Los Carpinteros: la revolución cubana
Visitamos en su estudio a esta pareja de artistas que ha hecho internacional su peculiar humor caribeño.
Se conocieron cuando estudiaban en el Instituto Superior de Arte de La Habana y, más de 20 años después, mantienen el espíritu gamberro de aquella época y una amistad a prueba de todos los avatares de la vida. Con la diferencia de que ahora su obra forma parte de las colecciones de arte contemporáneo más importantes del mundo: la Tate, el MOMA, el Pompidou y en los próximos meses trabajarán en un encargo del V&A Museum de Londres. Dagoberto Rodríguez y Marco Castillo nacieron en Cuba, pero desde hace cuatro años viven en Madrid. Cuando llegamos a su estudio los encontramos en plena faena, preparando la exposición que se acaba de inaugurar en la galería Ivorypress, que muestra sus últimos trabajos, donde además de escultura y dibujo, introducen el vídeo. «Esta es la ciudad antidepresiva. Si tienes algo, sales a tomarte unas cervezas y se te quita rápidamente». Y eso que lo que más recuerdan de cuando llegaron aquí es ese frío desconocido para los caribeños que a punto estuvo de echarlos para atrás.
Recuerdan que se juntaron por primera vez para realizar un trabajo de clase. Tenían que presentar tres esculturas, pero hicieron diez, así que con las siete restantes montaron una exposición. El colectivo nació con tres miembros, que en 2004 quedaron en dos, y la madera era entonces, como se puede adivinar, su principal material de trabajo. Ese impulso que tuvieron en aquel momento ha sido el motor de su trabajo. «Cada exposición nos deja la sensación de que se han quedado cosas por hacer, siempre hay un espacio vacío delante que acabamos ocupando con nuevas obras», dice Marco. «Uno nunca llega a terminar las cosas», dice Dago. Casi todo es una especie de boceto, la vida de uno mismo es, de algún modo, un ensayo, y eso es algo que hay que asumir». En la exposición que tienen actualmente muestran varias de esas piezas que durante años consideraron inacabadas. Además, se han lanzado a experimentar con el vídeo, un formato nuevo para ellos, en el que no falta su sutil sentido del humor. Una de estas películas recoge la coreografía de un carnaval habanero bailado al revés, como esos discos que encierran un mensaje secreto si se escuchan desde atrás. «Esa música callejera es como el proceso de la Revolución desde el 59. Había que ir para adelante, no importaba lo que sucediera ni cuántos obstáculos surgieran, o te unías a esa comparsa o te quedabas fuera. Y nosotros hemos creado un extrañamiento en esa escena que no sabes qué es, pero queda muy surrealista». Vuelven a menudo a su país. De hecho, tienen en La Habana un pequeño estudio. «Lo que más echo de menos de allí es la lentitud con que transcurre el tiempo. Aquí tengo la sensación de que me estoy haciendo mayor a toda velocidad», dice Marco, que reflexiona sobre este peculiar matrimonio que ha formado con su compañero. «Hay un misterio que nos mantiene en tensión: ‘¿Seguiremos trabajando juntos hasta el final?, ¿hasta cuándo va a durar esto?’». «Por el momento, –añade Dago– hacemos como en el cuento de Sherezade. Nos levantamos cada día para trabajar juntos como si fuera el último».
Bazar, de Los Carpinteros, puede verse en la galería Ivorypress (Comandante Zorita, 46, Madrid) hasta el 3 de mayo. Como aperitivo, Elena Ochoa Foster, galerista y casi madrina de Los Carpinteros, nos comenta sus cinco obras preferidas de este dúo de artistas.
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