Hasta hace poco, los 'wearables' parecían la panacea que nos llevaría a seguir una vida saludable casi sin esfuerzo: nos avisan de cuánto ejercicio hemos hecho, llevan un registro de lo que comemos, lo que dormimos, si es hora ya de que nos levantemos de la silla... Por eso, el estudio que unos investigadores de la Universidad de Pittsburgh acaban de publicar nos resulta bastante desconcertante: ¿es posible que hayamos tenido al enemigo en la muñeca todo este tiempo?

Estos investigadores han llevado a cabo un estudio de dos años con 471 individuos de entre 18 y 35 años con sobrepeso. En un primer momento, todos fueron sometidos a una dieta baja en calorías y se les ofrecieron directrices para incrementar su actividad física diaria. Tras seis meses, en los que se observó que todos los individuos habían perdido peso, se dividió al grupo en dos: unos tendrían que monitorizar sus progresos en un diario, mientras que a los demás se les dio una pulsera de actividad para que lo hicieran.

Al finalizar el estudio, los resultados fueron los siguientes: todos habían adelgazado, pero el grupo que anotó su proceso en un diario perdió una media de 5,9 kilos, mientras que los que habían llevado el monitor de actividad habían perdido 3,5 kilos de media, casi dos kilos y medio menos.

Para John Jakicic, uno de los autores del estudio, los resultados pueden tener una explicación lógica: "los medidores de actividad pueden ofrecer a la gente una sensación de falsa seguridad, lo que hace que no presten atención a comportamientos que de otra forma sí tendrían en cuenta. Quizá están confiando demasiado en un dispositivo y por eso estamos viendo esa diferencia de pérdida de peso con respecto al otro grupo".

A pesar de lo sorprendente de este descubrimiento, no es necesario que nos pongamos en lo peor (aún): el propio estudio señala la dificultad para extrapolar estos datos ya que se realizó solo con individuos entre 18 y 35 años, la media de días en los que los participantes llevaron la pulsera de actividad fue uno de cada tres y la prueba se realizó con un dispositivo que se coloca en el brazo y no en la muñeca, como los 'gadgets' de nueva generación. Aún queda un resquicio de esperanza: quizá algún día la tecnología nos convierta a todos en superhumanos.