseja disminuir su consumo, pero no erradicarlo, "porque estos ácidos grasos poliinsaturados también son el sustrato de las células antiinflmatorias". Y, por el contrario, favorecer el consumo de fuentes de Omega 3, como pescados azules grasos –salmón salvaje, bacalao, sardinas, boquerones, anchoas, caballa, arenque, trucha y marisco-, algas marinas y semillas de lino, y grasas monoinsaturadas –aceite de oliva extra virgen, aceitunas, aguacate y nueces de Macadamia y Brasil, pistachos, almendras y anacardos-. Pero, aún así, no conseguiremos el aporte suficiente de Omega 3. "Tendríamos que consumir 2 kilos de nueces o 1 kilo de pescado diario para lograrlo", según Sears. ¿La alternativa? Suplementar la dieta con 2,5 g de aceite Omega 3 purificado. Muy recomendable Omega 3 RX (55 €/cápsulas ó 41,80 €/líquido), de EnerZona.

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