La mano que mece la moda
Esta empresaria de éxito y 'socialite' a la que todos quieren conocer, de un estilo exquisito y con un ojo infalible para detectar lo que triunfará mañana, es una de las personalidades más influyentes de la industria.
Una auténtica musa ELLE
«Nunca he visto a nadie moverse de esta manera», dice nuestro fotógrafo, que no es precisamente un principiante.
«La mayoría de la gente imita ante la cámara los movimientos que ha visto hacer a otros o posa como cree que posaría otra persona. Ella no. Es absolutamente auténtica. No se parece nadie», afirma.
Esa es la estela de encanto que Lauren Santo Domingo (Connecticut, Estados Unidos, 1976) ha dejado tras de sí, una vez que se ha marchado volando hacia Casa Lucio, deseando llegar a tiempo de comer unos huevos con patatas antes de que cierre la cocina, en compañía de su amigo Derek Blasberg, uno de los críticos de moda más influyentes de Nueva York.
Esta mujer es la creadora de uno de los conceptos más innovadores del mundo de la moda en los últimos tiempos: Moda Operandi.
Su idea es trasladar al universo online los antiguos 'trunk shows', cuando las colecciones se llevaban en baúles a las clientas más vips inmediatamente después de finalizar el desfile.
De esta manera se satisface la pulsión del «quiero eso y lo quiero ya» tan importante cuando se trata de moda, al tiempo que se cumple el deseo de ser la primera en tenerlo –lo que también es importante– y sin los retoques que suelen sufrir los diseños antes de llegar a la tienda.
«Quería llenar el hueco que hay entre la pasarela y el consumidor, eliminando ese dolor de enamorarse de un vestido que se ha visto en el desfile pero que nunca se ha llegado a producir».
Eso fue lo que le sucedió a ella con un Prada de la colección de 2009 que no logró encontrar, pese a haberse vuelto loca buscándolo.
En ese momento se plantó una semilla que germinó dos años después en Spoon, un coqueto café de Manhattan en el que preparan impresionantes sándwiches y brownies ecológicos, donde se reunió con su socia, la islandesa Áslaug Magnúsdóttir, hoy desvinculada de la firma.
Mucho más que una empresaria
El 16 de febrero de 2011, durante la semana de la moda de Nueva York, dieron por inaugurado el negocio con el desfile de Alexander Wang.
Lauren fue la primera clienta, al comprar un vestido lencero rosa, y Áslaug la segunda, que eligió un jersey tipo poncho.
Desde entonces, en apenas dos años han multiplicado las cifras como pocas compañías del sector y han ampliado su oferta más allá del elitista modelo de los 'trunk shows' con una venta online más convencional, al estilo de competidoras como Net-A-Porter.
En su portfolio conviven Valentino, Giambattista Valli, Isabel Marant o Rodarte con talentos emergentes como Vika Gazinskaya o Ek Thongprasert.
«Tenía claro que quería crear una empresa que desde dentro de la industria ayudara también a crecer a los jóvenes diseñadores».
Y eso ella puede hacerlo como pocas personas. El poder de sus puntadas y su certero manejo de los hilos la ha colocado en el front row de las personas más influyentes del mundo de la moda (que el Museo Metropolitano la haya fichado como asesora de su Art Costume Institute es una buena prueba de ello).
A esa tarea de lobby le debe en gran medida Josep Font haber colocado el nombre de Delpozo en los círculos más selectos del Upper East Side.
No en vano, entre sus amigas más íntimas se encuentran Margherita Missoni, Coco Brandolini, Eugenie Niarchos, Hayley Bloomingdale, Indre Rockefeller y otras fashionistas de reconocida fortuna. «Para tener éxito en Nueva York tienes que ser dura –dice–, pero sobre todo tienes que ser amable y honesta. Si no, no permaneces.
Esto no es una industria donde puedas llegar esperando triunfar. Una gran parte está basada en las relaciones, el buen gusto, la visión y la confianza que generas en los demás».
Si le preguntamos por sus grandes apuestas entre los diseñadores emergentes más prometedores señala a Rosie Assoulin y Stella Jean. Entre los consagrados sus preferidos son Proenza Schouler y Rochas.
Dentro de LSD
Su padre es empresario, directivo del grupo Perrier, y su madre artista. «Espero haber sacado lo mejor de los dos», dice, y reconoce que siempre fue una apasionada de la moda.
Recuerda cómo en el elitista colegio en el que estudiaba en Connecticut acumuló numerosas faltas disciplinarias debido a «la evolución de mi estilo», por la forma de llevar el uniforme.
En la mezcla entre su físico etéreo y su actitud glamurosamente gamberra reside su encanto, haciendo de sus iniciales, LSD, casi una marca.
Es una excelente conversadora que salpica las anécdotas con referencias literarias y artísticas. Estudió Historia y, como casi todas las niñas bien estadounidenses, pasó un año en París para completar su formación.
Fue allí donde conoció a su marido, Andrés Santo Domingo, heredero de una de las grandes fortunas de Colombia (es tío de Tatiana Santo Domingo, esposa de Andrea Casiraghi), quien también estudiaba allí y que hoy se dedica a la industria discográfica.
«Tuvimos un romance a la antigua usanza, antes de que existieran las aplicaciones para citas, Facebook, los SMS... ¡Creo que entonces ni siquiera tenía móvil! Es increíble pensar que en el mundo de hoy la gente ya no se enamora de esa manera».
Se casaron en 2008 en Cartagena de Indias en la que la alta sociedad neoyorquina calificó como «la boda de la década» y eligió a Olivier Theyskens para que le diseñara un vestido principesco. Hoy la pareja tiene dos hijos.
«El secreto para poder llegar a todo es levantarme temprano y acostarme tarde. Trato de ser muy organizada, pero la verdad es que a menudo me levanto y no sé lo que va a pasar a lo largo del día. Es algo bastante azaroso. Un capuchino y mi iPhone son el truco».
Donde reside su alma
Lauren tiene una casa frente al Retiro de Madrid, aunque dice que no viene tanto como quisiera.
El Museo del Prado, el Hotel Ritz y algunos restaurantes de moda conforman su ruta habitual.
«Cuando estudiaba en París viajé por España con mi mejor amiga. Estuvimos en Barcelona, Madrid, Toledo, bajamos a Granada y, por supuesto, a Ibiza. Cada ciudad que visitaba me gustaba más que la anterior, me enamoré de la cultura y la historia de este país».
Hoy recorre el mundo y tiene casa en varias ciudades (las fiestas que organiza en su dúplex de París en la semana de la moda son célebres).
Sus clientes están en Asia y Europa, pero su principal mercado sigue siendo la Gran Manzana.
El cuartel general de Moda Operandi, donde trabajan más de 70 personas, se encuentra en un edificio de Tribeca decorado por Daniel Romuáldez, uno de los nuevos gurús del interiorismo.
Allí conviven el estilo práctico inherente a una compañía de e-commerce con salones inspirados en la Francia del XVII.
Así es la joya de la corona, el exclusivísimo probador reservado para las grandes ocasiones (léase clientas muy vips que buscan una experiencia de lujo casi versallesco).
Pero no es oro todo lo que reluce en el espejo. «La gente cree que estoy todo el día viendo ropa, en sesiones de fotos y fiestas de diseñadores, aunque paso más tiempo revisando números, análisis y albaranes».
La magia que marca la diferencia entre una amante de la moda y un icono de estilo es difícil de explicar. «Hay tres palabras: sencillez clásica, inteligencia y seguridad en uno mismo», dice Lauren.
«Prefiero la elegancia individual donde nada parece excesivamente trabajado. Me inspiran más generaciones anteriores a la mía, mujeres como Annette de la Renta, Deeda Blair, Jayne Wrightsman, Marella Agnelli y Beatrice Santo Domingo.
Ellas viven con un estilo genuinamente personal, desarrollado a lo largo del tiempo y con un carisma excepcional. Y esto no es algo que se pueda comprar».
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