Se dice que París es la ciudad de la luz. Y debe ser cierto, porque la luz, precisamente, fue lo que hizo que el arquitecto Philippe Harden se enamorase a primera vista de este pequeño apartamento, ubicado en un edificio de los años 30 de la capital francesa. El arquitecto vio de inmediato sus inmensas posibilidades: era como un diamante en bruto que había que pulir para sacar el máximo brillo. Su gran baza, las múltiples ventanas que recorrían toda la pared.

El mayor inconveniente,  la estructura, de apenas 13 metros de largo y muy fragmentada. “Había demasiadas divisiones. Cada ventana correspondía con una habitación. Mi objetivo fue dejar que la luz circulase li­bremente y realzar sus dimensiones”, explica. Dicho y hecho: eliminó tabiques y puertas para conectar los diferentes ambientes de la vivienda y, después de dos meses de intenso trabajo..., voilà!, por fin tenía su preciada joya: un espacio con cierto aire bohemio, acogedor y muy funcional, en el que conviven en perfecto equilibrio muebles y objetos de estilos dispares, y materiales, texturas y colores diversos. El salón, que funciona como eje principal y distribuidor de ambientes, se organizó en torno a la zona central, que es la más luminosa y, además, comunica directamente con la entrada.

Los extremos se reservaron para la cocina, situada a un lado, y el dormitorio y el baño, ubicados al otro. En el estar se han combinado sabiamente varias piezas vintage, de los Eames, con otras de corte industrial, como una gran es­tantería de acero que preside el espacio o unos armarios de metal en un llamativo rojo. Una mini zona de trabajo ubicada tras el sofá marca la frontera con el dormitorio, al que se dio privacidad con un pequeño tabique del mismo ancho que la cama, que queda abierto a ambos lados y que oculta únicamente la zona de dormir. Abanderado por la simplicidad, despojado de elementos superfluos y con el blanco como color estrella, éste contrasta con el baño, al que se accede directamente, sin puertas que interfieran el paso de luz. El  negro pizarra presente en las paredes y la encimera del lavabo es su seña de identidad y define su fuerte personalidad. Este mismo tono se utilizó también en la cocina, situada en el extremo opuesto, para delimitar la zona de cocción. Una peculiar manera de dar una unidad visual a dos ambientes antagónicos.

En el resto de la cocina, ubicada sobre una pequeña plataforma que oculta todas las tuberías y la independiza del salón, se empleó un cálido y delicado vainilla que sirve de marco al mobiliario: unos sencillos armarios de madera blancos y una mesa, y unos  bancos de estilo industrial que funcionan como comedor de diario. Para las cenas se creó una zona más intimista, junto a la ventana, con muebles retro en tonos naranjas y grises. Un rincón que refleja a la perfección el savoir vivre y el charme franceses.