Recuerdo una vez que el diseñador Michael Young me dijo que su idea del lujo era el agua caliente, la posibilidad de un largo y relajante baño en una bañera de proporciones generosas. Esta idea la deben tener también muchas otras personas porque está claro que extrapolar la idea de bañera y sustituirla por una piscina de puertas adentro resulta muy atractiva y una tentación, a veces insuperable, para quien puede permitírselo, claro. Algunos la ven más como la oportunidad de practicar la natación en cualquier momento del año, sin sufrir las inclemencias del cambio climático, y se construyen piscinas modelo tirijala, muy largas y estrechas, perfectas para nadar. Otros las ven en plan lugar de recreo y les añaden hasta barras de bar dentro del agua (¡!).

En esta categoría hay un look muy perseguido, que es el de recrear el interior de una cueva, así en plan gruta del oso cavernario. Lo encuentro de lo más intrigante, ¿de dónde sacará la gente estas ideas? Pero pensándolo mejor, quizá se deba a ese deseo primario y humano de hacerse uno la ilusión de estar en conexión con la madre naturaleza, aunque ésta sea de cartón piedra, más propia de Disneyworld que de la cueva imaginada de los mitos de Platón. O puede que en realidad, las termas romanas -ancestros de las piscinas-, algún rastro deban haber dejado en nuestra cultura, aunque solo sea por aparecer en series de televisión de gran audiencia al estilo "Yo, Claudio".

No sé qué televisión o qué películas de Hollywood vería el millonario señor Hearst (Ben-Hur no era, que se rodó después), que cuando a finales de los años veinte se construyó con desaforada opulencia su castillo californiano, incluyó una inefable piscina interior "romana" tomando como modelo a las termas de Caracalla. Todos los que como Clark Gable o Carole Lombard se zambulleron en ella quedaban totalmente "epustuflados" por el esplendor de sus mosaicos azules y dorados. Cary Grant no creo, porque él era inglés. En fin, menos mal que nos quedan ejemplos de grandes diseños resultado de los nuevos modos de vida que trajeron los avances técnicos del siglo XX, una época en la que se celebró el culto al cuerpo humano, la salud y el bienestar.

La piscina interior del Castillo Hearstpinterest
Richard Cummins / Hearst Castle / CA Park Service / Getty
La piscina interior del Castillo Hearst, en California, repleta de azulejos de cristal o esmaltados en azul y dorado, custodiada por esculturas de mármol.

Entre las más significativas se encuentra la piscina de la Villa Noailles, en la localidad de Hyères, en la francesa Costa Azul. La casa la diseñó el arquitecto Robert Mallet-Stevens en 1923 para una pareja que eran los modernos de la época: Marie-Laure y Charles de Noailles, y se convirtió en visita obligada de artistas, cineastas, músicos o escritores del momento, entre ellos Dalí, Cocteau o Giacometti. Testigo de ese culto al cuerpo son las imágenes de la época tomadas por Man Ray alrededor de su espléndida piscina interior, un lugar donde se hacía ejercicio y se ensalzaba la vida saludable no solo a través de la natación sino también con otras actividades cercanas al juego, como el trapecio o el rodar insertados en grandes ruedas. ¡Cómo se lo pasaban! Posterior es el diseño de 1947 de la casa del diseñador Raymond Loewy que, junto al arquitecto Albert Frey, incluyó una piscina que estaba fuera pero entraba dentro del salón.

Vamos, que si corrías la cortina te podías quedar en el trozo de piscina que quedaba dentro de la casa tan ricamente. Mucho más contemporánea, de 1976, es la piscina que hizo Barragán en la última casa que construyó, la Casa Gilardi. Aparte de que la ha colocado en el mismo sitio que el comedor, lo más llamativo de esta obra es el uso del color y el juego de luces que entra por el techo. De dentro de ese estanque-piscina sale un muro rosa que corta el agua y casi toca el techo y que contrasta con el espacio de color azul. Según decía el propio Barragán, ese era un muro que daba sentido al espacio, que lo hace mágico, creando tensión a su alrededor, y es un muro/columna rosa que no sostiene nada, sólo una pieza de color colocada en el agua por puro placer. Magistral.