Casi sesenta imágenes de vajillas, vasos, cuencos y demás piezas que pueden vestir una mesa, acabo de contar revisando este número. Y no sé con cuál quedarme. Maravillosos.

No cabe duda de que vivimos un boom de diseño a su alrededor, desde la reedición de modelos con pedigree o creaciones únicas de los nuevos makers hasta obras de los más punteros diseñadores de producto, todo cabe en una de ellas. Y es que, ¡cuánto habla este pequeño espacio y a qué cantidad de versiones puede remitirse! Una mesa puesta es en sí misma todo un proyecto de interiorismo, y no me estoy refiriendo a un comedor, no, me estoy centrando en apenas dos metros cuadrados que pueden llegar a resultar una explosión de talento.

De siempre, sentarse ante un espectáculo así ha sido otro regalo para el invitado y... una evidencia de algo más que buen gusto por parte del anfitrión. Pero hoy se va más lejos y, en muchos casos, se convierten en un ejercicio artístico efímero y participativo; una pseudo performance de la belleza en la que, además, pasan cosas. En una mesa, sentados, destinados durante un tiempo limitado en un sitio pequeño y propio, la gente confronta, convence, seduce, se enamora. También concilia y resuelve. Y para conseguir que uno de estos escenarios provoque un WOW, hay que ser loco y creativo, pero también racional en el reparto del espacio, la iluminación y la comodidad, de tal modo que el efecto final y su uso resulten placenteros, logrando de ella un microcosmos propicio para el disfrute. Nada fácil.

Termino asegurando (porque lo he visto muchas veces) que aunque sobre una mesa se hablen varios idiomas diferentes, -cubiertos occidentales, sofisticados palillos orientales, delicados cuencos artesanos de cerámica, la gran sopera de porcelana inglesa...- todos nos entendemos cuando se comparte el lenguaje único de la belleza.

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Pablo Sarabia
Portada Elle Decoration nº 160. Diciembre 2017