Cuando nació, en el barrio de Torre Baró (un suburbio de Barcelona), su madre tenía 14 años. Mientras ella se ganaba la vida, ante la ausencia de su padre, lo aparcaba junto a sus dos hermanos en la biblioteca pública. Ahí empezó todo. Leyó desde cómics hasta la Odisea y se puso a escribir de manera ininterrumpida, lo que le llevó a convertirse en uno de los autores de novela negra más atípicos y respetados del momento. Se llama Víctor del Árbol (1968) y la gran bendición del público y la crítica le llegó hace un año en Francia con Un millón de gotas, el best seller que le proporcionó el codiciado Grand Prix de Littérature Policière, algo que sólo han conseguido otros dos españoles: Manuel Vázquez Montalbán y Arturo Pérez Reverte.

Ahora es el decano de nuestros galardones literarios, el Premio Nadal, el que prescribe su nuevo libro, La víspera de casi todo (Destino), un medio thriller, casi una novela psicológica, que transcurre en la coruñesa costa de la Muerte. «En el fondo es una historia de amor», dice sobre una obra que habla de la gente que no se resigna, que está dispuesta a cambiar, y con la que alimentará las nuevas lecturas de las bibliotecas públicas.

¿Podrías pasar al otro lado, el del lector, y hacernos una reseña de tu obra?
Gabriel García Márquez decía algo que me gusta mucho: «Toda novela tiene que caber en una frase del libro». Para mí esa frase es siempre el título: sin él no puedo empezar a escribir.

Gabriel García Márquez también decía que toda novela surge de una imagen.
En la mía es la visión de una mujer desnuda en un páramo frente a una tormenta. Empieza a llover y se dice: «¡Por mucho que corra no tengo con qué cubrirme ni adónde ir!». Esa imagen es también la metáfora de nosotros mismos ante una sacudida. Al final piensas: «¿Por qué corres si no puedes escapar de ti mismo? Deja que la lluvia te hunda los pies en el barro y, cuando pase la tormenta, sécate y sigue andando».

Todo sucede en Galicia, escenario de tu pasado vital y ahora de tu presente literario. ¿Qué hay de ti en este libro?
Hay un componente biográfico en todo lo que escribo, pero es que pienso que, al final, todo lo que hacemos nace de lo que somos, que es imposible desligar la experiencia emocional de aquello que creamos. Es decir: ¿por qué ahora he escrito sobre Galicia? Porque estuve casado durante 11 años con una mujer gallega. Es algo que estaba dentro de mi geografía sentimental. Lo que pasa es que para poder trasmutar lo personal en literatura tiene que pasar el tiempo; en mi caso han sido 15 años. Sólo así los recuerdos se transforman en emociones y puedes crear con ellas.

«La emoción es una forma de inteligencia», dijiste en tu discurso del Nadal.
Porque lo creo de verdad. Hay una cosa que es el instinto y otra que es la razón, y luego existe una dimensión de nosotros que solamente podemos explicar desde la emoción. No hay que confundirla con buscar de manera superficial la risa o el llanto. No. Eso es pornografía emocional. Creo que la mejor manera de entendernos a nosotros mismos es a través de los sentimientos. Ellos son los que nos mueven. Siempre le pregunto a todo el mundo una cosa que me interesa mucho: «¿Qué es para ti el amor?». Y después de dar mil vueltas llegamos siempre a la misma conclusión: el amor es la única fuerza motriz que existe. El amor no admite discusiones. No busca nada. Puedes amar sin que te amen. Puedes dar sin recibir. Es una forma de estar conectado a todo, de ser inteligente.

¿La mujer protagonista de La víspera de casi todo se mueve por amor?
Sí. Y, además, en la novela lo explica de un modo que me parece realmente bonito. Dice: «Yo no quería tener hijos, quería mi libertad. Me quedé embarazada y me odié a mí misma. Cuando di a luz fui consciente de que podía crear vida y tuve 10 años para enamorarme de ella». Sí, la presencia de su hija le enseña a amar.

Y su ausencia, a amarse a sí misma, porque en el momento en el que la pierde es cuando decide dejar atrás lo que no es verdadero en su vida.
Sí, huye de la convención de su matrimonio y también de un lado destructivo de ella misma, de una caída en el abismo. Es entonces cuando, a sus 47 años, llega a la costa de la Muerte y conoce a un chico de 17. Le fascina porque su alma es pura: no sabe mentir.

Lolita, al revés. ¿Eso es amor?
Sí, porque no es un sentimiento interesado, ninguno necesita nada del otro.

Dime, ¿de verdad fuiste mosso d´esquadra media vida?
Veinte años, desde 1992 hasta 2012.

¿Y aquello te trajo a la literatura?
(Ríe). Antes de ser mosso d’esquadra viajé por medio mundo. Fui muchas cosas: soldador, camarero, locutor de radio... Y antes de todo eso fui seminarista cinco años. El hilo conductor de todas esas pieles ha sido la literatura. Escribo cada día desde los 14 años. Y, como resume José Luis Sampedro en un título maravilloso que recomiendo siempre, Escribir es vivir, al final hablamos de la vida a través de los libros.