Revival: Las molduras en techos y paredes están de moda
Seña de identidad de la arquitectura noble, las molduras reviven su momento de gloria como elemento decorativo del s. XXI.
De las cosas que más irritan a los "modernos" que compran un piso antiguo, es que pueden tirar tabiques y ampliar espacios, pero las molduras originales de los techos y paredes las tienen que indultar, no vaya a ser que se les acuse de depredadores desatinados. La reticencia es natural, pues todo "moderno" que se precie tiene los preceptos de Adolf Loos, resumidos en "Ornamento y delito", como libro de cabecera. Y es que, el adorno superficial se veía entonces como un crimen contra la funcionalidad de las cosas. Reivindicaciones aceptadas que más de un siglo después se pueden revisar sin que a nadie se le disparen las alarmas. No hay más que ver la obra de la artista Candida Hofer para que uno se reconcilie con los interiores de techos recargados de molduras del barroco, el rococó o el neoclasicismo, y para que algunos de nuestros prejuicios visuales sean puestos a remojar.
El diseñador holandés Joris Laarman presentó hace unos años un fabuloso radiador de formas caracoleadas, donde se pelean las grecas con los arabescos y la lacería con las volutas, los roleos y las almenillas, por mencionar sólo algunos detalles, que ése es un mundo complejo y habría que hacer una autopsia decorativa para afinar más el tiro. Heat Wave (así se llama) pretendía confirmar (y confirma) que el ornamento podía tener también un interés funcional, pues conseguía que se llevara agua caliente a una mayor superficie, haciéndolo más decorativo y también más eficaz.
Con una mirada más sentimental, recuperó Marcel Wanders las molduras florales del techo de su casa en el interior de una de sus más famosas lámparas de suspensión, la Skygarden, que exteriormente es un dechado de minimalismo y por dentro alberga un romántico bajorrelieve que apela a nuestra nostalgia.
Por otro lado, la obra de Mathias Kiss, ese creador que opera en los confines del arte y el diseño, llegó para poner patas arriba todas las normas académicas sobre la disposición de las molduras. En sus instalaciones, los marcos dorados recorren las paredes de un modo algo errático y se descuelgan del techo obedeciendo a un orden de desconocido propósito, en el que la estética clásica queda liberada de servidumbres. Es más, la moldura misma incluso pasa a una categoría superior, donde se la percibe como escultura, una posición que no consigue ni siquiera cuando troceados vestigios de las creadas en Grecia y Roma se exponen en sitios de culto estético como la casa-museo de Sir John Soane en Londres. Mathias Kiss requiere de nosotros una reflexión sobre el tiempo y la percepción que tenemos sobre los elementos que nos llevan a identificarlo a partir de referencias establecidas, elementos que bien mirados podrían ser otra cosa.
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