Tiene nombre de aristócrata, Pablo Moreno de Alborán Ferrándiz (Málaga, 1989), y alma de vagabundo. Es amable, tenaz, intuitivo y, con más de 42 discos de platino, uno de los grandes de la escena artística española. Ama el cine, hacer deporte y jugar a las cartas con sus sobrinas. Cuando tiene un proyecto a la vista, sueña con ascensores y tornados.

Los vio días antes de poner en órbita 'Saturno', un caleidoscopio de músicas del mundo y una catarsis personal de éxitos y dolores convertidos en canciones. Atrás, la resaca curada de 2,5 millones de copias vendidas. Por delante, esta entrevista, tras dos años de silencio. Así suena su nueva voz.

¿Dónde te habías metido?

He estado viajando solo, retomado mis clases de piano y, principalmente, desconectando en Málaga con mi familia. Necesitaba recuperar la normalidad. Quería que este disco fuese lo que yo era antes de toda la marabunta.

¿Así viviste tú el golpe de la fama?

La gente cree que lo mío fue un 'boom', pero, en realidad, me tiré años tocando en bares. Lo que es cierto es que, cuando saqué disco, la respuesta fue muy explosiva. Te hablo de cuatro años con todas las horas del día cubiertas, sin un domingo libre, sumados a otros tres años de gira. Lo que me ha pasado es una bendición y, a la vez, algo que te empuja a un ritmo de vida muy 'heavy'.

¿Cuándo llegaste al límite?

En los bises de un concierto. Salí del escenario y me abracé a una compañera. La miré y le dije: «Llévame a mi casa». Necesitaba estar en familia. Automáticamente, paré. Había más países incorporándose a la gira, pero llegó un punto en el que no sabía en qué ciudad estaba. Cuando algo tan emocional como la música se mecaniza, hay que dejarlo.

Todos tus discos han sido número uno. ¿Qué tiene este que no tengan otros?

Es mi trabajo más personal. Antes me sentía encorsetado. Esta vez, me he dejado llevar sin prejuicios. Soy un romántico, no me da pudor emocionarme. Ahora, además, las puertas están abiertas a todos los estilos. A este disco puede entrar alguien al que le gusta la electrónica, pero también, el ritmo latino. Crear es darse la libertad de decir: «¿Se me está yendo la pinza o no?».

En 'Saturno', cuentas que el amor nunca se muere, aunque se acabe. ¿Lo crees?

Yo creo que, cuando dejas de estar con alguien, siempre permanece el vínculo de lo vivido. Un día vi un documental que contaba cómo las ondas del espacio no se pierden ni se disipan, sino que se alejan y evolucionan en otra parte. Y el amor es un tipo de energía. Así que me pregunté: «¿Qué pasa si lo que muere aquí sigue viviendo en otro lado?». Para mí, cuando algo se acaba, lo triste no es que desaparezca lo que fue, sino lo que habría podido llegar ser. Por eso, un día escribí: «En Saturno viven los hijos que nunca tuvimos, en Plutón seguimos haciendo el amor, en la luna hemos logrado pedirnos perdón».

Más allá del universo musical, ¿cómo entiendes el amor en el plano terrenal?

Pase lo que pase, hay que quedarse sólo con lo bueno. Yo antes era un tío muy celoso, muy, muy posesivo, inseguro de mí mismo. Cuando una persona me decía «tengo que ser feliz estés tú o no», yo pensaba: «¡Hostia, qué acto más egoísta!». Ahora comprendo que no es así, que no estamos aquí para sufrir y que la idea de la felicidad no puede depender de una cosa ni de una persona. Y que, antes que nada, para querer al otro, hay que aprender a quererse a uno mismo.

Así que, además de como artista, has dado un paso adelante también como persona...

Yo creo que sí. ¡Ahora, la cosa es que sigo solo! (Risas). No sé yo si esto es bueno o malo... (Más risas). ¡Vamos, que voy de pena! (Risas sin parar).

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Dime, ¿cómo te llevas hoy por hoy con la visibilidad que conlleva el éxito?

Antes, si estaba en público tomándome una copa, la escondía. Y, con un comentario negativo leído en Twi­tter, podía estar luego tres días jodido. Ahora hay cosas a las que no les doy importancia y nunca me he sentido tan sereno, tan bien, tan en paz.

Un día perfecto para ti es...

Un domingo en Málaga, jugando con mis sobrinas tras ir al gimnasio. Pasarme la tarde tirado en el césped con mi perro y una serie antes de dormir. ¡Estoy enganchado a HBO y Netflix!

¿Algo especial para cenar?

¡Es que cocinando soy un desastre, no distingo el perejil del romero! (Risas).

Dos millones de seguidores en Instagram. ¿Cómo te relacionas en redes?

Las llevo yo personalmente. Es la única manera de que tengan autenticidad. Fíjate que, durante este tiempo, cuando me sentía bajo de ánimo, escribir en Instagram era como un consuelo. Pero, hace poco, mi propio hermano me dijo: «¡Que eres músico, joder!» (risas). Yo le repliqué: «Ya, ¿y si me apetece hacerme una foto sin camiseta en la piscina? ¿Por qué no?». Con el tiempo, entendí que tiene razón en una cosa: si alimentas a seguidores que te buscan por tu pelo, fomentas sólo a los que quieren eso. Ahora sigo subiendo imágenes porque me da la gana, pero intento no pulsar nada que no tenga que ver con mi música.

¿Y qué significa para ti la música?

Es la droga más potente que existe. Trabajo con una fundación de niños con cáncer; ahí pude comprobar la importancia que tiene. Por eso, además de ir a cantarles, se les enseña a tocar instrumentos, como la guitarra. De esa manera, dirigen el dolor hacia algo creativo. El niño se aleja de su problema, viaja a otro lado.

¿También tú te vas a otro planeta?

Totalmente, pero, más que cuando toco, cuando compongo. Es una sensación de desconexión total; puedo estar sin comer, sin beber, sin ir al baño. Hay temas en los que entro en trance, te lo juro, y yo no me drogo.

¿Te ha pasado con alguno nuevo?

Con 'Prometo'. Me senté al piano y salió de golpe. De hecho, lloro cada vez que lo canto, algo que hasta ahora sólo me había pasado con temas de otros. Prometo es un viaje en el tiempo. En esta canción, está todo lo que me ha pasado en estos siete años: mis errores y los de otros, los éxitos, las mentiras, las decepciones. La superación de todo.

'Los hits de su playlist'

Entre los descubrimientos... «Alucino con Alcione, una artista brasileña clásica, y con Black Coffee, un 'DJ' sudafricano que es maravilloso».

Y de los clásicos... "Pongo mucho a Bruce Springsteen y su 'New York City Serenade'. Y todo lo de Caetano Ve­lo-so, Gilberto Gil y Marisa Monte y los primeros de Tribalistas (ojo, van sacar disco nuevo) . 'E isso aí,'de Ana Carolina y Seu Jorge, es la canción que pincho ahora en bucle. Y 'Bole-ro a Marcos', de Vicente Amigo, mi favorita de siem-pre. ¿Un himno? 'Black Is The Color Of My True Love's Heart', de Nina Simone. ¡Ved ya su documental".