Es probable que muchas notemos cómo el café de la mañana no nos sienta especialmente bien, sin embargo podemos tomarnos una pizza sin problemas. El malestar matutino tras el desayuno no es normal y nos preguntamos porqué unos alimentos nos sientan bien y otros no. Lo más sencillo es acudir al médico y tras las sospechas que ya teníamos, seguramente nos confirmen nuestra intolerancia a la lactosa. Aunque puede parecer un recorrido largo hasta dar con la clave de nuestro rechazo a la leche, es muy sencillo. Hace unos años había muy poca información sobre este tema pero desde 2003, ADILAC (Asociación de Intolerantes a la Lactosa España) ha conseguido arrojar algo de luz con la ayuda de médicos especialistas en el aparato digestivo.

Intolerancia vs. Alergia 

Debemos diferenciar entre la alergia a la leche y la intolerancia a la lactosa.  En el primer caso, nuestro sistema inmunitario desarrolla una reacción alérgica sufriendo síntomas como urticaria, mareos severos, dificultad respiratoria,... En la mayoría de los casos se da entre los bebés (aproximadamente el 2%) en los primeros días tras empezar a ser alimentados con leche adaptada. En el segundo caso, la intolerancia a la lactosa (el azúcar que está presente en cualquier tipo de leche), se debe a la falta de la enzima “lactasa”, encargada de que se digiera este azúcar. Los síntomas son náuseas, dolores, hinchazón abdominal,... Suele aparecer con el paso de los años debido a la pérdida en mayor o menor grado de esta enzima, por eso es cada vez más habitual ver cómo de niñas digeríamos perfectamente todos los alimentos y hoy nos cuesta mucho más. 

¿Cómo detectarlo?

Para detectar rápidamente y de manera eficaz si somos o no intolerantes a la lactosa, de qué tipo y en qué medida, debemos visitar a un médico especialista en el aparato digestivo. Nos pueden hacer un análisis de sangre pero la prueba más común es la “prueba de hidrógeno”. Tras una ingesta de una solución de lactosa, deberemos respirar en una bolsa hermética que medirá la cantidad de hidrógeno en el aire que exhalamos.  Nos tomarán unas 3 ó 4 muestras de respiración, que se recogen cada media hora, y así verificarán el nivel de hidrógeno. En condiciones normales hay muy poco hidrógeno en la respiración, pero si nuestro cuerpo tiene problemas para descomponer y absorber la lactosa, los niveles de hidrógeno en el aliento se incrementan y el resultado es la intolerancia. Si bien es cierto, este problema puede ser temporal y curable o genético e incurable. 

Cuestión de equilibrio

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Ahora ya sabemos que somos intolerantes a la lactosa y ¿qué es lo que podemos comer? Pues todo dependerá de nuestro grado de intolerancia y de las restricciones que nos imponga nuestro doctor. A diferencia de los alérgicos a la leche, las personas que padecen una intolerancia a la lactosa no muy severa sí pueden consumir algunos productos lácteos porque su concentración en lactosa es menor, como los yogures o los quesos muy curados, y otros alimentos como los embutidos o las bebidas alcohólicas. Además, por supuesto, de todos los alimentos creados específicamente sin lactosa para este tipo de intolerancias. De cualquier modo, debemos evitar, además de la leche, los quesos frescos, la nata, la bechamel, los helados, batidos, mantequilla, cuajada,... 

Podemos seguir tomando leche sin lactosa con nuestro café matutino, merendar unos ricos cereales con yogur o cenar una rica ensalada con tacos de queso gouda. Debemos mirar lo que comemos y evitar los altos porcentajes de lactosa pero sigue habiendo delicias y manjares que podemos mantener en nuestro menú.