«Cuando el nivel de la escritura llega hasta donde lo lleva Laura Restrepo, hay que quitarse el sombrero», dijo el nobel José Saramago sobre esta dama colombiana de la literatura (1950) que escribe desde el granero de una masía de Barcelona novelas que se traducen a más de 20 idiomas. Es lo que sucederá con su nueva entrega, 'Pecado' (Alfaguara), un libro de relatos que cuestiona quiénes somos y por qué actuamos como actuamos. «Es un viaje a regiones profundas de nosotros mismos a través de personajes que se ven expuestos a lo que llamamos el mal, aunque lo suficientemente lúcidos y fuertes como para sacarnos con el bien al otro lado. Quise que cada pecado implicara su cuota de angustia y culpa, pero también su gota de alivio, indulgencia y comprensión», dice. Y, siguiendo la orden de Saramago, nos quitamos el sombrero y la escuchamos.

¿Cuál fue la chispa que activó 'Pecado'?
Una imagen icónica y poderosa, 'El jardín de las delicias', de El Bosco, su tríptico sobre el pecado original. Un cuadro de gran resonancia en tiempos como este, cuando se percibe borrosamente la línea divisoria entre el bien y el mal. Sus frutas simbolizan lo que dio en llamarse el pecado y significan la desobediencia, la perdición. Parada frente a ese cuadro y sus personajes me preguntaba: «¿Qué es en realidad lo que está prohibido? ¿Cuál es el daño que cometen estas criaturas? ¿Será el placer, como se ha dicho durante siglos? Y, si es así, ¿por qué es tan perjudicial el placer?».

¿Y lograste saber por qué el pecado ha marcado el curso de la humanidad?
El pecado es una noción ambigua que ha poseído el extraño poder de marcar destinos individuales y colectivos. Quizá porque apunta al fondo de la conciencia, donde somos materia blanda, susceptible. La iglesia y la autoridad supieron manejarlo en provecho propio para mantener al rebaño bajo control. Pero, al mismo tiempo, es curioso ver cómo al desdibujarse la noción de pecado el mundo contemporáneo cae en una suerte de limbo moral. Tal vez porque se desploma la ética religiosa antes de que se alcance a formular una ética civil, unas normas que nos lleven a respetarnos y a valorarnos los unos a los otros. Supongo que, al fin y al cabo, los Diez Mandamientos eran una guía de comportamiento bastante sensata. Habría que eliminar dos o tres por anacrónicos, pero los demás son contundentes: no matar, honrar a padre y madre, no robar. Y, sobre todo, aquello tan potente y tan olvidado de amar al prójimo como a uno mismo. ¿Cómo es tu ritual de escritura? Vivimos en la montaña, en una masía catalana del siglo XIV. Mi hijo, Pedro, me ha acondicionado el estudio justo donde una vez estuvieron los comederos de los cerdos, y sobre mi cabeza se encuentra el altillo donde ponían huevos las gallinas. Frente a mí, un ventanal que da al paisaje, con el santuario de Queralt al fondo. ¿Qué mejor lugar para escribir?

¿Intuición o método?
Soy metódica. ¡Peor aún, obsesiva! Cuando no estoy escribiendo, estoy pensando en lo que voy a escribir. Una paliza para quienes me rodean. Empiezo a trabajar muy de madrugada y hasta bien tarde en la noche. Claro que eso debo combinarlo con los ratos en familia y ciertas tareas del campo, como traer leña o arreglar el jardín. La primera etapa de cada libro siempre va a mano, en cuaderno rayado o en tarjetas de cartón, y con pluma de tinta. La segunda etapa, la redacción del texto, que requiere agilidad, decisión y muchas correcciones, ya va en ordenador.

Y para leer, ¿papel o e-book?
Las dos cosas, pero me gana el viejo amor por el olor de los libros, las bibliotecas tupidas de volúmenes y fuego en la chimenea. Un tomo bien gordo a la sombra, a la orilla del mar. O la edición de bolsillo mientras viajas en tren.

¿Qué librería te parece un paraíso?
Está en Buenos Aires; la montaron sobre un viejo teatro suntuoso en la avenida Santa Fe y se llama El Ateneo Grand Splendid. ¿Otra a la que vuelvo siempre? Strand, una de segunda mano en el Village de Nueva York.

Una adaptación al cine que supere a la novela original sería...
Para empezar, 'El padrino'. Y luego está un caso más reciente: 'El club de la lucha', con Brad Pitt y Edward Norton, basada en el libro de Chuck Palahniuk.

Si te digo 'literatura', ¿qué contestas?
Que la literatura es uno de los siete goces capitales, junto con otros seis que no vienen a cuento. ¡Qué alegría leerla y también escribirla! Esa segunda faceta la descubre cada día más gente, que ya no se limita a recibirla de otros. En buena medida eso se lo debemos a la revolución digital, que le permite a cualquiera expresarse por su propia cuenta y difundir el resultado. Parece que hoy en día hay más escritores que lectores. Vale. Bien por eso. ¿Pero dar con un buen libro, uno que nos atrape y nos sumerja en él, que nos haga olvidar todo lo demás, hasta el punto de dejar que la comida se queme en el horno, desatender las obligaciones del día, incumplir las citas y pasar de largo en pijama hasta las seis de la tarde? Ese es un plan incomparable.

«Su fascinación por la cultura popular y su humor impecable infunden placeres de lectura inconfundibles», dijo de ti García Márquez. ¿Cuál es el tuyo?
Salir a caminar con mis perros. Para mí es uno de esos seis goces restantes que no te he mencionado antes.