En un momento de su vida, Mónica Cruz (Madrid, 1977) decidió variar de rumbo para cumplir un sueño: ser madre. Y serlo en solitario. A eso se dedicó casi a tiempo completo mientras su mundo laboral se centraba en el diseño. Su vuelta ante las cámaras se produjo en abril de 2016 con el talent show Top Dance, donde ejercía como jurado de bailarines. Una buena idea que, sin embargo, no alcanzó las expectativas de la cadena. Ahora, se ha embarcado en un proyecto que la hace feliz y que une sus dos facetas: actriz y bailarina. Es Velvet Colección, la nueva serie de diez episodios que Movistar+ emitirá este otoño y que se basa en la exitosa producción de Atresmedia. Un punto y seguido para las galerías de moda y para Mónica Cruz.

Con Velvet Colección retomas tu carrera de actriz tras Águila roja (2011). ¿Cómo vives este regreso?

¡Ya tenía ganas! Es una ficción con un éxito increíble. Y a eso súmale que me meto en el papel de una bailaora de flamenco... Estoy como alucinando, no me lo creo.

En una profesión como la tuya, ¿apartarse no es correr el riesgo de que la gente te olvide?

Sí, claro, pero a mí era algo que, sinceramente, me daba igual. De alguna forma contaba con ello, aunque tampoco debía obsesionarme; no quería que nada me impidiera disfrutar de la maternidad como yo quería hacerlo. Y he tenido la suerte de llevarlo a cabo. Si bien no he dejado de trabajar, porque no puedo, lo he hecho en cosas que me permitieran disfrutar al máximo de mi hija. Ahora la niña es mayor, va al colegio y yo voy estando más libre poco a poco. Me parece antinatural dejar a un bebé en una guardería con dos meses. Y hay muchas mujeres que, por desgracia, tienen que hacerlo, no les queda otra. No tenemos grandes ayudas en ese sentido...

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Rebeca y pantalón \'culotte\

Los padres se suelen quejar de que la sociedad, en vez de ayudar, te pone zancadillas, y que tener familia es algo casi deshumanizado. ¿Tú compartes esa sensación?

Sí, por eso no quería verme obligada a ser un tipo de madre que no me parecía el adecuado. La gente, en su ámbito laboral, está pidiendo permiso y casi perdón por tener que ir al médico con sus hijos. Y cuando quieres dedicarte a ellos por completo, recibes mensajes como: «¿Por qué le das el pecho?» o «¿la tienes siempre contigo? La vas a malcriar». Yo tenía muy claro que, en este asunto, somos mi bebé y yo. Punto. He ido a reuniones con ella y, en algún momento, he dicho: «Lo siento; necesito un momento, debo darle el pecho». Los niños son lo primero, no lo último. Si con mi forma de llevar la maternidad he contribuido a romper tabúes, bienvenido sea.

Volviendo a la serie, dices que das vida a una bailaora...

Mi personaje es una gitana, la bailaora de flamenco más potente de la época, que va a actuar en París. Quiere llevar el flamenco al lugar que merece, y que no lo asocien con turistas, borrachera y juerga fácil. Está casada con su guitarrista, pero es una persona libre y luchadora que quiere superar los estereotipos. Y todo ello, siendo mujer. Hablamos de los años 60 y 70. Es una época que a mí me encanta, sobre todo por lo que conllevaba de ruptura de las normas y progresivo aumento del poder femenino.

¿Vamos a verte bailar de nuevo?

Un poco sí; he vuelto a mis clases de danza. Tras descansar unos años, las retomé poco antes de que me ofrecieran Velvet porque esta actividad me rejuvenece el alma. Es mi mejor terapia. Ahora, a consecuencia de este trabajo, voy a empezar también con el flamenco. No es lo mismo hacerlo para una ficción que montar un espectáculo. Quiero decir que no necesito estar diez horas en un estudio todos los días, como cuando era profesional. ¡Y ya estoy enganchada!

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¿Qué lección para la vida te ha enseñado esta disciplina?

Que trabajando muy duro y con constancia, las cosas se consiguen... Una pirueta no te sale nunca a la primera.

Tu hija Antonella ha cumplido cuatro años; un momento ideal para que empezase a bailar. ¿Lo ha hecho ya?

Sí, y ademas está entusiasmada. Te juro que no tuve nada que ver: un día me dijo que quería ir a ballet y ahora vamos las dos juntas. Ella se mete en su clase y yo en la mía. En Navidad aguantó el Cascanueces entero con sólo tres años; cuando Joaquín (Cortés), hace unos días, me invitó a ver sus audiciones, ella vino conmigo y estuvo cuatro horas en el teatro sin moverse. Me decía: «Yo quiero subir con ellas». Hace poco, estaba cosiéndole las zapatillas y pensé: «Otra vez empezamos, ¡lo que es la vida!». En fin... me imagino que en su festival de fin de curso me echaré a llorar como una idiota (risas).

¿Qué recuerdas de ti a su edad?

Mi madre, que trabajaba en la peluquería y también se ocupaba de la casa, nos apuntaba en el colegio a actividades extraescolares, visto que la pobre no daba abasto. Y la mía fue el ballet. A los cuatro años descubrí un mundo que me fascinó. Sin embargo, a los ocho, cuando nació mi hermano, me tuvieron que quitar porque aún no tenía edad para ir y venir sola desde la escuela. Aquello fue un gran disgusto, ¡me pasé un año llorando hasta que me volvieron a apuntar! Me atrapó, lo tuve muy claro.

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Antes comentabas la lucha de las mujeres en los años 70. ¿Crees que en el siglo XXI tenemos que seguir peleando?

¡Todo el rato! Lo más importante es sentirte un ser libre. Y eso, a nosotras, nos cuesta mucho más. Aunque sólo sea porque siempre tenemos que dar explicaciones. Deberíamos apoyarnos más unas a otras, ya que, al fin y al cabo, muchas de esas limitaciones nos las hemos autoimpuesto. Seguimos educando en valores que tratamos de cambiar pero que tenemos interiorizados y, a veces, romper con normas que no tienen sentido provoca que te aíslen. Afortunadamente, no ha sido mi caso. ¿Sabes? Me parece un error perseguir la igualdad. A nivel laboral, por supuesto que debe haberla, ¡sólo faltaba! Me refiero a que creo que las mujeres no somos iguales, sino superiores a los hombres. Por el privilegio de parir, por nuestra resolución, por la capacidad de desenvolvernos en asuntos cotidianos y trascendentes, por nuestra aptitud para sobrevivir... Y hemos permitido que ellos, tanto en la vida pública como en la doméstica, se pongan la medalla. Yo no voy a colaborar con algo así, no estaría contenta. Soy libre y busco mi felicidad. Si la consigo, junto a la paz interior y que mi mundo esté en equilibrio, eso es lo que transmitiré a mi hija.

¿Aunque se resienta el corazón?

El mío está muy tranquilo, sano y pleno.

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