Observar su mirada profunda, su pelo azabache y esa piel casi canela es como perderse entre 'La chiquita piconera' y 'La fuensanta', dos de las bellísimas obras del pintor Julio Romero de Torres. La actriz Inma Cuesta (1980), valenciana de nacimiento pero andaluza de vida (se crió en Arquillos, Jaén), acumula un repertorio de disfraces soberbios que hoy la sitúan en lo más alto del cine español. En sólo 10 años, desde su debut en el musical 'Hoy no me puedo levantar' (2005), ya ha estrenado 11 películas y recibido dos nominaciones a los Goya –por 'La voz dormida' (2011) y '3 bodas más' (2013)–. Y la buena racha continúa. Lo próximo, después de muchos dramas (salvo por la citada '3 bodas más'), es la adaptación al cine de la obra 'Los miércoles no existen' (estreno el 16 de octubre), una deliciosa comedia de amor, relaciones y canciones dirigida por Peris Romano. Sobre ella hablamos con Inma, aún bajo los efectos del jet lag causado por su viaje desde Buenos Aires, donde acaba de rodar, junto a Ricardo Darín, el thriller 'Kóblic', de Sebastian Borensztein.

¿Tienes algún día favorito?
Todo depende de por dónde salga el sol. Con mi trabajo, si haces teatro, los lunes son maravillosos, porque libras. A cambio, te toca fichar todos los festivos. Pero los miércoles para mí existen porque yo nací un miércoles de madrugada. Y, como me dijo una astróloga, según el día que nazcas, eres de una manera o de otra. El miércoles es el día de la comunicación y, ya ves, así soy yo, que no callo (risas).

En la película colabora María León. ¿Seguís siendo tan amigas?
María es el mayor regalo que me llevo (se hicieron inseparables a raíz de ‘La voz dormida’, de Benito Zambrano). Se ha quedado como una hermana: ella es parte de mi familia y yo, de la suya. Hemos vivido mucho tiempo al lado. Ya no, porque ahora está en Sevilla. Pero forma parte del reparto de mi película.

Interpretas a una periodista que escribe sobre lo que le piden y no sobre lo que le gusta. Como actriz, ¿tú ya puedes elegir?
Ahora tengo más posibilidades, pero, cuando disponía de menos, decía que no a muchos proyectos. Así he forjado los pasos en mi carrera. Soy una persona muy intuitiva y, hasta ahora, dejarme guiar por mi instinto me ha ido muy bien en el trabajo y en la vida. Con 22 años, una representante me dijo que ya era mayor para dedicarme a esto. Pero no me arrugué; trabajé en una tienda de ropa y de camarera porque necesitaba el dinero mientras me pateaba Madrid dejando mi currículum. Aprendes que, como actor, dependes de muchos factores. Por eso yo no me siento responsable ni del éxito ni del fracaso de una película.

¿Te sueles ver en pantalla?
Sí. Me respeto muchísimo. Tengo miedos cuando empiezo y dudas cuando acabo. Pero soy consecuente y me caigo más o menos bien... a veces (risas).

En la vida, ¿se te ha quedado alguna historia a medias?
Nunca. ¿Padecer una úlcera por no decir las cosas? No, no dejo nada pendiente. Cuando alguien me hace algo malo a mí o a cualquier otro, se lo digo. Y soy como muy pedagoga, le razono el porqué. Y, cuando yo hago algo mal, pido disculpas. Por lo mismo, no dejo de dar muestras de amor a los que quiero. A través de la sinceridad y la franqueza, comprendes más a la gente. A estas alturas, yo ya lo entiendo todo. Me paso de empática.

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En el film, tu pareja, Gorka Otxoa, es el que quiere hijos.
Ellos lo tienen más fácil: ¡no son ballenas humanas durante nueve meses! Reconozco que poseo mucho instinto maternal, que me gustaría ser madre. No sé cuándo, pero me gustaría. Pero no todas las mujeres tienen por qué quererlo... Por cierto, ¿por qué, si es la mujer la que sufre y la que pare, hay que ponerles a los hijos el apellido del padre? ¡Pues no! (Risas).

Frente a la vida, ¿eres optimista con experiencia u optimista del todo?
Creo que optimista con experiencia. Porque, a veces, te pasan cosas que te dejan cicatrices. Intento ver el vaso medio lleno. ¡Depende del día!

¿Dirías que, con el paso del tiempo, las mujeres nos volvemos más exigentes?
Lo que aguantabas cuando tenías 20 años, a los 35 ya no. Y me imagino que a ellos les ocurrirá igual, no se conformarán. Por eso, a medida que creces, es más complicado encontrar a alguien con quien compartir la vida: ya no estás para que nadie te maree.

Acabas de rodar 'Silencio' con Pedro Almodóvar. ¿Cómo ha sido?
No hay nadie que no sueñe con trabajar con él; es un genio reconocido en todo el mundo. Al principio, me costaba salirme de lo que representa y me puse muy nerviosa en las pruebas. Pero, ya cuando empezó el rodaje, conseguí relajarme. La película va a ser preciosa. Y, para mí, supone un triple salto mortal. No, mortal no: maravilloso. Tengo un personaje de reparto, una escultora amiga de los protagonistas, pero es precioso. Además, me cambiaron el look radicalmente: me cortaron el pelo, me tiñeron de rubia. ¡Me encantó ir de rubia por la vida una temporada! El rodaje fue inolvidable.

¿Tienes algún otro logro personal reciente?
Haber superado miedos que me paralizaban, como la claustrofobia. Me angustiaba la idea de quedarme encerrada en un ascensor y llevaba muy mal viajar en avión. Me aterraba la idea de no poder salir de un sitio cuando quería. Recurrí a un terapeuta, porque yo quiero pasar por la vida aprendiendo y limando los defectos para disfrutar al máximo. Ahora lo único que me quita el sueño es estar lejos de los míos, porque soy muy familiar y me aterra que les ocurra algo malo conmigo fuera de casa.

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AL DETALLE

Sentimental. «Tengo cajas con recuerdos de mis personajes: de ‘Los miércoles no existen’, un jersey; de ‘La voz dormida’, un collar…».
Hobbies. «Dibujo, y antes hacía collares y bolsos con las telas del taller de mi padre. Mi hermana me ha regalado una máquina de coser. Soy inquieta. Me cuesta estar sin hacer nada».
Debilidad. «Mi perra, Rumba. Desde Argentina, he hablado con ella por Skype».

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Puedes ver aquí el vídeo de la producción:

preview for Inma Cuesta, para ELLE