Clara Lago, la niña bonita
Muy familiar, perfeccionista y positiva, la protagonista de la película del año en España, ‘Ocho apellidos vascos’, es una estrella con luz propia. Así es la actriz del momento... y del futuro.
Cuando tuvimos nuestro encuentro en Cádiz, en esas playas semisalvajes por las que paseaba una etérea Claro Lago (Madrid, 1990) en su papel de nueva musa de la firma Ipanema, aún no se habían entregado los Premios Goya. Sin embargo, muy poco después, la imagen de esta actriz, pequeña y delgadísima, saltaba a las cámaras de televisión al felicitar con un beso a su pareja, Dani Rovira, por el Goya al Mejor Actor Revelación. Una muestra de efusividad que, al segundo, se convirtió en un gesto casi tan popular como en su día lo fue el de Sara Carbonero e Iker Casillas. Y para nosotros en un acto espontáneo chocante teniendo en cuenta que Clara, a pesar de su juventud (acaba de cumplir 25 años), ha aprendido a envolverse en público de un halo de reserva. La protagonista de la película Ocho apellidos vascos, la más taquillera de 2014, y ya con un pie en el rodaje de la secuela (aún pendiente de título), nos desvelaba que el único pero de su vida laboral es la ausencia de anonimato. «En el componente fan hay, a veces, cierta falta de respeto y educación. Consideran que tenemos que estar trabajando 24 horas o que les debemos eso –contaba–. A mí me pagan por hacer mi trabajo en una película. El extra es que me pilles en un buen día y me deje hacer una foto. Agradezco que la gente muestre cariño, pero muchos te acosan móvil en mano para hacerte una foto y exhibirla en su Facebook. ‘Perdone, pero yo no soy ningún trofeo’», remataba. Esa franqueza sobre la pérdida de intimidad nos llevó, al final de la charla, a abordar casi de refilón la cuestión personal que, cuatro días después, cuajaba en uno de los gestos más entrañables de la ceremonia de los Goya 2015.
¿Cómo llevas eso de haberte convertido, junto a Dani Rovira, en una de las parejas del año? ¿Ha sido un shock?
Las primeras semanas fue un choque brutal; nunca me había pasado que me persiguieran paparazzi. Pero al final dejé de darle importancia. Relativizas y dices: «Qué pasa, ¿es ilegal? Pues sí, vamos al cine y a cenar». Cuando ves a los fotógrafos da cierta rabia, pero no hacemos nada vergonzoso. A quien le interese que hemos salido y comprado una barra de pan, pues hale; hay gente para todo. Imagino que igual que somos noticia un día, dejaremos de serlo al siguiente.
¿El año 2014 fue especialmente mágico para ti?
Pensar que sólo hay un año en tu vida es limitarse. Yo no tengo esa sensación. Sí de que ha sido un año intenso, bonito y que me ha dado muchas cosas. Pero soy de la opinión de que lo mejor siempre está por llegar.
Eras una niña cuando debutaste con El viaje de Carol (2002). ¿Tuviste la sensación de que, a causa de tu trabajo, crecías más rápido en la ficción que en la vida real?
Cada vez que te implicas en un personaje, te cambia algo. Pero como en la propia vida: cuando viajas, cuando creas una nueva amistad... Todo lo que te pasa te va transformando. Lo que es importante, para no volverte loco y no perderte en los personajes, es tener un centro al que volver.
¿Y cuál es ese centro al que siempre regresas?
El que forman la gente que me conoce de siempre y mi familia, que es un punto de apoyo muy de raíz.
¿Quién es la persona a la que escuchas y pides opinión cuando buscas una respuesta sincera?
A mi padre. Los dos son un gran pilar para mí, pero mi padre hace menos concesiones: no me dora la píldora y es crítico en el buen sentido. Mi madre es más incondicional, siempre ve con buenos ojos a su niña (se ríe).
Tu salto profesional comenzó durante una noche en la que, con tu madre y unas amigas, hiciste lo que llamabais noche de siembra: expresar deseos para que se cumpliesen. Y el tuyo fue ser actriz. ¿Crees en el destino?
Creo en la energía. No sé si hablaría de destino porque no pienso que las cosas estén escritas de antemano. ¡Vaya aburrimiento considerar que nada en esta vida depende de ti! La energía existe, y con la nuestra podemos provocar cambios y llevar la vida hacia un lado u otro, aunque, obviamente, hay cosas que suceden que no dependen de uno.
¿Qué hace que tu fuerza se tambalee en tu vida diaria?
Mi afán de perfeccionismo. Voy trabajando en ello para no comerme tanto el tarro y relativizar. Porque si lo llevas al extremo, puede hacerte muy infeliz. Está claro que lo perfecto no existe, y buscar la perfección de un modo incansable te mete en una espiral agotadora. En mi caso, además, se junta con la prisa. Soy muy de lo quiero ahora y lo quiero ya, y, en mi urgencia por conseguir resultados, no me concedo que todo en esta vida requiere su tiempo.
¿Y cómo logras ese objetivo de relativizar las cosas?
Con la gente con la que me atrevo a compartirlas y con mi terapeuta, que me dice: «Nena, relaja» (risas).
Es que no hay mal que por bien no venga...
¡Exacto! Eso sí: tampoco comparto esa actitud de hacerse la feliz siempre. La risa alarga la vida, pero el dolor es importante y hay que sentirlo, porque si no, pasa factura. Y sentirlo sin abandonarse a la costumbre de verlo todo negro. Hay que ser positivo: lo que al principio parece un borrón luego puede llevarte a algo bueno. Como cuando no me escogieron para la película Volver (2006), de Pedro Almodóvar. Fue un gran sueño roto porque uno de mis mitos es Penélope Cruz. Pero gracias a ello me marché a Estados Unidos un año a perfeccionar un inglés que ahora me abre puertas. Como el rodaje de Extinction, un drama junto a Matthew Fox (Perdidos).
Ipanema, la firma de la que eres imagen, nos remite a Brasil. ¿Has tenido la oportunidad de conocer ese país?
No. Pero cuando me ofrecieron ser su imagen en España, me llenó de orgullo porque su icono mundial es Gisele Bündchen, una de las mujeres más espectaculares y bellas del planeta y sin lugar a dudas mi modelo favorita.
Las flip flops de Ipanema van ligadas al mar. Cuando necesitas desconectar de todo, ¿qué es lo que buscas?
Playa y calor. Las chanclas me remiten al verano, a ir en tirantes a las ocho de la tarde... Cuando necesito un paréntesis, lo que hago es tirarme al sol como un lagarto.
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