Escribir es complicado. Me gusta pensar que lo es también para aquellos escritores que tienen decenas de libros publicados, escritores que llevan escribiendo años. Hace falta algo (agallas, ilusión...) para no asumir que no hay nada nuevo por desempolvar; que todo ha sido dicho -o escrito- con anterioridad.

Siempre me ha gustado cuando los escritores sugieren que escribir es un acto de empatía. Es una gran frase, idealista; la empatía es un gran propósito para la vida, tanto que lo mismo cabría de esperar para el arte. Pero, sinceramente, no puedo pensar mucho en eso mientras estoy trabajando si quiero ser capaz de plasmar algo sobre el papel.

En los meses que pasé escribiendo lo que sería mi primera novela (después de una década dando forma y abandonando otras tres), intenté no pensar demasiado en ello, igual que intenté no pensar demasiado sobre cómo debería hacer las cosas. Estaba demasiado asustado para ello. Mi libro, Rich and Pretty, trata de la amistad entre dos mujeres y de cómo esta evoluciona con el paso de los años mientras las diferencias se van incrementando.

Siempre vi este libro tan grande como la amistad sobre la que trataba. Quería escribir sobre la vida de las mujeres que he conocido, sobre el periodo en nuestras vidas en el que creemos que nada cambia y todo cambia un poco. En The Group, Mary McCarthy dramatiza las posibilidades que tuvieron mujeres de su generación tras graduarse en Vassar. Los tiempos han cambiado y yo he decidido seguir a dos mujeres (que McCarthy pudiese lidiar con 8 demuestra su brillantez) y ver las posibilidades que nos presenta la vida cuando pasamos los 30. Es un libro que va casi exclusivamente sobre esas mujeres, sobre la feminidad: sobre qué piensan de política, de sexo, dinero, familia, el trabajo o la felicidad.

Cuando terminé de escribir la novela y finalmente empecé a luchar con editores y agentes, todos me hacían la misma pregunta: ¿por qué escribiría un hombre una novela sobre mujeres?

Entendí que la pregunta era una forma de aclarar si yo habría manejado bien toda esa empatía que se espera. Si un escritor falla al captar a un personaje, un escenario o un diálogo, se aleja de la historia; si el escritor escribe sobre un personaje que no piensa en otra cosa que en sí mismo, como hacía yo, y lo hace mal, ese escritor es desenmascarado como alguien que no pudo manejar la empatía, alguien que no pudo entender el mundo más allá de sí mismo. De hecho, es mucho peor. ¿Cómo osé escribir sobre algo que, obviamente, no conocía?

No hace falta decir que en ficción, muchos hombres han escrito sobre mujeres y muchas mujeres han escrito sobre hombres. En Mating, Noroman Rush crea un narrador femenino de deslumbrante inteligencia y feroz voluntad, alguien que es a veces tan desagradable como atractivo, tan vibrante que ni necesita un nombre. En A Little Life, Hanya Yanigahara representa un íntimo círculo amistoso de hombres, y lleva su propia masculinidad al tema central del libro.

Además están Henry James, Willa Cather, George Eliot, Thomas Hardy, Hilary Mantel... La lista es infinita. Saber esto me hizo sentir más cómodo cuando estaba escribiendo. Pensar que si Willa Carther y Norman Rush lo hiciero, tú también puedes. Hace unos años, Jonathan Franzen publicó Libertad, una ambiciosa novela en la que uno de los personajes principales era Lalitha, una mujer de descendencia india. Me quedé consternado por su increíble competencia, desalentado por las descripciones de su tono de piel, y totalmente molesto cuando la sacaron sin motivo del argumento de la forma más ridícula posible.

Lo siento por escoger a Franzen, cuyo trabajo admiro, pero la verdad, pensé mucho en la muerte de esa pobre india cuando estaba escribiendo mi propio libro. Busqué a Lalitha esperando no encontrarla. Estudié los pequeños detalles de las vidas de mis protagonistas, sus pensamientos, sus circunstancias, y esperé no encontrar nada que hiciera al lector cuestionarme a mí en vez de al personaje.

Yo sabía que si trataba a cualquiera de mis personajes como Lalitha había sido tratada, en mi relación con el lector habría habido un fallo de empatía y una ruptura con el arte.

Para contar la historia que quería contar necesité alejarme mucho de mí mismo, de mi propia vida, de mis propias experiencias, de aquella frase de instrucciones de: escribe sobre lo que sepas. No me importa admitir que me pareció de lo más inquietante. La incertidumbre forma parte de mi vida, ¿va a salir quemada la lasaña?, ¿soy un mal padre? ¿soy un terrible escritor? Pero la incertidumbre que me rodeaba y sobre la que estaba escribiendo era diferente.

Por supuesto, generaciones de mujeres han entendido cómo el lenguaje es una de las maneras en las que el hombre ejerce dominancia. Aunque estaba llevando mi trabajo más allá, no podía parar de preguntarme si no estaría ejerciéndola yo también en lo que escribía.

Acumulamos beneficios y la consecuencia es que ser hombre nos ayuda en la vida y en el arte. Si escribir de verdad es empatía, entonces saber tu sitio en la sociedad tendría que ayudarte con eso. Claro que también entiendo los privilegios que tengo por ser un hombre gay, además de indio, y por criar a unos hijos negros. Creo que entender quién soy me ayuda a escribir sobre gente que no es como yo.

Esta conciencia de lo que estaba haciendo, que me colocara una máscara, que contara una historia que no fuese la mía, era muy útil. Pero escribir el libro que quería escribir, sin embargo, podría no ser meramente un acto; la empatía real requiere sinceridad .

Aparcadas las dudas, terminé el libro. Lo saqué al mundo. Como es bien sabido, la maquinaria del negocio editorial la rigen mujeres. Y me parece una gran comodidad. Mi trabajo pasó, por tanto, de ser una ilusión privada a un acto público, y desfiló por numerosas mujeres; de mi agente a mi editora para empezar. Naturalmente, no depende de nosotros sino de los lectores juzgar si realmente he llegado a conseguir esa empatía, si he contado con éxito una historia que no me pertenece. Estoy nervioso, pero tal vez sea así como me debo sentir.

No escribía sobre lo que conocía de primera mano, escribía sobre lo que llevaba toda la vida investigando

Es sólo ahora, unos años después de haber terminado de escribir la novela (el proceso de manuscrito a libro real es muy largo) que veo un poco más clara la forma en la que estaba escribiendo sobre lo que sé. Como un niño afeminado, todos mis amigos eran niñas. Y esto se mantuvo así en la universidad. Empecé mi carrera en revistas de moda, y luego me puse a trabajar en la publicidad del mismo ámbito; mis jefes, mis colegas, mis clientes, eran casi todas mujeres.

No soy una mujer, por supuesto, y no había mucho en mi libro que me exigiese pensar exclusivamente como una mujer, en la geografía de su propio cuerpo, en la experiencia del parto, en la mecánica de las relaciones heterosexuales. Es justo decir que como hombre gay es más probable que se me permita una novela como esta, antes que a un hombre blanco y heterosexual. Pero yendo al grano, siendo el tipo de hombre que soy, soy muy consciente de que a menudo la gente piensa de forma errónea lo que significa ser una persona como yo, y por lo tanto soy consciente de que no quiero hacer lo mismo a los demás en mi trabajo. Es esto lo que le falta a la frase de instrucciones que dice "escribe sobre lo que sepas": en la vida, siempre se puede aprender algo nuevo.