Viajar a Marrakech es mucho más que descubrir una de las ciudades más emblemáticas de la cultura árabe. Es pisar suelo africano para mimetizarse con su frenesí y agudizar los cinco sentidos: afinar el oído entre la muchedumbre de la Plaza Jemaa el-Fna, ajustar la vista ante las oleadas de color que inundan su zoco, desarrollar el olfato para distinguir los aromas especiados que nos acompañarán las próximas 48 horas, preparar el tacto para sentir los rugosos muros de su medina y disponer el paladar antes de entregarnos a los tradicionales sabores que aguardan en cada tajín o cous cous. Y, por qué no, empaparnos de moda de la mano de Yves Saint Laurent.

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TARDE

Nos estrenaremos en Marrakech por todo lo alto, desfilando hasta el corazón de la ciudad para celebrar en su famosa plaza Jemaa el-Fna el comienzo de nuestra aventura exprés. Este hervidero de cultura, tradición y gastronomía alcanza cotas impensables de bullicio, aunque quizás resida ahí gran parte de su encanto. Músicos a pie de calle, encantadores de serpientes, puestos de comida popular, animados acróbatas… En definitiva, cada una de las casualidades que uno pueda imaginar. Una vez hecho el amago de asimilar todo lo que esta plaza ofrece, deberemos decantarnos por alguno de sus manjares tradicionales a pie de calle o hacer lo propio en la terraza de alguno de los restaurantes que flanquean la plaza, vaso de té con menta en mano.

¿Dónde nos alojamos? Marrakech cuenta con hospedaje para todos los bolsillos, desde discretos riads (pequeños establecimientos con el encanto y los tradicionales patios interiores de las casas árabes) a exclusivos resorts como el palacio-hotel La Mamounia, donde relajarse en su SPA y en su piscina de agua climatizada será parada obligatoria.

MAÑANA

Comenzaremos el día donde lo dejamos la noche anterior, atraídos por el jaleo de las calles que conectan la plaza Jemaa el-Fna con el zoco. En este abrumador centro de compras no faltarán las aglomeraciones y el arte del regateo entre paredes cubiertas de lámparas, babuchas e infinitos souvenirs. Sus arterias desembocan en pequeños mercados donde podremos comprar todo tipo de especias (e incluso pócimas mágicas) como en la Plaza de Rahba Kedima.

Otra alternativa será dejarnos llevar por el embriagador Zoco de los tintoreros, donde sus famosos tintes dan lugar a un baile cromático de telas y lanas puestas a secar. Tras cargar con recuerdos, proponemos una visita al Museo Dar Si Said para disfrutar de la belleza de su palacio y de la enorme colección de objetos tradicionales que reúne.

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Y para continuar con este viaje por la cultura marroquí, ¿por qué no coger fuerzas en Henna Cafe Marrakech? En este espacio cultural podremos saborear un bocado tradicional como los que se elaboran en los hogares bereberes mientras nos dibujan un original tatuaje de henna en la mano.

TARDE

Después del tentempié continuaremos descubriendo algunos de los puntos clave de la medina o centro histórico de la ciudad. El recorrido a pie no nos llevará más de una hora, aunque será inevitable dedicarle más tiempo a cada una de estas maravillas. Por ello, deberemos ser conscientes de que alguna de nuestras paradas como los palacios Badi y de la Bahía cierran a la cinco de la tarde. Comenzaremos en Kutubia, una de las mezquitas más imponentes del país gracias a los casi 70 metros de altura de su minarete, familiar silueta que sirvió de inspiración a la hora de trazar la Giralda de Sevilla.

Sin embargo, tendremos que conformarnos con contemplar su belleza desde los jardines ya que este templo únicamente permite la entrada a musulmanes. A continuación, nos acercaremos hasta las Tumbas Saadíes, uno de los lugares más populares de la ciudad donde descansan los restos de esta dinastía. Por sus mosaicos y por los detallados relieves que cubren cada uno de sus arcos y paredes, la sala de las Doce columnas será visita imprescindible.

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A apenas cinco minutos, el Palacio Badi será una buena opción para aquellos que quieran invocar el esplendor del siglo XVI con un paseo entre sus ruinas y murallas. A pesar de que solo quedan los vestigios de este lujoso palacio, merece la pena acercarse a conocer la historia que llevó a su desmantelamiento apenas siete décadas después de ser construido. Mucho más reciente, el Palacio de la Bahía conquista por la elegancia de su patio de honor, solo capaz de rivalizar con la majestuosidad de sus techos.

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Tras haber disfrutado de los edificios con mayor carga simbólica de la ciudad. Sin embargo, a escasos metros siguen surgiendo paradas para los más curiosos, como las huellas del Mellah (antigua judería de la ciudad) siempre presentes en el cementerio judío Miaara o en la sinagoga Salat Alzama.

Después de semejante pateo, nos queda probar una auténtica experiencia marroquí en uno de los baños o 'hammams' de la ciudad, donde estrenaremos piel gracias a su tradicional jabón negro y nos relajaremos con su oferta de masajes y tratamientos de belleza. Hammam Rosa Bonheur o Les Bains d'Orient son dos buenas opciones. Y tras este momento de paz, nada como despedir la noche en el riad Dar Cherifa para volver a deleitarnos con la infinita gastronomía marroquí en un enclave inigualable.

MAÑANA

Nuestra último día en la ciudad nos invita a empaparnos de moda aprovechando la reciente inauguración del esperado museo Yves Saint Laurent Marrakech. Con más de cuatro mil metros cuadrados este centro recorre el legado del modisto atendiendo a las vastas influencias que impregnaron sus creaciones. Saint Laurent llegó a Marrakech en 1966 y desde aquel momento quedó prendado del magnetismo y singularidad que despliega la ciudad imperial. 5.000 prendas, 15.000 accesorios de alta costura y decenas de miles de bocetos que hasta el momento se encontraban en París son protagonistas en este nuevo templo de curvas y rectas color arena diseñado por el equipo de arquitectos de Studio KO.

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Tras maravillarnos con las creaciones del diseñador, continuaremos por la misma Rue Yves Saint Laurent hasta llegar a los Jardines Majorelle, rescatados por el modisto y por su pareja Pierre Bergé en los años 80. Este remanso de paz y santuario de exótica flora se ha convertido en una visita obligada en Marrakech, célebre por albergar la famosa casa pintada de un intenso Azul Majorelle que hoy aloja el Museo Bereber y que bien merece una foto en su fachada.

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TARDE

Antes de decirle adiós a esta ciudad imperial, nos acercaremos a un lugar que resume a la perfección el arte y la arquitectura islámica. Nos referimos a la Madrasa de Ben Youssef, el centro de estudios superiores religiosos más grande de Marruecos que se encuentra junto a la mezquita del mismo nombre. Sus cuatro siglos de historia y su patio interior, cubierto al detalle por grabados y azulejos, te dejará sin palabras.

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Si eres afortunado y dispones de más tiempo, recuerda visitar el Museo de Marrakech y la cercana Casa de la fotografía. Si no, apúntalo para tu próxima visita porque siempre queda un Marruecos distinto por conocer. Desde sus cordilleras nevadas a sus áridos desiertos pasando por sus naranjos en flor, este territorio no te dejará indiferente.