Salta a la vista que, en esta sociedad ampliamente digitalizada y controlada bajo el yugo de las redes sociales, donde la crítica se hace más fácil ocultos tras la pantalla de nuestro ordenador o smartphone, y en la que todos absolutamente estamos conectados, cada vez nos preocupamos más por nuestro aspecto físico, llegando hasta el punto de controlar cada mínima caloría que ingerimos, con un único fin que, aunque nos empeñamos en ocultar, se hace más que evidente: agradar al otro.

No hay más que fijarse en el boom que recientemente han experimentado las pulseras de actividad, esas que lejos de ser un mero pulsómetro o un cuentapasos cualquiera, controlan tu sueño, tu tiempo de actividad o inactividad, diciéndote incluso las calorías que quemas o aquellas que deberías ingerir, en definitiva, como si llevaras a tu madre en la muñeca. Y ya no hablemos de cuando estas se unen a los smartwatches avisándote de tus Whatsapps, mensajes, llamadas y notificaciones diversas. Imposible desconectar.

Tal ha sido la fiebre que incluso estos nuevos gadgets han conseguido colarse en las aulas de, no sólo adolescentes, sino de los más pequeños de los patios de los colegios de todo el mundo, llevando al isntituto femenino Stroud de Gloucestershire (Inglaterra) a prohibir pulseras de actividad y smartwatches en su centro, por considerarlos un peligro para la salud de los alumnos, temiendo, incluso, desórdenes alimenticios.

"Estamos prohibiendo Fitbits y smartwatches. Éstos controlan el número de calorías quemadas y hemos observado que algunas chicas supervisan el número de calorías que han tomado y las que han quemado. Si sienten que no han caminado suficiente por la mañana, no comerán", explica la directora adjunta del instituto Cindi Pride, intranquila porque estos dispositivos despierten las preocupaciones de las jóvenes en cuanto a su aspecto. Y es que, si ya en el mundo adulto todos nos obsesionamos con la imagen que damos al resto del mundo, este mismo problema se magnifica con creces en la adolescencia.

Pero por si esto fuera poco, los jóvenes de la sociedad 2.0 también tienen que hacer frente a las redes sociales, el arma más poderosa del siglo XXI, que si ya pensábamos que tenía enganchadísimas a nuestras celebrities favoritas, lo de los adolescentes es algo que no tiene parangón. Rumores y críticas en Twitter, comentarios y fotografías en Instagram y mensajes de Whatsapp hacen que los adolescentes nativos digitales no se separen de sus teléfonos móviles ni siquiera para dormir: "Se cree que la adicción a los medios de comunicación social afecta a alrededor del 5% de los jóvenes, y las redes sociales se describen como más adictivas que los cigarrillos y el alcohol", informa la directora asistente, Nadine Moore, en una carta en la que comunica a los familiares de los estudiantes las nuevas normas del centro.

"Las investigaciones indican que los jóvenes que son grandes usuarios de las redes sociales - invierten más de dos horas al día en ellas - tienen más probabilidades de reportar una mala salud mental", explica Moore en el comunicado. "Mientras que para muchos jóvenes el temor de no estar al día puede no ser un problema, para otros supone ansiedad y sentimientos de inadecuación", continua la directora al hablar de cómo afecta el uso de las redes sociales en los adolescentes.

Por todo ello, para la vuelta al cole el centro prohibirá que las niñas de los 7 a los 9 años usen sus teléfonos móviles durante la jornada escolar. Por su parte, los alumnos de entre 10 y 11 años podrán usar sus teléfonos durante la comida y los de secundaria y bachillerato podrán echar mano de ellos durante todo el día respetando los horarios de clase.