Estamos con un compañero de trabajo, y le llamamos Carlos, Luis, Manuel... hasta que acertamos que es Hugo. Confundimos los nombres de nuestros hijos. En 'Friends', Ross se equivocó en el altar con Emily. ¿Cuántas veces nos ha pasado? Cientos. Y ahora, expertos del departamento de Psicología de la Universidad de Duke y del Centro de Investigación de Memoria Autobiográfica de Dinamarca han averiguado por qué sucede esto.

En el estudio publicado en 'Memory and Cognition', participaron 1.700 personas a las que se les preguntó si se habían equivocado al llamar a alguien alguna vez y cuáles habían sido las confusiones exactas. Los investigadores vieron que este error lo cometían personas de todas las edades y que el más común era el de un progenitor -generalmente la madre- confundiéndose de nombre de hijo y el menos, el de llamar a los niños por el nombre de la mascota.

Según los expertos, no tiene nada que ver con que los nombres empiecen igual, que seguro que es lo primero que has pensado. Esto ocurre porque existen una serie de redes semánticas que reúnen, en nuestra mente, a nuestros conocidos por grupos: familiares, amigos, novias... La conclusión es que, si te llaman por el nombre de otro de ese grupo no es un error grave, solamente ha sido un fallo pero sin mala intención.

Es decir, que te quieren como parte de un 'pack' más cercano a ti. Esto descarta que si te llaman con el nombre de otra persona se estén acordando de esa otra, sino que la mente elige dentro del grupo la que primero le viene a la cabeza. Vamos, que si tu madre te llama por el nombre de tu hermana es porque ella os quiere a las dos, y os asocia a la una con la otra.

En el estudio se han visto patrones similares, como que los miembros de una misma familia se equivocan con nombres de dicha familia o que un grupo de amigos se confunden entre sí, pero lo más sorprendente del informe es que una familia suele confundir nombres de los miembros con el nombre de su perro, y no de su gato, lo que sugeriría que la gente considera parte de su familia a los perros pero no a los gatos.

En conclusión, la próxima vez que alguien se equivoque al llamarte, no te enfades; piensa que formas parte de su círculo semántico más querido.