Emma Watson, la chica Amenábar
La valiente Hermione crece y deja la magia a un lado. Ahora se enfrenta a la edad adulta y nos cuenta cómo ve su futuro.
Actriz y universitaria
Es de noche y Londres desborda glamour en todo salvo en la cantina mexicana que Emma Watson (París, 1990) ha elegido para cenar. El lugar tiene una atmósfera afterwork especial. Las ventanas, cubiertas de escarcha, brillan adornadas con llamativas luces de colores. Y la barra rebosa de gente. No es precisamente el sitio en el que esperarías conocer a la estrella de la saga cinematográfica Harry Potter. Sin embargo aquí estamos, compartiendo fajitas de pollo y tomándonos un par de mojitos bastante aceptables. Watson señala detrás de la barra y declara orgullosa: «Si os fijáis, ahí arriba, en esas pizarras está mi nombre. Es por los chupitos de tequila». Al preguntarle por qué ha decidido quedar en este restaurante, sonríe. «Pensaba que así os mostraría la dicotomía de mi vida». Con 23 años Emma es una flamante estrella de Hollywood cuya fortuna se estima en más de 30 millones de euros. También es un icono de moda que ha protagonizado titulares en los Globos de Oro por llevar un vestido rojo Dior Haute Couture con espalda al aire ¡sobre unos pantalones! Y además es la estudiante universitaria más famosa de Estados Unidos. En el late show de David Letterman contó la vergüenza que pasó durante su segundo año en la Universidad Brown, cuando se equivocó en clase al pedir un condón (rubber en inglés americano significa condón mientras que en inglés británico es una goma). Emma acaba de terminar un estricto curso de teoría crítica literaria. «Me gustaría decir que me encanta la teoría de la estética de Kant –dice mientras se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja–, pero estaría mintiendo y sonaría muy pretencioso». Se confiesa más entusiasta de las series House of Cards y Friday Night Lights y de la cantante Patti Smith, con la que –haciendo hincapié aún más en la dicotomía de la que hablaba– mantiene una inusual amistad por correo electrónico.
Cuando en junio se licencie en Filología Inglesa, Emma tendrá que enfrentarse al problema que acecha a todos los recién graduados: ¿Y ahora qué? Recientemente se quejó en su cuenta de Twitter: «Lo único que quiero es saber exactamente cómo van a ser los próximos diez años de mi vida, ¿vale?». Y añadió: «Y tenerlo todo organizado por colores en un calendario. De verdad, ¿es esto pedir demasiado?».
De niña mona a bellezón
El vértigo que produce este particular punto de partida se ve multiplicado por mil en el caso de Watson. Se trata de una chica que creció en el universo paralelo de las ocho películas de Harry Potter, interpretando a la sabelotodo de origen muggle Hermione Granger desde los 9 hasta los 21 años. «Hay muchas actrices que han aparecido hace uno o dos años y se han dado a conocer como personas adultas», comenta mostrando una amplia sonrisa. «¡Me dan tanta envidia! Porque a mí todo el mundo me ha visto con esos horribles cortes de pelo y esos dientes horrorosos, ha oído las estupideces que decía y ha mirado toda esa ropa espantosa que me ponía. Como aquel vestido que llevé para el estreno del final de Harry Potter. Parecía El Hada de Azúcar (del ballet El cascanueces). Igual que un merengue».
Desde que concluyó la saga Potter en el año 2011 (tras vender cerca de 6.000 millones de euros en entradas en todo el mundo), hemos visto a Emma transformarse de niña mona en una belleza espectacular del tipo Natalie Portman –la cual, siendo sinceros, apenas tuvo momentos merengue–. Pero la hemos observado siempre desde una cierta distancia. Ahora que la universidad está a punto de arrojarla al mundo real, se enfrenta a la pregunta implícita que suele acompañar a los antiguos niños prodigio: ¿y si ya he alcanzado mi tope? Pero Watson lo tiene muy claro: «Aún me queda mucho por hacer y demostrar», contesta rotunda.
Los demás implicados en la franquicia Harry Potter han tenido que continuar con sus carreras de distintas y fascinantes maneras. La creadora, J.K. Rowling, presentó su última novela, El canto del cuco, bajo un pseudónimo, quizás para evitar un circo mediático. El libro cosechó buenas críticas pero no se convirtió en best seller hasta que no se destapó la identidad de la autora. Daniel Radcliffe, el que fuera niño mago, demostró su hombría enseñando su virilidad al bajarse los pantalones en Equus, la producción teatral de Broadway, en el año 2008.
Emma Watson ha sido más comedida en su estrategia. «Me han ofrecido papeles que no me parecían especialmente complicados», afirma. «Mujeres con una sola dimensión. Personajes que requerían que yo fuese una sola cosa. Algo que no ocurre nunca con las mujeres reales», dice. Así que, en lugar de lanzarse a hacer trabajos mediocres, se refugió en Providence (Rhode Island), apareciendo sólo en proyectos que la mantuvieran en forma y que le supusieran un reto como personaje público.
En la película The Bling Ring (2013) de la directora Sofia Coppola, Emma rezumaba un patetismo desalentador en su papel de niña malcriada que se dedica a robar en la casa de Paris Hilton. El hecho de que el guión requiriese interpretar por primera vez un objeto sexual sólo le añadió más atractivo. «A veces tengo que invertir mucho tiempo para convencer a los directores de que puedo interpretar papeles de adulta», comenta. ¿La manera de solucionarlo consistiría en deslizarse por una barra de pole dance o contonearse enfundada en un Hervé Léger? Watson, en el cameo que hizo en la parodia apocalíptica Juerga hasta el fin (2013) de Seth Rogen, echó por tierra su imagen inocente hacha en mano. El actor Danny McBride declaró: «Hermione nos ha robado», y Watson rió la última. Aun así, Harry Potter es el típico fenómeno de cultura pop que puede que nunca desaparezca. El día de nuestra cita con Emma, escuchamos la noticia de que Rowling va a coproducir una secuela de la serie en un escenario del West End londinense. La actriz, que escucha de mí la noticia por primera vez, me mira incrédula y saca rápidamente su iPhone para buscarlo en Google. «Tienes razón», comenta. Y añade con alivio: «Por suerte nadie me preguntará si voy a interpretarme a mí misma de pequeña».
La comida mexicana a buen precio parece que tiene sentido como parte de un mix high & low –mundo del espectáculo y mundo real–, cuidadosamente seleccionado por Emma Watson, y que es extensible incluso a su look: tacones de Lanvin y calcetines hasta la rodilla de Barneys combinados con una falda de flores vintage que encontró en un mercadillo de Los Ángeles.
El mensaje es alto y claro: ¡sólo soy una estudiante universitaria hablando de exámenes finales con un tequila! Pero su verdadera condición queda al descubierto cuando un niño de 12 años se acerca con su hermana pequeña hasta nuestra mesa en busca de un autógrafo. ¿Tiene la actriz alguna frase estándar para este tipo de cosas? «Solía escribir: “Cree en la magia”», comenta algo avergonzada. «Ahora sólo pongo: “Con cariño, Emma”». Cuando los niños se marchan felices, se dejan en la mesa el bolígrafo dorado y con aspecto de caro de su madre. «Esto me pasa muy a menudo», afirma Watson encogiendo los hombros y mirándolo como si fuese un objeto radiactivo. «Tengo una gran colección de bolígrafos».
Una muñeca de porcelana
La expresión de su cara dice lo que su boca, experta en prensa, calla: mi vida es jodidamente rara. Su existencia ha sido un largo camino que comenzó en el tedioso Oxford donde, cuando aún era una niña que iba a la escuela, unos cazatalentos vinieron buscando a los tres protagonistas de la versión cinematográfica de Harry Potter. Mientras que los padres de Radcliffe y Rupert Grint dejaron sus trabajos para supervisar las carreras emergentes de sus hijos, los padres de Emma, ambos abogados, divorciados desde que ella tenía 5 años y con seis hijos entre los dos, se aseguraron de que tuviera una cuidadora, sin embargo no relegaron sus trabajos en favor del de su hija.
La importancia de tener que madurar así de rápido no debe exagerarse. La actriz ha sido descrita por la prensa como una muñeca de porcelana, la alumna de Harry Potter que más se corresponde con su personaje, la primera en levantar la mano en clase. Y, de hecho, la verdadera Hermione/Emma se hizo voluntaria para la ong Citymeals-on-Wheels durante el tiempo libre que le quedó cuando el huracán Sandy retrasó la producción de la película Noé en Nueva York. Aun así, Watson insiste en que se ha rebelado a su manera. Una de sus mayores discusiones con David Heyman, el productor de Harry Potter, no tuvo que ver con el salario ni con el tamaño de su rulotte, sino con un desacuerdo sobre su independencia. Ella estaba desesperada por ir conduciendo sola al trabajo. Perdió la batalla por temas de seguro, pero consiguió convencer a su chófer, Nigel, para que le enseñase a conducir. «Recuerdo haber leído algo que escribió Elizabeth Taylor», comenta. «La besaron por primera vez en el set de rodaje, interpretando a un personaje. Aquello se me quedó grabado. No sé cómo ni por qué, pero pensé que, si no tenía cuidado, esa podía ser mi historia. Que mi primer beso podría ser con la ropa de otra persona. Y que mis experiencias pertenecerían a alguien distinto a mí».
"No siempre salgo con chicos guapos"
Así que, mientras Daniel Radcliffe, según parece, no suele salir de casa sin un guardaespaldas, Emma Watson empezó su carrera universitaria mudándose a un colegio mayor de primer curso, algo memorable, y la definición exacta de exponerse. Se cortó el pelo y apareció en una obra de teatro de Chéjov junto a sus compañeros. Hubo momentos en los que, según nos cuenta, llegó a pensar: «No sé si podré hacerlo. O si seguir haciéndolo sería lo más sensato». Pero se mantuvo firme, rechazando trabajos bastante buenos pero que podían interferir con sus estudios. «Sencillamente, no quiero una vida de la que no pueda disfrutar», afirma. «Y por eso he sido siempre tan obstinada con todo este tema».
Durante un tiempo, Emma no estuvo segura de seguir actuando. Pero el guión de Las ventajas de ser un marginado (2012) la trajo de vuelta con una ferocidad para la que no estaba preparada. Basada en la novela del mismo título y adaptada y dirigida por su autor, Stephen Chbosky, la película contaba el despertar a la madurez de unos inadaptados en el instituto, con Watson perfecta en el papel de una alumna de último curso atraída por un chico depresivo e incomprendido. Al preguntarle por qué salió a recaudar en persona el dinero para este filme independiente de trece millones de dólares, alude a su trasfondo romántico citando una frase del guión: «Aceptamos el amor que creemos que nos merecemos». Y nos hace una extraña confesión: «No siempre salgo con chicos superguapos, aunque, en cierto modo, eso es lo que se espera de mí. Esa frase me hizo comprender que tengo una responsabilidad conmigo misma». Quizás Emma se refiera a su experiencia con Francis Boulle, una estrella británica con quien salió una vez y que comentó a la prensa que había roto con ella porque «no quería ser el novio de una actriz infantil».
Watson comenta que la experiencia de rodar esa película en Pittsburgh fue más universitaria que asistir a la propia universidad. Entre sus proezas, salir con el coprotagonista, Johnny Simmons, con el que cortó mientras estaban en la piscina, a las tres de la mañana. «Fue en un hotel –aclara con una sonrisa–. Había una verja que la rodeaba. Mis amigos se dieron la vuelta y, de repente, desaparecí. Y lo siguiente que vieron fue a mí en lo alto, escalando la verja». Esto, aparentemente, no es tan ajeno a su carácter como podríamos suponer. Comenta tímidamente: «Me deberían pasar más cosas de las que me pasan».
La hija de Noé
No deja de esforzarse y ha dado un salto de gigante con su papel más exigente hasta la fecha. En la nueva película sobre la epopeya bíblica Noé, del director Darren Aronofsky (El cisne negro, 2010), interpreta a Ila, la hija adoptiva de Noé. Sus compañeros de rodaje –los pesos pesados Anthony Hopkins, Russell Crowe y Jennifer Connelly– eran auténticas bestias actuando. La actriz describe esta superproducción de 125 millones de dólares como un estudio íntimo de personajes. «Es shakespeariano. Cuenta lo que le ocurre a esta familia cuando la colocamos en un espacio cerrado durante 40 días y 40 noches. Es el fin del mundo y vemos cómo estas personas tan diferentes se enfrentan a las consecuencias de un hecho impactante. ¿Son buenos los seres humanos? ¿Son malos? Se tratan temas épicos».
La historia se extiende a lo largo de muchos años, lo que supuso un reto a la hora de hacer el casting. «Necesitábamos el aplomo de una mujer fuerte», comenta Aronofsky, «así como la inocencia de una chica joven. Y, por supuesto, de una gran belleza». Recuerda los nervios de acero de la actriz en el set mientras se acercaba a Russell Crowe. «Empezamos con una de las escenas más duras de Emma», cuenta el director. «Rodábamos en una playa de Islandia con una situación meteorológica complicadísima. La fuerza del viento apenas nos dejaba oír a los actores. El sol iba y venía. Teníamos que esperar a tener la luz adecuada y entonces era como “¡ahora, ahora!”. Y luego “¡parad, parad!”. Ella fue capaz de dejar a un lado todas estas fuerzas de la naturaleza para centrarse en la interpretación». Watson comenta entre risas: «A menudo me preguntaba si Darren preparaba este tipo de situaciones para ponerme a prueba».
En el preestreno, la película ofendió a gente religiosa a causa de sus ángeles nada ortodoxos y por la sugerencia de que Noé podría haber sido el primer ecologista. Pero la actriz se sintió atraída por esta película de manera personal y ajena a la política. «Iba de verdad a dejarme la piel», comenta. «Ha sido mi primer papel de mujer adulta». En una de las escenas su personaje se queda mirando al abismo, aterrorizada por su futuro. Un temor profundo se apodera de la voz de Emma Watson cuando le pregunta a Noé: «¿Ha llegado el final?». «Creo que durante la audición de esa escena Darren vio que tenía algo que decir, que mi interpretación era real». Estamos acabando de cenar cuando un vaso se cae de una de las mesas de al lado y se hace añicos. «Caos», comenta Watson, utilizándolo ingeniosamente para desviar la conversación sobre su futuro. Aún no está preparada para enfrentarse a este tema aunque ya le hayan llegado preguntas de todas partes, y no sólo de periodistas. «La gente me dice: “¿dónde vas a vivir?”, “¿qué harás?” No sé. Soy demasiado joven para decidir si quiero vivir aquí o en Nueva York o en Los Ángeles o en cualquier otro sitio. Y es algo a lo que me enfrento continuamente desde hace tres años. ¡En realidad, debería saberlo! ¡Debería tomar una decisión! ¡Debería comprometerme!».
Profesora de yoga
Poco después de nuestro encuentro nos enteramos de que Emma y su novio de la universidad, Will Adamowicz, han roto. Unos días más tarde se rumoreaba que estaba saliendo con un barbudo jugador de rugby de Oxford de 21 años llamado Matt Janney; los dos fueron fotografiados besándose en una playa del Caribe. Ella se había mostrado ambigua al referirse a su estado sentimental durante los postres en Londres, pero sí que compartió una historia. Le encanta hacer pan de plátano y cuenta que fue un novio suyo quien le enseñó a hacerlo. «Me levanté una mañana. Tenía unos plátanos que se iban a poner malos y él me dijo: “No los tires, utilízalos”. Me quedé alucinada. Pero eso hago desde entonces». Le menciono su cita favorita de la película Las ventajas de ser un marginado. «Sí, un hombre que hace pan de plátano», afirma. «Ese es el amor que te mereces».
Para una friki del control, como ella misma se describe, Emma Watson tiene algunos blancos en su agenda en estos momentos. Ya está rodando Regression, el nuevo thriller de Alejandro Amenábar junto a Ethan Hawke, y tiene algunos proyectos que la esperan con los directores Stephen Chbosky, Guillermo del Toro y David Heyman. Aun así, no cuenta con un plan claro de supervivencia. «Podrías pensar que estoy loca», comenta, «pero necesito encontrar una forma de sentirme a salvo y como en casa en cualquier lugar. Porque no puedo confiar en tener siempre un sitio físico concreto». Así que el año pasado se sacó el certificado para enseñar yoga y meditación. «Si aprendo algo, realmente es para dejar de cuestionarme e intentar encontrar respuestas y certidumbres».
Antes de subirse al coche y desaparecer a toda velocidad en la noche londinense, Emma Watson reitera una certeza sobre su futuro: su intención de vestirse con un tipo de ropa muy diferente a la que nos tiene acostumbrados desde hace años, y de hacer algo tan normal como ir a su ceremonia de graduación. «Mucha gente me dijo que no sería posible», comenta. «Yo seguía pensando: “No me importa. Esto es lo que quiero hacer”. Graduarme, para mí, tiene una gran carga simbólica. Estaré allí. Y daré una fiesta. Y por supuesto acabaré borracha».
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