Sin abrir la boca, Brigitte Macron (Amiens, Francia, 1953) provocó ríos de tinta; la prensa publicaba declaraciones suyas que en realidad no eran más que frases robadas, fuera de contexto y, en la mayoría de los casos, poco contrastadas, algo que a esta exprofesora de Letras, apasionada de las palabras y de la vida, siempre le dejaba «un tanto perpleja».

Hoy, con la grabadora delante, inmersa en la primera entrevista que concede desde que se asomó a la esfera pública, no esquiva ni una pregunta y responde con esa naturalidad que tanto halagan quienes la conocen bien. Se muestra espontánea, alegre, simpática y empática y exhibe una inteligencia todoterreno que atrapa al instante. Sólo la gravedad de su mirada contrasta con su deslumbrante sonrisa y con los comentados largos de sus faldas.

Es consciente del papel que representa, de que la niebla es espesa, de las expectativas que se espera que satisfaga y de que las críticas negativas aguardan a la vuelta de la esquina. Detrás de su característica (y rubísima) melena, oculta sus dudas. Y, como la persona impaciente que es, no conoce otro camino que el del trabajo.

Cada mañana, en su oficina del Elíseo, organiza la agenda diaria con papel y pluma estilográfica (le gusta evocar al autor galo Michel Butor para alabar la sensualidad de la escritura manuscrita). Quién se lo iba a decir hace dos décadas, cuando, casada y con tres hijos, se encontró con Emmanuel Macron, actual presidente de la República, aquel «loco que lo sabía todo de todo» y que era 24 años menor que ella.

¿Se etiqueta a sí misma como una transgresora? Rechaza el adjetivo; se considera, sencillamente, una heroína romántica, un personaje de Françoise Sagan, amable y burgués, a quien la pasión le cambió el rumbo y la existencia. Ahora, tras una larga carrera electoral y después de cuatro meses en el palacio desde el que se gobierna Francia, no sólo ha encontrado su lugar: también se ha convertido en un símbolo global. ¿Cómo? Principalmente, siendo la esposa de monsieur Macron, como explica en este encuentro, en el que parece empeñada en dejar claro que no es la mujer excepcional que, en realidad, sí es.

En apenas una semana, pasaste de jugar un papel discreto en el marco de una campaña presidencial de gran intensidad a empezar una vida en el Elíseo. ¿Has asimilado ya el cambio?

Con Emmanuel, estoy acostumbrada a que ocurran cosas extraordinarias: cada día me pregunto cuál será la próxima aventura. Aunque reconozco que la noche de la segunda vuelta me descoloqué; muchos pensaban que estábamos convencidos de ganar en la primera fase, pero nada más lejos de la realidad. Yo jamás me anticipo. Para mí, algo existe sólo cuando llega, no antes.

¿Cómo te sientes superados estos primeros meses?

Tras mis numerosos intercambios con diferentes cónyuges de jefes de estado y de gobierno, he comprobado que todos coincidimos en el deseo de ser útiles.

Eres una mujer libre y trabajadora a la que ahora le toca asumir el rol de superesposa y superanfitriona. ¿No cabe el riesgo de tomárselo como una especie de encierro?

¡Aún no ha nacido quien me ponga límites! Existen restricciones, está claro, pero esto no es una cárcel. Incluso aunque, para salir a diario del Elíseo, tengan que acompañarme uno o dos oficiales de seguridad. Me paseo sin preocupaciones y es un placer pararse a dialogar con la gente. Con una gorra, auriculares y gafas de sol, puedo ir al fin del mundo. Si no se me ve el pelo, voy tranquila; ahora, como mi melena asome por la gorra, ¡se acabó!

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Tu marido dice que eres «el hilo» que le mantiene vinculado al mundo real. ¿Cómo se consigue estar cerca del suelo cuando se alcanza un estatus así?

Soy una mujer igual que tú, anclada a la vida de verdad. Lo que estoy experimentando no cambia en absoluto mi percepción de las cosas. Emmanuel trabaja muchísimo y permanece en contacto permanente con la realidad. Nunca se desengancha, anda con un ojo en sus dos móviles las 24 horas, lo que requiere, por cierto, una condición física excepcional. Pero los presidentes están hechos de otra pasta. Es como si hubiesen sido tocados por una gracia especial. Y lo digo sin ninguna clase de misticismo.

Disfrutaste mucho de tu etapa como profesora. ¿Qué fue lo que más te gustó de la enseñanza?

Poco después del nacimiento de mi tercer hijo, una amiga me comentó que la Academia de Estrasburgo, cerca de donde residíamos entonces, estaba buscando profesores, y, dado que tenía formación en Letras, me presenté a una plaza y la conseguí. Al principio, sentí vértigo porque yo no había estudiado gramática: sólo literatura. Pasé 15 días sin dormir, trabajando y nada más. Sin embargo, rápidamente, la enseñanza se convirtió en una alegría y en una fuente de orgullo. Nunca me he encontrado mejor que cuando salía de una clase de las buenas, de esas en las que transmites un autor, un saber, un deseo.

¿Qué lecturas han marcado más tu manera de ser?

Tengo una pasión sin límites por Gustave Flaubert; para mí, es impensable que alguien no haya leído Madame Bovary: está escrito con una precisión milimétrica. Nadie en la historia ha sabido retratar como Flaubert la condición humana; detectaba la suciedad, la maldad y la estupidez dondequiera que estuviera. Y mi libro de cabecera es Las flores del mal, de Baudelaire. Los poetas son capaces de expresar lo inexpresable.

¿Qué tipo de educación recibiste?

Mis padres me transmitieron, por encima de todo, el respeto a los demás. Podía llevar malas notas a casa, pero eran muy estrictos con cómo tratábamos al prójimo.

Te has convertido en un icono en el planeta entero. Por ejemplo, en China, en la red social Weibo, ha arrasado un hashtag que se refiere a tu marido: #ilestmariéavecunefemmequia24ansdeplusquelui (#estácasadoconunamujer24añosmayorqueél). ¿Cómo vives ser un símbolo?

No lo soy. El único defecto de Emmanuel es... ¡tener menos años que yo! (Risas). Lo cierto es que la diferencia de edad no nos influye para nada. Jamás me he sentido atraída por los hombres más jóvenes. Y Emmanuel nunca estuvo en mi clase como alumno: la persona que aseguró que yo leía sus poemas y corregía sus deberes mintió.

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Pero sí que eras su profesora de teatro. ¿Cuándo fuiste consciente de que había algo distinto en vuestra relación?

Mientras trabajábamos en la obra de Eduardo de Filippo 'El arte de la comedia'. Escribíamos juntos los viernes por la noche. Y me di cuenta de que, el sábado por la mañana, ya estaba deseando que llegara el viernes siguiente. No entendía por qué. Me parecía una insensatez.

¿Llegaste a pensar que aquello era una transgresión?

Al contrario. Todo fue tranquilo y progresivo: no se rompió de una vez. Las separaciones siempre hacen daño; sé que así fue con mis hijos, y es por lo que más me culpo. Pero no podía no dar el paso. Si no lo hubiera hecho, me habría traicionado a mí misma. Debía vivir ese amor para sentirme plena.

¿Qué opinas de la polémica creada a raíz del hipotético estatus de primera dama que prometió Emmanuel?

Va a crear una carta de transparencia que explicará que yo no cobro y cuáles son mis funciones y los medios con los que cuento en mi día a día. En la página web del Elíseo se informará de mis citas y de mis compromisos para que los franceses sepan exactamente lo que hago.

Michelle Obama dijo: «Ser primera dama es una suerte: puedes ayudar sin que te hayan elegido». ¿Es un regalo?

Sí, me parece una definición muy acertada. Mis padres me enseñaron a dar las gracias por todo lo que he recibido. En cualquier caso, para mí está muy claro que los franceses han escogido a Emmanuel Macron, no a mí. Por supuesto, sabían que éramos una pareja.

Asististe al homenaje a Simone Veil (la política que promulgó la ley del aborto en Francia, en 1975). ¿Te influyó?

Ante semejante mujer, me quedo sin palabras. Llevaba escrito en su rostro lo que había vivido, y me inclino ante lo que ella representa. Creo que el siglo XXI será femenino, que quizá sean las mujeres quienes puedan encontrarle una solución a este mundo. Si eso es ser feminista, lo soy. Pero siempre con los hombres, de ninguna manera contra ellos.

Y, dentro de ese feminismo con el que te identificas, ¿estás de acuerdo con que se hable tanto de tus vestidos?

Si es positivo para la moda francesa, ¿por qué no?