Escena I. Ella acudía con pantalones a tomar apuntes a ferias y mercados de ganado. Para eso, tuvo que pedir permiso a la autoridad. Un "permiso de travestismo" pues la prenda era reservada en exclusiva para los hombres. Rosa Bonheur (1822-1899) se hizo rica y entró en la historia del arte retratando animales, desde vacas a caballos, pasando por ovejas. No busquen gallinas, no existen, hay félidos. El Cid -un león- se puede ver en el Museo del Prado. Es una pintura realista, sin espacio para la imaginación. Ayer podía ser un alegato contra la sumisión, hoy puede ser estandarte de los derechos de los homosexuales (cerraba la exposición "La mirada del otro" con motivo del World Pride 2017, en Madrid). Un siglo y unas décadas después, este lienzo de 1879, de 95x76 cm, tiene otra lectura que nunca imaginó su autora. Cuando observamos el arte antiguo nos acercamos a él desde nuestra mirada. El Cid puede ser tan contemporáneo -y reivindicativo- como unos dibujos de Tom of Finland. Un consejo: "googleen" si es necesario.

Escena II. Le gusta coleccionar piezas antiguas que, según su mirada, parecen actuales y además, me recuerda, son mucho más baratas que las contemporáneas. Axel Vervoordt es un maestro en el arte de mezclar -además de anticuario, galerista y decorador, que con algo hay que ganarse la vida-. Puntualmente, desde hace 10 años -léase, seis Bienales de Venecia- presenta sus diálogos en el Palazzo Fortuny. La última exposición se titula "Intuition" y en el hall encontramos una colección de menhires del neolítico rodeando a un lienzo con una figura de Jean-Michel Basquiat de 1982. Toda una declaración de intenciones. Aviso: es lo mejor de esta bienal."Escoger arte y objetos es un arte en sí mismo. Se trata de reconocer qué es importante en la sociedad y hacia dónde va nuestra civilización", le escucho y me hace viajar a otra magnífica exposición, "Colección Alicia Koplowitz" en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Aquí el gusto de su propietaria -2.328 millones de euros de patrimonio neto según la Lista Forbes 2017- crea un interesante manifiesto feminista reuniendo en un mismo espacio -o en su mansión de La Moraleja, nos imaginamos- la cabeza de una reina griega del siglo III a. C., una maja y una celestina de Goya, una pelirroja de Amedeo Modigliani o un retrato de mujer de Picasso. Solo un pero, ¿por qué en el catálogo han optado por un orden cronológico evitando confrontaciones, diálogos?

Escena III. "Las piezas son las que deben hablarte", afirma contundente Désiré Feuerle. No hay cartelas, ni datos de su procedencia en una sala gigante casi en penumbra. La luz puntual te va presentando a todos los invitados. Por aquí, unas esculturas de bronce del siglo VII al XIII del Imperio de Angkor (ahora, Camboya). Allí, mobiliario chino en mármol blanco o madera de los siglos XVI y XVII. Y al fondo, unas fotografías de Nobuyoshi Araki (Tokio, 1940), un Anish Kapoor (1954) o un Cristina Iglesias (1956). "Todas, en su momento, fueron arte moderno, se adelantaron a su tiempo, y las sensaciones que transmiten son similares a las del arte actual que las acompañan, por eso están juntas", comenta este genio de la "yuxtaposición". Kapoor también añade, "para el ojo moderno, las esculturas de Angkor parecen presentar una forma simplificada, surgiendo de una visión que enlaza la modernidad con un pasado antiguo, quizás arcaico. Uno imagina una unión que se alarga directamente hacia Brancusi y más allá". La Colección Feuerle está en Berlín, en un antiguo búnker con muros de 2 metros de ancho, intervenido -o mejor, restaurado- con mimo por John Pawson. En este momento, recuerdo una frase de Lord Foster en el último (y magnífico) Esquire, "necesitamos el pasado para fabricar el presente". Pues eso, ¡vivan los viejos… los viejos maestros!