Estoy en una suite en el hotel londinense Corinthia tratando de leer la mente de Chris Pine (Los Ángeles, 1980). Y no me refiero a metafóricamente. Intento captar más información de la que me cuentan sus palabras, y trato de hacerlo a través de la Programación Neurolingüística (PNL), un modelo de comunicación interpersonal. Aprendí algunas de las técnicas de su método de análisis del lenguaje corporal en un curso de formación periodística y las estoy usando ahora para tratar de desentrañar la personalidad de un héroe de acción que ha resultado ser sorprendentemente nervioso.

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Estamos sentados cada uno en un extremo de la mesa, y él está tan incrustado en el respaldo de su silla que parece que se va a caer hacia atrás, y se toma mucho tiempo en contestar a mis preguntas. Creo que es su forma de gestionar esta situación, que desde luego parece resultarle incómoda. Un par de veces –especialmente cuando le pregunto por sí mismo– adopta una actitud muy cauta, contestando con un «no lo sé» o «no puedo responder a eso». «Bueno, ¿qué quieres que te pregunte?», le digo en un esfuerzo desesperado. «Las entrevistas me parecen tan complicadas… que realmente no te lo podría decir». Al menos el chico es honesto. Por otra parte, el sistema PNL es útil en la teoría, pero complicado en la práctica. ¿Quién tiene tiempo durante una entrevista de averiguar si alguien responde mejor a lo que ve, a lo que oye o a lo que experimenta con todo el cuerpo? Pues, aparentemente, yo. Cuando se producen largos silencios en nuestra charla observo que Pine mira hacia abajo antes de hablar, mide con cautela las palabras que utiliza y, si le pido que describa algo, lo hace en términos relacionados con sus sensaciones. Finalmente puedo sacar en claro que es kinestésico (menos de una quinta parte de la población lo es, y yo no estoy entre ellos). Esto significa que gestiona las situaciones a través de las emociones. Por ejemplo, cuando describe su casa, que ha estado diseñando el pasado año, no lo hace en términos de estética, sino diciendo: «Es cómoda y cálida y me invita inmediatamente a relajarme. Me transmite un estado de ánimo especial. La vida de actor es un poco nómada, así que me gusta estar en mi casa, y esta me recuerda mi infancia. Es un buen lugar para vivir». De la misma forma habla de sus coches: «Me encanta conducir deportivos, tener el control de las ruedas y que la dirección asistida no conduzca por mí». Una vez que lo tengo calado, cambio de táctica y hago preguntas sobre cómo se siente con determinadas cosas. Él entonces responde en términos de sentimientos, la conversación se vuelve cómoda y por fin descubro al interesante personaje que encierra Chris Pine.

Es difícil no tener una idea preconcebida del actor. Primero, por los papeles que le han llevado a la fama, desde el engreído capitán Jim Kirk en la saga de Star Trek hasta un agente de la CIA en Jack Ryan: Operación Sombra. Y segundo, por su físico. En un primer vistazo destacan sus ojos aguamarina, su nariz respingona, sus labios jugosos, sus dientes inmaculados y su cuerpo perfecto. Posee esa belleza intemporal de los iconos de la gran pantalla, como Newman, Redford o Pitt. Hacia este último siente una gran admiración: «Alguien como Brad Pitt, cuyo aspecto probablemente entorpeció sus comienzos, ha sabido sin embargo envejecer y sacar partido de ello. También me gusta Hugh Jackman. Es encantador, tiene carisma, actúa, canta, baila... Es un actor enorme. Me gustaría tener una carrera tan variada como la suya».

Es cierto que Pine encaja en el estereotipo de joven actor guaperas. Cuando llega a la sesión de fotos con ELLE, con un jet lag que le ha dejado cerca de un estado comatoso, pide rugiendo un café con leche doble y parece el típico estudiante universitario americano (tiene 33 años, aunque aparenta poco más de 20, incluso con su barba canosa). Pero si alguien cree que es sólo una cara bonita, está muy equivocado. Aunque tenga el aspecto y hable como un chico surfero, en realidad es más parecido a un filósofo y gran parte de la entrevista la pasamos recordando cómo diferentes actores (Jude Law, Mark Rylance, Tom Hiddleston) se han acercado a Shakespeare. Chris estudió en Berkeley, pero aquello no iba con él. «Interpreté el famoso Discurso del Día de San Crispín de Enrique V en un enorme anfiteatro al aire libre, y todavía recuerdo a mi profesora de interpretación increpándome porque mi voz no era lo suficientemente potente para que todos pudiesen escucharme». Pasó un año en la Universidad de Leeds (con el también actor Sam Riley), y se aficionó a las novelas de Graham Greene. «Me resulta interesante esa eterna discusión que el autor mantenía con la religión», afirma. Y el día anterior a nuestra entrevista le fotografiaron en el aeropuerto de Londres con la biografía del aviador y activista Charles Lindbergh bajo el brazo.
Cuando el joven actor se relaja, podemos entrever también un gran sentido del humor y una tremenda disposición a reírse de sí mismo y a tomarse la vida con una carcajada. Por ejemplo, le leo la descripción de la nota de prensa del Hombre Armani Code, firma de la que es imagen, para ver si se siente identificado con ella: «Es alguien con un gran encanto y una personalidad magnética que atrae la atención de todos de manera natural»... «Se trata de una definición muy elaborada», le digo, a lo que él responde con un gesto inexpresivo. «Este hombre es también de una elegancia impecable», añado. «Bueno… sí», contesta de manera escueta. «El hombre Armani Code deja una estela sensual a su paso...», concluyo.

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Pine sonríe. «En realidad no entiendo muy bien todo lo que eso significa, pero suena interesante. Quizás... se refiera tan sólo al olor del perfume. ¿Qué puedo decir? Si habla de mí, me siento muy halagado de que el señor Armani piense en mí de esa manera, ya que es probablemente la razón por la estoy sentado aquí hoy, y por ello le estoy agradecido. Soy un gran fan de su trabajo». Chris Pine jamás ha tenido la ocasión de interpretar a alguien que no fuese atractivo. Sin embargo, sí ha tenido la oportunidad de dar vida a personajes desagradables, al igual que otros actores, como Christian Bale, Michael Fassbender o Benedict Cumberbatch. «El físico puede determinar en gran medida los papeles que te ofrecen», admite. «Quizás tengas que cambiar ciertas cosas o ajustar tu aspecto al personaje en la medida de lo posible. Antes de ser elegido para el filme Ases calientes, el director de casting no me veía para el personaje. Yo quería de verdad participar en la película, así que me tatué con tinta no permanente y finalmente conseguí el papel. Y desde luego ese ha sido uno de los grandes momentos de mi carrera».
Cuando se refiere a sus compañeros de reparto se nota que se siente incómodo de que lo consideren una estrella y los colma de elogios. Por ejemplo, de Keira Knightley, con quien trabajó en Jack Ryan: Operación Sombra, admira cómo es capaz de aislarse por completo de todo: «Es encantadora y una gran profesional. Tiene muchísima capacidad para concentrarse haciendo su papel y después volver a su casa con su marido y disfrutar de la vida familiar». También habla con superlativos de Benedict Cumberbatch, con quien compartió una intensa campaña de promoción de la segunda entrega de Star Trek. «¿Qué puedo decir de Benedict? Es un tipo estupendo, nada arrogante. Y tiene una gran ética como trabajador. Estrenamos la película y justo después le llegó una merecida fama. Estoy muy contento por él y creo que cualquiera que lo haya tenido como compañero lo estaría también», afirma con contundencia.

A finales de este año participará en el filme Como acabar con tu jefe 2 y encarnará al príncipe de Cenicienta en la adaptación del musical de Stephen Sondheim Into the Woods. «Será una película hermosa y exuberante, con un elenco extraordinario encabezado por Joh-nny Depp y Meryl Streep». Pine ha tenido que cantar, lo que le ha requerido muchas horas de práctica. «Dios mío, sí, no tuve más remedio que hacerlo. Era un gran reto. Antes pensaba que cantaba bien y me animaba a mí mismo repitiéndome que estaba todo controlado. Pero después vas a una cabina de grabación y descubres con terror que el micrófono, como la cámara, es capaz de desvelar cualquier engaño a miles de kilómetros  de distancia». Bueno, en realidad no sólo los micrófonos y las cámaras detectan a los impostores. Y yo puedo asegurar que Mr. Chris Pine no lo es. Después de todo, he conseguido leer su mente.