Aunque son cosas muy diferentes, muchas veces confundimos ansiedad y estrés, porque están íntimamente relacionados y los síntomas que producen suelen ser muy similares: son respuestas adaptativas del organismo, que lo único que pretenden es ayudarnos a afrontar, superar o sobrellevar una situación que se nos presenta.

Hemos hablado con dos expertas, Julia Vidal, psicóloga y directora de Área Humana, y la doctora Marisa Navarro, terapeuta y escritora, autora de 'La medicina emocional' y 'El efecto tarta', para que nos expliquen la diferencia entre ambos términos. Estas cinco preguntas tienen las respuestas a todas tus dudas.

¿Cómo definirlas?

"El estrés es un proceso en el que se desencadena un conjunto de reacciones físicas ante ciertas situaciones vitales complicadas en las que sentimos que no tenemos el tiempo o los recursos necesarios para afrontarlas, y entonces nos desbordan", explica Julia Vidal. Está causado por tanto por una situación o estímulo, interno u externo, presente en ese momento en nuestra vida, y que lo identificamos perfectamente: un examen, la sobrecarga de trabajo, o un dolor de espalda. "Sabemos que está ahí y nuestro ser, física, psíquica y emocionalmente, reacciona para solucionarlo, aunque no siempre puede. Por lo general, el estrés desaparece cuando desaparece la causa (al acabarse el examen o pasar el exceso de trabajo), aunque puede aparecer un estrés crónico (si consideramos como 'estresante' todo lo que nos pasa en la vida)", apunta Marisa Navarro.

Por su parte, "la palabra 'ansiedad' viene del latín 'anxietas', que hace alusión a un estado de agitación, inquietud, o zozobra del ánimo" señala la directora de Área Humana. Es una emoción frecuente en el ser humano porque se relaciona con el miedo y las preocupaciones que tenemos y surge ante las situaciones que nosotros interpretamos como alarmantes, que nos ponen en peligro (no real), y ante ella reaccionamos con una respuesta emocional que nos activa y prepara para actuar ante ellas. Por ejemplo, no es un peligro real pensar que no vas a gustar a alguien, o no es un peligro real que creas que vas a tener una enfermedad. Pero ambas situaciones pueden provocar ansiedad.

¿Cómo diferenciarlas?

Según las expertas, se parecen en que en los dos casos se activan en nuestro organismo una respuesta que nos prepara para la acción, "pero en el caso de la ansiedad, la respuesta sería más cognitiva-subjetiva y el estrés nos centraríamos más en la reacción fisiológica, aunque también está implicada una parte subjetiva, que es la de creer que no tenemos recursos para afrontar una situación", aclara Julia Vidal.

¿Están vinculadas?

En ambos casos, cuando surgen se produce secreción de adrenalina y cortisol en nuestro organismo, aunque con diferentes intensidades dependiendo del nivel de estrés o de ansiedad del que hablemos. Además, cuando estamos estresados podemos desarrollar ansiedad y si tenemos ansiedad es más fácil que nos estresemos.

Un apunte que nos da la experta de Área Humana es que podemos desvincularlas ayudándonos con el lenguaje, sabiendo diferenciarlas, por ejemplo: "Estoy nervioso porque voy a ir a conocer a los amigos de mi novia", "creo que algo malo me va a ocurrir tengo mucha ansiedad"; y en el caso del estrés, "no soy capaz de hacer esa tarea" o "no puedo con tantas dificultades, voy a estallar".

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¿Cuáles son sus consecuencias?

Numerosas. Aparte de la emocional, "hay otras de tipo cognitivo (sensación de no tener control o de no tener recursos, lo que nos provoca otras emociones desagradables como tristeza, indefensión o temor), de valoración del entorno (en medio de un proceso de ansiedad, vemos la realidad totalmente alterada)", señala Julia Vidal y por supuesto los físicos (taquicardia, aumentó de la frecuencia respiratoria, sudoración, tensión y molestias musculares, alteraciones digestivas variadas, dermatológicas, dolores de cabeza, fallos en la respuesta sexual...).

Si se mantienen en el tiempo, pueden afectar a nuestro sistema digestivo de manera crónica, a nuestro sistema inmune, a nuestra piel, así como alterar nuestro sueño o nuestro rendimiento. Además, nuestro comportamiento se puede volver menos adecuado: comemos más para disminuir el malestar o porque nuestro cuerpo demanda más energía; bebemos más, dejamos de hacer deporte...

¿Qué podemos hacer para afrontarlas?

El consejo que aporta la experta de Área Humana es claro: "En cuanto sintamos emociones poco placenteras o veamos que estamos inquietos o con comportamientos excesivos, hay que pararse y pensar qué sucede". Es necesario trabajar la salud emocional, identificando qué estamos sintiendo, por qué lo sentimos y cuáles son nuestros recursos de tolerancia y de regulación, para que no estemos meses o años sintiendo malestar, sin actuar.

Marisa Navarro señala que, "en el caso del estrés, en cuanto lo notemos e identifiquemos su causa, debemos intentar modificarla. Un exceso de trabajo, por ejemplo, podemos paliarlo pidiendo ayuda o tomando descansos. Y si no puedo modificar la causa, conviene contrarrestar el estrés con un buen descanso, alimentación, ocio, etc".

En cuanto a la ansiedad, si se produce por una situación de peligro real, tendremos que huir, protegernos o responder a esa amenaza si fuera necesario. Pero si no hay un peligro real, hay que cambiar el pensamiento.

Y, para terminar, unos consejos básicos para esquivarlas...

  • Aprende a expresar y manejar tus emociones negativas y potenciar las emociones positivas y el buen humor.
  • Sé consciente de si tus pensamientos son realistas.
  • Sé conscientes de tus recursos para afrontar las situaciones (capacidad personal, apoyo de otros, búsqueda de soluciones, etc. )
  • Aprende y entrenar técnicas de relajación y respiración abdominal que desactiven la respuestas psicofisiológicas de tu cuerpo que provocan daños corporales
  • Cuida tu cuerpo con una alimentación adecuada y equilibrada, sin fumar ni beber, manteniendo buenos hábitos de sueño y haciendo ejercicio físico.