No se aficionen a las mezclas, se pueden convertir en una obsesión. No hablo de combinar lo nórdico con los "luises". O el latón con el mármol. Esa lección la tenemos aprendida, ¡y con notable! –me atrevería a decir–. Aquí estamos en el rincón del arte. Hoy vengo a reivindicar siempre el diálogo. La conversación, silenciosa y conmovedora, que una pieza de hace siglos puede entablar con algo reciente que puede hacer cambiar de parecer. Nunca me gustó la pintura religiosa. Solo algún San Sebastián –por razones obvias que no voy a explicar aquí– parecía tener la capacidad de retenerme unos segundos en esas salas que recorres –o recorría–, con el afán de fichar. "Yo estuve allí", te dices.

En la Gemäldegalerie de Berlín todo señala que iba a ser así, un rápido paseo por las primeras salas medievales. Un par de instagrams y a otra cosa. Es decir, Caravaggio, Vermeer, Canaletto… (¡Qué tópico soy!). Y sin darme cuenta, estoy parado frente a una Madonna (Bohemia, siglo XIV) y no me puedo ir. En el cuadro no hay nada fuera de lugar: aquí la figura de la virgen, más abajo el niño, ambos con aureola. No falta la corona y el cetro. La única novedad está a su izquierda. Otro lienzo, del mismo tamaño, con el que forma un improvisado díptico. La obra es abstracta. Es una gradación de campos de color –imaginen un Rothko difuminado– firmada por Hanns Kunitzberger en 2014. De pronto, donde antes encontraba tristeza y pecado veo ternura y sosiego. Dos obras enfrentadas, separadas por siete siglos, que en su diálogo crean nuevas lecturas. Al yuxtaponer piezas de distinta procedencia, lo antiguo se puede convertir, repentinamente, en moderno, y lo moderno encuentra un mayor fundamento en un contexto histórico y estético. El último verano (qué lejano) descubrí en la Tate Modern su nueva propuesta para recorrer la colección. Como en anteriores ocasiones, abandonan el recurrente orden por estilos y fechas para enfrentar y crear diálogos. Es el momento de que Claude (Monet) conozca a Mark (Rothko). Dos cuadros –unos nenúfares y un campo de color– y un momento mágico. Una mirada distinta aun en una sala convencional (por cierto, estrecha y pequeña). A veces, se puede crear un discurso con dos frases (o con dos óleos).

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Tápies, foto de ©JeanPierreGabriel

Desde el verano de 2007, cada dos años –y son ya seis–, el Palazzo Fortuny de Venecia recibe la propuesta del galerista, anticuario y decorador Axel Vervoordt coincidiendo con la Bienal de Arte. En el espacio en que trabajó, amó, resistió, dudó… Mariano Fortuny se introducen sigilosamente obras de Tàpies, Turrell o Kapoor. Una convivencia, que aun con fecha de caducidad, forma una armonía que conmueve. Aunque el tema cambia, el misterio es el hilo conductor de cada una de las citas.En los diálogos que dibuja Vervoordt va más allá, mezclando lo popular con lo sublime y la artesanía con la pieza única, la arquelogía con la instalación. Es el orgasmo del batiburrillo, de la mezcolanza, pero funciona. ¡Y de qué manera!

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Luis Bustamante

Más cerca, el decorador español Luis Bustamante también es un maestro en este arte de hacer conversar piezas que en un principio parecen enfrentadas. Durante una época me obsesionó su combinación perfecta de un Palazuelo, un busto romano y una consola Carlos IV a la que sólo añadiría -por rizar el rizo- un pequeño "moon jar" coreano. Nunca entendí por qué mi tarjeta de crédito se resistía -y salía corriendo- a copiar esta receta mágica. Es tiempo de crear estos diálogos. Incluso en casa. Y recuerden, nada está prohibido.