Vida de spot
Como dos náufragos de lujo, Jonathan Adler y su marido, el estilista Simon Doonan, disfrutan de su idílica cabaña en Shelter Island (Nueva York). Un refugio en el que el diseñador ha desplegado su estilo 'happy' en versión ultra 'cozy'. ¿La principal consigna? ¡Prohibido aburrirse!
Nadie puede dudar al entrar en esta casa, que es de Jonathan Adler. El sello inconfundible del diseñador norteamericano recorre cada uno de los rincones de su nuevo refugio en Shelter Island (Nueva York), donde pasa largas temporadas con su marido, Simon Doonan, una leyenda del escaparatismo y reconocido bon vivant.
Después de vivir durante años en una cabaña de los años 70 por la misma zona, decidieron construir su propio proyecto. Compraron un terreno de 5.000 m2 junto a la playa y, con ayuda del estudio Gray Organschi Architecture, crearon este maravilloso refugio de 2.800 m2, con cuatro dormitorios, piscina y un envidiable espacio outdoor, "Aquí llevamos una vida de anuncio", afirma Adler.
"Al estar orientada al este, disfrutamos de unos amaneceres maravillosos. De hecho, nos despertamos con los rayos del sol y cuando no estamos corriendo por la playa, estamos montando en bicicleta o haciendo paddleboarding, que nos encanta", prosigue el decorador.
Su exterior, en negro y cedro rojo, y con cerramientos de cristal de suelo a techo, llama la atención a primera vista. "Elegimos estos tonos porque se fusionan mejor con el paisaje que el blanco, que resalta demasiado", explica Simon. Y Jonathan aclara: "Buscábamos un estilo modernista, rústico y acogedor para la fachada. Por eso, es un poco californiana, un poco japonesa y un poco sueca".
En la decoración interior, el efecto Prozac (marca de la casa) se hace patente con una estimulante paleta de color de los 60 y los 70. La mayoría de las piezas son diseños de Jonathan o, en su defecto, personalizadas por él. De hecho, la casa es como un banco de pruebas donde "testea" los objetos que más tarde llegarán a alguna de sus 26 tiendas, y siempre hay un continuo deambular de accesorios y muebles. "Mi pobre marido (sufridor desde hace años) nunca sabe con lo que se va a encontrar", dice Adler. "Porque incluso, aunque ponga algo que funcione, siempre pienso que podría colocarlo de otra manera para que quedase mejor", sentencia. En realidad, Simon (su "pobre" marido), está tan feliz: "Aquí el aislamiento sensorial es total", confiesa. Y bromea: "Es un poco como la película de El Resplandor, pero en el buen sentido. Eso sí, ¡esperemos no convertirnos en Shelley Duvall y Jack Nicholson!".
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