Etiopía, las últimas tierras vírgenes
Esta expedición fotográfica nos permite adentrarnos en uno de los territorios más desconocidos y primitivos del continente africano. Y, además, hacerlo en primera persona, junto a uno de los grandes aventureros y conocedores del país. ¿Nos acompañas?
La travesía: de Danakil a las tierras del Omo, en el sur
Tras muchas horas de vuelo llegamos a Addis Abeba, la capital de Etiopía. Nos esperan duras jornadas en las regiones menos conocidas de África. Al noreste, en la depresión del Danakil, conviviremos con la etnia afar y veremos el lago de lava más grande del mundo. Después, en el sur, conoceremos tribus primitivas cuyas tierras están en un perdido y peligroso triángulo reclamado por Sudán, Kenia y Etiopía. Un triángulo partido por el río Omo, un museo étnico en el que surmas, dizis, meen, bumes, dassanech, karos, hamer o mursis se disputan tierras o cabezas de ganado con rituales ancestrales, de la misma forma que lo han hecho desde hace siglos.
Las iglesias. Bello arte subterráneo
Excavadas en la roca de basalto rojo de Lalibela, la capital espiritual ortodoxa de Etiopía, se encuentran doce iglesias perfectamente integradas en el entorno y declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En esta Jerusalén negra, como la denominan algunos, un laberinto de pasadizos y túneles comunican algunas de las iglesias en un alarde arquitectónico parecido al de la lejana Petra, en Jordania. Sin embargo, aquí la mano de los artistas no sólo se ha recreado en el exterior: los interiores presentan filigranas propias de expertos artesanos de la piedra. Parte de la ciudad –que se encuentra a una hora de vuelo de Addis Abeba, en el norte del país– mantiene un encanto y magia capaz de transportarnos a la época del medioevo.
Las caravanas. El comercio de la sal
Mientras despuntan las primeras luces me dirijo hacia el lugar en el que hace unas horas habíamos visto el campamento de camellos. La visión es impresionante. No ha salido todavía el sol y miles de camellos, en un orden enigmático e incomprensible ante tanta magnitud de animales, se encaminan a ritmo lento hacia el infinito. La caravana se pierde en el horizonte. Nunca pensé que podría llegar a vivir este momento y mucho menos que caravanas así existieran en nuestros días.
Se dirigen hacia las zonas de extracción de sal para cargar los lomos de los animales y transportar los bloques hasta las tierras altas. Desde allí, los camiones seguirán su transporte hasta distribuirlo en el interior del país.
Pocos kilómetros después de iniciar la ruta con nuestros 4×4 para seguir a las caravanas, nos vemos atrapados por los barrizales producidos por la lluvia de la noche anterior. Estamos en medio de un gigantesco lago por el que van desapareciendo las caravanas mientras nosotros nos afanamos en desatascar los coches: es imposible continuar con los vehículos hasta la zona de extracción de sal.
El desierto. Calor con mayúsculas
La temperatura supera los 45ºC, lo que imposibilita casi cualquier movimiento. Las desoladas planicies tienen siempre como imagen de fondo los conos de los volcanes de la región. Buscamos una caseta de control en medio del desierto: obligatoriamente tenemos que ir a ese punto ya que allí nos autorizarán a seguir al volcán Erta Ale.
Los camellos. El animal multiuso
La llegada por la noche a Ahmed Alle está envuelta en imágenes de camellos que descansan y aparecen iluminados frente a nuestros 4x4. Al día siguiente, contratamos estos animales y porteadores para subir al volcán. Las zonas planas dan paso a un terreno caótico de lava negra, una trialera por la que avanzamos a 10km/h. Por fin llegamos al punto desde el que seguiremos a pie. Preparamos el material que llevarán los porteadores y el que transportaremos nosotros y esperamos que llegue la tarde y baje la temperatura.
Los peligros. En busca de un mecánico
No podemos seguir hasta que obtengamos los permisos para entrar en el desierto del Danakil. Además, la policía nos obliga a llevar un vulcanólogo oficial y escolta policial armada. Estamos en una zona de conflictos con la vecina Eritrea y no es la primera vez que grupos armados secuestran a algún viajero.
Otro peligro es el barro. Las trampas de arena se tragan el coche en más de una ocasión y el esfuerzo por desatascarlo, el calor y la noche en vela nos ponen al límite.
El volcán. Bienvenidos al infierno
Iniciamos la marcha. Según el guía afar tenemos entre 15 y 25 km hasta la cumbre del volcán. Cae la noche y subimos a ritmo lento para ahorrar energía: subir de día habría sido un suicidio.
A media ladera, un rojo resplandor sobre la montaña nos sobrecoge y un fuerte olor a azufre nos indica que ya casi hemos llegado. Por fin alcanzamos la cima. Bajo nosotros se abre otra caldera que emite violentas explosiones de color rojo.
De repente, aparece el gran lago de lava incandescente, el único del mundo. El silencio es roto por un continuo borboteo que recuerda las olas del mar y violentas explosiones que lo ilumina todo. Al amanecer, el sol descubre gigantescas placas azuladas de lava que han formado un escenario mágico, irreal y abstracto.
Los porteadores nos indican desde lo alto que tenemos que iniciar el descenso: de lo contrario, sufriremos por culpa de las elevadas temperaturas.
Llegamos a los vehículos exhaustos. El 4×4 en el que viajo se ha quedado sin tracción en las cuatro ruedas, lo que dificulta nuestro avance. Seguimos salvando los coches para llegar a Dallol. Rodamos por una fina corteza de sal hasta un lugar que podría ser Marte, donde el suelo se ha convertido en una superficie de un rabioso y oscuro tono rojizo. Seguimos a pie, escoltados por militares que nos protegen de posibles ataques.
Si en el volcán la naturaleza había creado bellísimas formaciones de lava, aquí dibuja un auténtico museo al aire libre, un juego de colores y formas que los géiseres escupen del interior de la tierra: estamos en el más allá.
Los 'afar'. Un pueblo ancestral con espíritu nómada
La depresión del Danakil es la región más cálida del planeta, con una media anual diaria de 34ºC. Aquí viven los afar, un pueblo dedicado a la ganadería nómada y la extracción de sal: parece increíble que los afar puedan vivir en este medio tan hostil durante todos los días de su vida sin llegar a consumirse.
Esta tribu, que se extiende al norte del desierto del Danakil, es conocida por la ferocidad de sus guerreros. Hasta hace poco, los combatientes de esta tribu mostraban con orgullo los testículos de algún adversario que habían matado. Hoy, aunque sin llegar a ese extremo, siguen siendo un grupo temido por sus vecinos. Los oromo, tribu que se encuentra en sus proximidades, van armados con fusiles de asalto para protegerse del robo de ganado que sufren periódicamente por parte de los afar.
Sin embargo, cuando llegamos a su territorio nos encontramos una realidad muy diferente. Lejos de lo que habíamos escuchado, la población afar es muy amable y hospitalaria. El encuentro con los primeros caravaneros es casi como transportarnos en el tiempo. Subsisten gracias al comercio de la sal y eso se hace palpable al llegar al lago Afuera, situado casi a 150 metros bajo el nivel del mar.
Un baño en sus salinas aguas nos relaja y reconforta del calor pasado durante toda la jornada. Al tener una alta concentración de sal nos podemos bañar y flotar sin hundirnos, del mismo modo que sucede en las aguas del Mar Muerto.
Dormimos al aire libre sobre unos camastros de madera. En este lugar no hacen falta las mosquiteras: pocos insectos serían capaces de soportar tanta sequedad y calor.
La lluvia. Por las autopistas de barro
Sigo asombrándome con el impresionante paisaje de montaña, que las nubes acentúan aún más. Etiopía es un país fascinante, con una extraordinaria diversidad paisajística y étnica que convierte este escenario en único.
Hasta hoy no me había dado cuenta de un detalle que podían imitar el resto de países africanos: la falta de bolsas de basura tiradas por cualquier sitio, la casi inexistencia de motocicletas y la ausencia de fumadores.
Al circular por la pista, notamos que por aquí no ha pasado un extranjero desde hace tiempo. La forma en que nos miran y el miedo de los niños da prueba de ello.
Al llegar a Durro vemos que será imposible seguir. La pista tiene tráfico nulo, está totalmente embarrada y asciende a más de 3.000 metros. Durro es un cenagal. Hoy es día de mercado y el pueblo está lleno de gente que camina descalza, un alarde de equilibrios por sus empinadas calles.
El río. La vida crece en las riberas
Jimma es una de las zonas tribales más interesantes del país. Los cuatro todo terreno están junto a la pista de aterrizaje cargados con tiendas de campaña, colchones, víveres, guías y un cocinero, que se suma al equipaje. Por delante tenemos casi 250 km a través de grandes zonas boscosas de montaña.
La temperatura no supera los 26ºC y al atardecer desciende a 13. Es de noche y estamos en Mizan Teferi: casi 9 h sobre los vehículos.
Alcanzamos Kibish, el último poblado al que se puede acceder en coche. Después, continuamos con porteadores y mulas hasta la región del Omo, el gran río etíope.
El ritual. Cicatrices de boda
La mujer se acerca a mí y me frota la cabeza con unos polvos rojizos mezclados con mantequilla. Me hace señas para que sea yo quien embadurne a otra mujer. Le froto los brazos y la espalda, cubierta de cicatrices producidas por un ritual hamer: cuando un joven se va a casar debe saltar encima de varias vacas sin caerse; mientras, la tribu pega a la mujer en la espalda hasta hacerla sangrar.
Los 'hamer'. La chica del pelo rojo.
Los hamer tienen un aspecto impresionante, sobre todo las mujeres, adornadas con trenzas de pelo coloreadas de rojo y ocre formando un espeso flequillo, aros metálicos en brazos y piernas, escarificaciones en varias zonas de la piel que cierran con ceniza y carbón, bandas de cuentas de colores colgando de la cintura, faldas de piel de animales, collares de cuero con conchas incrustadas…
La lucha. Batalla a bastonazos
Un jefe surma nos ha dicho que en una pradera a unos 20 km de nuestro campamento se celebrará una donga, una lucha tradicional realizada con largas varas de madera. Las autoridades prohíben a los extranjeros asistir a esta lucha –evitan transmitir una imagen violenta del país– y la pena por incumplir esta ley se castiga con 7 años de cárcel.
Los 4x4 nos acercan al lugar. De la espesura del bosque surgen unos cánticos que ponen los pelos de punta. De repente, una multitud de hombres desnudos y pintados de colores surge como una aparición. Se dirigen al campo de batalla, una llanura donde espera el equipo contrario. Cada uno clava su bandera en el suelo, se forman círculos y se inicia una lucha a bastonazos, con golpes brutales.
Las novias. Llega el cortejo nupcial
Entre los espectadores de una donga no faltan las chicas, con sus característicos platos en los labios que solo se quitan para comer y dormir: el diámetro de estos adornos determina su belleza. Seguramente estas jóvenes terminarán por formar pareja con algunos de los campeones, que son transportados a hombros por el resto de luchadores. Han pasado más de tres horas de batalla y es como si sólo hubiesen transcurrido unos minutos. En el ambiente flota una tensión ancestral, salvaje y primitiva.
Los 'kalashnikov'. Lanzas y fusiles de asalto
A partir de Mizan Teferi el paisaje vuelve a cambiar y comienzan los bosques de montaña hasta iniciar el descenso a Dima. Pasamos de los 1.450 m de altitud en Mizan a los 600 de Dima.
No podía creer que en tan pocos kilómetros existiera un cambio étnico tan drástico: de la etnia oromo a los surma. Esbeltos cuerpos pintados y desnudos o con una ligera túnica azul, aparecen con los rebaños. Es un salto en el tiempo, un auténtico viaje al pasado. Hace años que sueño con poder convivir y fotografiar a este pueblo: sueño convertido en realidad.
Los todoterreno nos han acercado hasta una de las zonas más interesantes para poder disfrutar del modo de vida tradicional de este pueblo. Hemos tenido suerte, ya que no ha llovido por la mañana: de lo contrario los vehículos no hubiesen podido trepar hasta la siguiente aldea. Varios guías surma armados con kalashnikov nos conducen hasta el jefe del poblado. Después de negociar nuestra entrada en su territorio, empezamos la ascensión por las montañas. La temperatura ha subido hasta los 36ºC y el calor nos lleva al límite de nuestras fuerzas.
El 'body art'. Con el arte en la piel
Tras dos horas de ascensión y descenso hacia la otra vertiente, llegamos a la charca en la que habitualmente los surma se decoran el cuerpo con tierras de colores. Las imágenes son casi irreales: imponentes cuerpos desnudos con trazas y líneas, repeticiones sobre la piel y telas multicolor, que crean fantásticas composiciones.
El orgullo. La inminente civilización
Siempre me sorprendió la falta de sonrisa del pueblo surma y lo difícil que es intimar con ellos. Reacios a mezclarse con extraños y a ser fotografiados, este pueblo altivo y guerrero es el más violento de esta zona. Los caminos que nos trajeron a Dima estarán en poco tiempo cubiertos de asfalto. Las maquinas desplazadas por los chinos terminan con una de las últimas herencias del modo de vida africano. La sonrisa de los surma parece haber desaparecido por esta amenaza que les acecha.
Rincones de Tenerife que debes conocer
El mejor viaje de novios o para amigos de 2024
Viajar en tren, el reclamo turístico del 2024
Pueblos bonitos cerca de Barcelona para escaparse