Con ese enorme instrumento musical que guardas en tu garganta, ¿por qué no continuaste siendo roquera?
Empecé con 15 años en un grupo de rock y quedamos finalistas en el concurso Villa de Madrid, pero después de los años 80 nunca volví a este tipo de bandas.

¿Cuándo has puesto tu voz al límite?
Pocas veces. He cantado con bronquitis y fiebre, pero con técnica y coraje lo sacas adelante. Tienes que saber actuar enferma, son gajes del oficio.

¿Has tenido la oportunidad de acudir a un concierto en el barrio de Harlem?
Estuve viviendo una temporada en Nueva York, y considero que es una visita obligada. Me encanta la música negra, pues mi padre tenía una gran colección de discos de gospel y ragtime.

Como espectadora, ¿cuál consideras que es el mejor escenario operístico?
Elegiría tres. El Metropolitan de Nueva York, por la gran producción artística que maneja, el calor del público y lo que saben de ópera. Luego, el Covent  Garden de Londres, donde recuerdo especialmente una mítica Lucrezia Borgia, con Alfredo Kraus y June Anderson, a la que asistimos toda la familia. El tercero, sería La Scala de Milán, la ciudad en que nací, porque es la cuna del género y porque escuchar aquí una ópera con un público tan forofo es espectacular. También acompañé a mi padre en alguna actuación y el teatro se caía abajo de bravos y aplausos, son tan pasionales...

¿Cuál es el rincón favorito de tu tierra paterna, Gran Canaria?
Soy una gran fan de la playa de Las Canteras. Me enamora la dualidad de las aguas abiertas en plena ciudad. Además, aquí está enclavado el auditorio Alfredo Kraus, uno de los más bonitos de España.

De tus antepasados austríacos, ¿has heredado algo que te haga sentir como en casa cuando llegas a Viena?
Quizá el gusto por la música, los cafés, que en esta ciudad son preciosos y muy acogedores, y ¡por la tarta Sacher!