Print leopardo... Un punto salvaje
En la decoración hay que saber arriesgar ¡y saber ganar! El estampado leopardo llegó a los interiores más sofisticados a principios del siglo XX, hoy sólo es apto para valientes.
Unos cuantos miles de años después de que a la princesa egipcia Néfertiabet la enterraran vestida con una piel de leopardo, a Salvador Dalí le seguía chiflando su abrigo del mismo pelaje, pero más todavía le encantaba pasearse por ahí con un ejemplar vivito y coleando. Era una de esas excentricidades con las que pasmaba a una burguesía que dudaba entre amarle u odiarle; de hecho, cuentan que una vez se llevó al bicho a comer a un restaurante y ante el horror de una dama, la tranquilizó diciéndole que sólo era un gato al que él le había pintado las manchas para darle un toque artístico. Quizá tomó la idea de Josephine Baker, que colgaba su falda de plátanos en el camerino y se iba tan pimpante a pasear por París con su gueparda atada a una correa como si fuera un dócil perrito faldero. Esa fascinación por el leopardo la han practicado muchos, aunque de forma menos expeditiva, limitándose a usar sólo la piel del animal o simplemente su reproducción, que no el animal mismo en carne y hueso.
El escritor Gabriele d'Annunzio, que se tenía por gran refinado, colocó dos de esas pieles en los escalones que accedían a su cama, y no digamos Jean Cocteau, cuyo estudio tenía desde las paredes a las pantallas de las lámparas también aleopardadas. El maestro Yves Saint-Laurent era otro adepto, en las imágenes que nos quedan de su casa se pueden ver un gran sofá y butacas tapizadas en leopardo, sin olvidar que él siempre abogó porque las mujeres poseyeran una prenda de leopardo para añadir glamour a su armario. También la reina del estilo, la gran Diana Vreeland, que sentía tal pasión por el leopardo que cuando le hicieron una gran exposición en el MOMA de NY, su catálogo "Inmoderate Style" estaba forrado de ese estampado. Decía ella: "Un mundo sin leopardos, bueno ¿quién querría vivir en él?". Su casa, que la había decorado Billy Baldwin, tenía profusión de detalles de leopardo, y una gran moqueta de ese estampado cubría el suelo de su despacho en el Harper's Bazaar. Ese fue un recurso muy usado después por decoradores como Jacques Garcia, nuestro madrileño adoptado Michael Smith, al que le gusta tapizar escaleras con ella, y sobre todo la parisina Madelaine Castaing que no perdona una casa sin ponerla, así en plan más es más. Pero ¿a que no adivinan de dónde viene esta idea? Pues nada menos que de la tienda de campaña de Napoleón, que tras sus campañas africanas había adquirido cierto gusto por lo exótico.
La Vreeland fue quien pergeñó las imágenes de William Klein en la que aparece la monumental Veruschka agarrando a un leopardo de cuerpo muy presente. Aunque de otra manera, eso de fotografiarse con un traje de baño de leopardo encima de una alfombra y cortinas del mismo estampado era una idea muy hollywoodiense que practicaron grandes divas, entre ellas Ava Gardner, Liz Taylor o Jayne Mansfield, en un modo muy poco sutil de realzar sus encantos haciendo hincapié en su lado salvaje. Muy hollywoodiense también es la repetida escena frente a la chimenea, en la que una pareja se entrega a las artes amatorias sobre una piel de leopardo con su cabeza incluida, en un alarde de comunión primitiva aderezada con un poco de champán. Por si pensaban que esto del leopardo era un recurso un poco rancio, les recuerdo que al diseñador Carlo Mollino, el "dandy" amante de la estética aerodinámica, no se le cayeron los anillos cuando tapizó su nidito de amor en Turín con profusión de ese estampado y que otro maestro de la contemporaneidad, mi admirado Ettore Sottsas, al que le entusiasmaba el uso de materiales baratos como la formica, no pestañeaba en usar ese material con leopardo estampado en colores falsos para hacer muebles para el salón. Ahí es nada. •
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