Por dentro y por fuera. En este asunto de lo dorado no hay distinciones, tanto les da a unos por dorar los muros exteriores como a otros por recubrir suelos, techos y paredes. Tal es el atractivo de este efecto que, si bien lo asociamos a tumbas egipcias faraónicas, algún templo japonés, antiguos palacios rococó, algunas películas de Hollywood, ciertas pesadillas marbellíes y unos cuantos disparates contemporáneos del regusto de Donald Trump, también el paisaje contemporáneo ha aportado algunos hitos en el uso de este recurso áureo.

Sus cualidades son reseñables y no necesariamente tienen que ver con la afirmación del lujo al que se le asocia inevitablemente. Aporta un intrigante fulgor, cierta calidez y, desde luego, algunos interrogantes. El más celebrado de los que hemos visto últimamente fue el edificio cubierto de pan de oro, una obra de Rem Koolhas, en el contexto de la Fundación Prada de Milán. Lo dice Miuccia y lo suscribe Rem. Para qué queremos más, habló el oráculo de la vanguardia. Podría ser un truño y daría igual porque ese tándem manda en nuestras voluntades y voliciones. Y aun así, hay que concedérselo, truño no es, muy al contrario.

Depende del momento del día y la luz que recibe se puede convertir en una especie de revelación, un momento mágico que irradia un interesante juego de luces francamente atractivo e hipnotizante rayano en lo sublime. No es ésta la primera vez que un arquitecto busca recursos para hacer un edificio dorado, recuerdo el Royal Bank Plaza de Toronto, atacado por la fiebre del oro en sus miles de ventanas con un efecto sorprendente. Aunque resulta que era un motivo menos de comunicación de riqueza y más prosaico el que animó al arquitecto: resulta que el oro es un gran aislante térmico y reduce significativamente los costes de calefacción del edificio. Decepciona un poco la verdad desentrañada. Pero qué quieren, siempre será mejor que la "posverdad".

En el desierto californiano también descubrimos hace tiempo una casa dorada posada allí casi como una nave espacial de hechuras minimalistas. El arquitecto Robert Stone la llamó Acido Dorado y explota este recurso a placer, tanto fuera como dentro, a saber cómo será vivir allí, pero desde luego la visión de esta construcción dorada en medio de ese entorno áspero y mate, es un espectáculo. Más usual es emplear el oro y sus sucedáneos en el interior. Además de la pintura, hay multitud de recursos cerámicos que facilitan la consecución de este efecto, es por eso que se usa mucho en cuartos de baño en plan total look. Pero también los papeles pintados con un arma de fácil acceso y diseñadores como Studio Job para NLXL o Marcel Wanders para Graham and Brown, han diseñado sendas colecciones doradas que hacen la boca agua a quienes buscan ese efecto y al tiempo se ponen a salvo de asociaciones estéticas comprometidas o indeseadas.

Uno que nunca se ha cortado un pelo en su uso del dorado es Philippe Starck que en el lobby del 15 Broad St., un edificio residencial en Nueva York, se marcó un número dorado contundente, con paredes, suelos, techo y muebles, todo metalizado. Puede que tuviera un punto irónico, con Starck nunca se sabe, pero el impacto es realmente contundente. Otros que no pudieron resistirse al oro, esta vez un caso predecible, fueron los diseñadores de moda Dolce y Gabbana, que en su casa de Portofino colocaron una "instagrameable" habitación dorada de la cabeza a los pies. También predecible el interior del bar Gold on 27, en el rascacielos Burj Al Arab de Dubai, que deslumbra a todos sus clientes con una barra doradísima sobre la que cuelga un sinuoso techo metálico, en dos palabras: im-presionante. •

Foto: Oro a la milanesa. Imagen del edificio de la Fundación Prada en Milán, un proyecto del arquitecto holandés Rem Kolhaas, que ocupa una antigua destilería de ginebra de 1910.

MODA Y DECO: Filo dorado, un guiño de lujo déco que marca tendencia