Ha llovido desde que Willem Dafoe (Wisconsin, 1955) interpretara a Jesús de Nazaret en La última tentación de Cristo. Sin embargo, sigue teniendo el aire espectral que tan bien le ha venido para encarnar el Mal, ya sea en películas de autor como Anticristo, de Lars von Trier, o superproducciones como Spider-Man, de Sam Raimi. En el Teatro Real de Madrid estrena Vida y muerte de Marina Abramovic, creada y coprotagonizada por la artista serbia que da título a la obra, con música de Antony Hegarty, de Antony and the Johnsons.

¿Cómo se enrola uno en un 
proyecto tan poco convencional?
Cualquier actor que te diga que elige su carrera te está mintiendo o no sabe que se equivoca. Tú encuentras el trabajo y el trabajo te encuentra a ti. Esta es una producción muy épica. Yo básicamente soy el narrador y voy encarnando diferentes relaciones de Marina.

Es una propuesta arriesgada: una ópera contemporánea con músicos de pop. ¿Cómo afrontas el miedo al fracaso?
Puedo repasar todo mi trabajo y decirte qué interpretación era interesante y no una mera forma de pagar el alquiler. Me gusta trabajar con gente valiente, que esté un poco loca, quiero colaborar con creadores que sean capaces de alcanzar la poesía y lo extraordinario. Cuando tomas esta decisión, sabes que a veces fracasarás. Pero sólo doy lo mejor de mí cuando me siento inseguro, aterrorizado, desequilibrado.

A algunos puede sorprenderles 
verte sobre un escenario…
¡Me sorprendería que les sorprendiera! Mi primer amor fue el teatro. Por eso me fui a Nueva York. A finales de los 70 me metí con mi ex mujer en The Wooster Group, una compañía de vanguardia neoyorquina, y en ella he permanecido hasta que he podido (por desavenencias con su ex pareja). Últimamente me siento un poco desaprovechado, porque estoy acostumbrado a tener mi propia compañía y ahora soy un actor que se alquila por horas.

¿Cuáles son las grandes diferencias que encuentras entre el cine y el teatro?
Podríamos hablar y hablar sin llegar a una conclusión. En el cine la función del actor está más fragmentada, y no es su medio, sino el del director y el editor; en el teatro, en cambio, tienes que controlar tu ritmo. En el cine no puedes profundizar en los personajes tras una toma; en el teatro sí, porque vuelves a ellos una y otra vez cada noche. Creo que es más auténtico...

Tras más de 70 películas y 30 años 
de carrera, ¿con qué te quedas?
Al contrario de lo que se pueda pensar por algunos de mis papeles, no soy diferente del resto: quiero que la gente me quiera, aunque no estoy especialmente interesado en que me entiendan.