O todo por el marketing. O un poco de ambas cosas. Empezamos por los museos. Estamos en Roma. Invierno de 2009. En el Palazzo Cipolla se presenta Da Rembrandt a Vermeer. Una delicada exposición con un Rembrandt en la entrada y un Vermeer en la salida. En medio, 53 obras de apellidos impronunciables. El título, bien elegido, fue el responsable de las continuas colas en la via del Corso. Más recientemente y más cerca, un centro madrileño programaba a un maestro impresionista. Vendida como antológica era, según algún crítico, "una muestra de descartes". Ni rastro de obras maestras y la mayoría de las pinturas estaban fechadas cuando el artista sufría una artritis reumatoide que le impedía pintar óleos con la destreza de antes. Algunos apellidos, puestos en grande, venden por sí solos.

El marketing, el mismo que vende lechugas o refrescos, ha entrado en los museos. ¿El objetivo? Que pasemos por taquilla. Sigamos con los artistas...Un buen negocio es el mejor arte", sentenció Andy Warhol. Una provocación del artista que necesitaba las portadas de los periódicos tanto como sus dosis de alcohol y drogas diarias. Solo Salvador Dalí había tenido tanta adicción. Pero es desde la década de los ochenta cuando los artistas se convierten en productos. Unas marcas que son construidas a base de glamour, medios de comunicación y estrategia de mercado.

En los estantes, en el pasillo central, encontramos a Keith Haring, Martin Kippenberger, Takashi Murakami, Tracey Emin, Richard Prince, Damien Hirst o Jeff Koons. Todos ellos 'marcas premium' en el mercado del arte. Pero nos quedamos con los dos últimos que han hecho de sí mismos su mejor obra. Una habilidad que tal vez esconda su talento.Jeff Koons (York, Pensilvania, 1955) posee el honor ser el artista vivo con la obra más cara. Balloon Dog (Orange) se adjudicó en Christie's por más de 58 millones de dólares en noviembre de 2013. Imaginen un globo de feria con forma de perro gigante y lo tienen. Eso sí, en acero y bien pulidito. El norteamericano ha sido noticia por una bailarina de casi catorce metros colocada en el patio del Rockefeller Center, que algunos encuentran –más que parecida– a una figurita de cerámica de los años 30 de Okasana Jnikroup (googléenlo, y decidan). Koons también ha acaparado portadas por el diseño de unos bolsos para Louis Vuitton. Aunque él, a simple vista, hizo poco. Quienes trabajaron fueron Tiziano, Rubens, Fragonard, Van Gogh y hasta el mismo da Vinci. La colección de Koons para la mítica casa parisina replica cinco cuadros famosos, incluyendo la Mona Lisa. Él simplemente los eligió y puso sus iniciales.

¿Copia o inspiración? "Todos estos artistas han hecho eso, Rubens es Rubens porque admiraba a Leonardo da Vinci y Tiziano. Y Monet, admiraba a Goya, y a Rafael…" Y él admira a todos ellos y parece que intensamente. Paso la página sin mencionar a Cicciolina -sí, la estrella porno- con la que estuvo casado y con quien se inmortalizó en una serie más allá del erotismo. Viajamos a Venecia para encontrarnos con el otro maestro del descaro. Cinco mil metros cuadrados de espacio de exposición; 189 obras de arte, incluyendo más de 100 esculturas (una de ellas de casi dieciocho metros de alto); dos museos, Palazzo Grassi y Punta de la Dogana; más de 50 millones de inversión… son las cifras de la última ocurrencia de Damien Hirst (Bristol, 1965), el chico de las mariposas y las vacas en formol. Y todo empieza con un naufragio. Cif Amotan II, un esclavo que se convirtió en multimillonario en el siglo II, pierde toda su colección de arte cuando el barco que la traslada se hunde.

¿Exceso de equipaje? Hirst y su equipo lo descubren 2000 años más tarde en algún lugar de la costa de África oriental. Y ahora ese tesoro se expone. Solo que aquella esfinge tiene un cierto parecido a Kate Moss y aquel busto a Pharrell Williams. Empieza el juego. Hirst y Koons aman lo kitsch, se apropian del trabajo de otros con premeditación y alevosía, ¿son unos genios? Sí, sin duda, pero además hay que admirarlos por su cara dura. •