Existen por el intramundo de la información a veces veraz y muchas veces falsa, infinidad de definiciones que hablan de conceptos como la artesanía, las prendas hechas a medida, el uso de materiales sostenibles o retrasar el acceso inmediato al producto vía sistemas de entrega veinticuatro horas al día, muy estrafalarios.

Todas estas iniciativas, eran y siguen siendo buenas, lo que pasa es que no terminan de definir el término “lenta”.

Lenta sería la disminución del número de prendas ofrecidas por temporada y la eliminación de algunas de las colecciones producidas al año. Estos dos conceptos ralentizarían de verdad el ciclo de la moda y por lo tanto reeducarían la ansiedad de las consumidoras.

La pandemia nos “obligó” a dejar de adquirir determinado tipo de prendas, pero aceleró la compra de otras. Sin embargo, esos tiempos ya pasaron, y hemos vuelto a la espiral con pequeñas novedades como que ahora hay que producir rápido pero sostenible.

Mismo problema, la necesidad constante y acelerada de consumir en bucle y de tener ese producto o prenda según lo vemos, disponible. La exigencia de determinadas clientas cuando ven una foto de producto en un catálogo y dicho producto no está aún en tienda o en la web, pero ha aparecido en una fotografía, y por lo tanto deberían tener acceso inmediato a él; asusta.

Asusta esa necesidad de control y posesión, pero también asusta la agresividad que emanan ciertos comportamientos de mujeres descontentas por no conseguir en el momento, lo que desean.

Cuando te acostumbras a comprar en plataformas de segunda mano, te das cuenta de que hay muchas prendas y accesorios nuevos, sin estrenar, que son fruto de la impulsividad momentánea de una mujer que no calibró la necesidad real de comprar ese producto, que tampoco planificó ni analizó el uso que le iba a dar, y que probablemente muy poco tiempo después de poseerlo, buscó darle salida porque la presencia de dicho producto o prenda en su armario es un reflejo de su falta de control.

Cuando te paras a pensar en las consecuencias de este tipo de comportamientos, deduces que, de mi generación (los nacidos en los años 80) para abajo, acciones como comprar una casa, se van a convertir en un acto de lo más curioso, porque por primera vez los consumidores se enfrentan a la no inmediatez. Y esa falta de seguridad con efecto inmediato, genera en la mayoría de los casos, dosis altísimas de frustración.

Las cosas de palacio siempre han ido despacio.

Sin embargo, decirles a las marcas lo que deben hacer, desde mi punto de vista, carece de sentido. Yo, tengo todas mis esperanzas volcadas en las mujeres, mi objetivo es educarlas a ellas, enseñarlas a que gestionen sus emociones y de ahí se conviertan en dueñas de sus decisiones de compra. Y supongo que como toda buena keynesiana, vivo convencida de que muchos pocos, harán un mucho y serán ellas, las mujeres, las que terminen educando a las marcas y al mercado con sus nuevas y emocionalmente sostenibles políticas de consumo.

Así que, si debemos redefinir la moda lenta, yo me centraría más en conseguir ralentizar el consumo de cada mujer.

¿Cuántas veces has intentado comprar simplemente porque habías recibido un dinero extra o porque creías que tocaba en un cambio de temporada por ejemplo?

Corremos detrás del hecho de comprar y debemos parar de hacer eso.

Comprar debería ser un acto planificado como consecuencia de la aparición de una necesidad. Deberíamos huir de comprar cuando el acto en sí o el deseo, vienen generados por la ansiedad, el aburrimiento, la necesidad de hacer gasto o incluso el imperativo social cuando nuestro entorno nos empuja a ello, aludiendo que así solucionaremos tal o cual problema relacionado con nuestro aspecto o estado anímico.