"No me considero un pesimista. Creo que un pesimista es alguien que está esperando que llueva. Y yo me siento empapado hasta los huesos". Leonard Cohen falleció anoche, y lo hizo a los 82 años, y lo hizo apenas un mes después de presentar su último disco, 'You Want It Darker' (Lo quieres más oscuro), un trabajo en el que miraba de frente a la muerte. Una vez más, porque ya lo había hecho antes, pero esta vez con más crudeza: "Estoy preparado, mi señor", asevera en la canción que da título al disco. En el tema 'Traveling Light' escribe: "Imagino que soy alguien que simplemente ha renunciado a mí y a ti".

Leonard Cohen escribía así. Era pura poesía. Los versos de sus canciones podrían estudiarse (y de hecho, se hace) en las universidades, y ello le llevó a ser durante años candidato al Nobel de Literatura (al final se lo llevó su amigo Bob) y a ganar en 2011 el Príncipe de Asturias de las Artes "por una obra literaria que ha influido en tres generaciones de todo el mundo, a través de la creación de un imaginario sentimental en el que la poesía y la música se funden en un valor inalterable".

Se ha apagado su voz. Esa voz susurrante que no exactamente cantaba las canciones, sino que las declamaba, como si fuera el último rapsoda sobre la faz de la tierra. Siempre acompañado de su sombrero, siempre creando un clima cálido en sus encuentros con el público. Y hasta el final: su última gira la realizó a principios de este año, siendo consciente de que podría ser la última, pero nunca dejándolo traslucir.

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Leonard Cohen nació en Montreal (Canadá) en 1934, en el seno de una familia judía. De joven se interesó por Federico García Lorca y, gracias al granadino, Cohen empezó a escribir poesía. Publicó cinco libros de tal calidad que la crítica le comparó con James Joyce. Pero a principios de los sesenta, ocurrió el cambio que marcaría su vida: su encuentro en un parque de Montreal con un joven español que tocaba la guitarra flamenca.

La anécdota la contó él mismo en Oviedo, en la entrega de los premios Príncipe de Asturias: "Vino a casa de mi madre al día siguiente y dijo: 'Déjame oírte tocar algo'. Yo intenté tocar, y él dijo: 'No tienes ni idea, ¿verdad?'. Yo le dije: 'No, la verdad es que no sé tocar'. [Tras afinarla] Me la devolvió y dijo: "Toca ahora". No pude tocar mejor, la verdad.

"Me dijo: "Deja que te enseñe algunos acordes". Y cogió la guitarra y produjo un sonido que yo jamás había oído. Tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: "Ahora hazlo tú". Yo respondí: "No sé hacerlo". Y él dijo: "Déjame que ponga tus dedos en los trastes", y lo hizo "y ahora toca", volvió a decir. Fue un desastre. "Volveré mañana", me dijo. Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas–". Dio clases con él tres días, y al cuarto no vino. Luego se enteró de que se había suicidado. "Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música", concluyó.

Marianne

Mientras era ese joven poeta que aprendía a tocar los seis acordes flamencos en trémolo, viajó a la isla de Hidra, donde se estaba creando una comunidad de artistas y bohemios. Y allí fue cuando conoció a la mítica Marianne que marcaría su carrera para siempre. Marianne Ihlen era la mujer del escritor noruego Axel Jensen y, según cuenta la leyenda, su pareja le dejó abandonada y ella se puso a llorar delante de una tienda. Cohen la vio y, para animarla, le dijo que se viniera con sus amigos. Así comenzó una historia de amor que, con sus altibajos, se prolongaría siete años y que concluyó con 'So Long Marianne', una canción de despedida que formó parte de 'Songs of Leonard Cohen', su primer disco.

El pasado verano, Marianne falleció de leucemia. En su funeral, se leyó una carta que había escrito Cohen para ella: "Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía... Todo el amor, te veré por el camino".

Dos años y una obra maestra

La trayectoria de Cohen, desde entonces, ha sido impecable. Aquel primer trabajo sonaba folk y espiritual, y ya marcaría para siempre su carrera. También trató temas como el sentido de la existencia y la supervisión del amor, que le llevaron a componer temas tan conocidos como 'Dance Me to the End of Love' y 'Hallejujah', ambas pertenecientes a su disco 'Various Positions', de 1984. Se dice que mantuvo una conversación con Dylan sobre esta canción, porque el de Minnesota le preguntó que cuánto tiempo tardó en componerla y Cohen le respondió que dos años.

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Es curioso que un cantautor tan profundo, introspectivo y personal encontrara su mayor momento de éxito justo en los 80, cuando decidió acercarse a los sintetizadores. Así sucedió en su trabajo 'I'm your man', donde aparecía la canción que daba título al álbum y, sobre todo 'First We Take Manhattan' o 'Take This Waltz'. Pero nunca perdió intimidad y poesía, ni al llegar el nuevo siglo, cuando el cuerpo se iba resintiendo y cuando el mundo de la música quería decirle algo en forma de tributos y homenajes.

Tuvo episodios de pánico, problemas con el alcohol, adicción a los antidepresivos. Era un genio, pero era humano. Se refugió en un monasterio budista a encontrar el sosiego hasta que se enteró de que su representante, Kelly Lynch, le había estafado y había robado casi todo su dinero. Tuvo que volver a salir de gira con más de 70 años, abatido y cansado, para salir de la ruina; incluso se vio obligado a vender su casa.

Su creatividad no se resentía y en 2012 publicó 'Old Ideas' y en 2014, 'Popular Problems'. Pero todo tenía un límite, y él, consciente de ello, ha querido despedirse de nosotros con 'You Want It Darker'. Sí, ha hecho un Bowie, y nos duele porque no sabíamos que se iba a marchar, pero al menos nos ha dejado un testamento musical.

El mundo es hoy un poco peor que hace tres días porque ahora Donald Trump es el hombre más poderoso del mundo y no tenemos a Leonard Cohen, ni a su música ni a su poesía, para salvarnos. Que él descanse en paz. Y mientras, aferrémonos a sus enseñanzas: "Hay una grieta en todo; solo así entra la luz". Hallelujah.

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