"No, lo siento. No me voy a poner unas Ray-Ban. El momento gafa tiene que ser con las mías". En cuatro horas de producción, esta fue la única negativa que recibimos de Risto Mejide (Barcelona, 1974). Con puntualidad británica, el publicista, escritor y presentador del programa de entrevistas Viajando con Chester llegó al plató de ELLE y, tras un «yo me pongo en vuestras manos», se dejó hacer. Sin una cámara de televisión delante, Risto no es el mismo al que estamos acostumbrados, aunque tampoco resulta un desconocido. Es educado, observa mucho y habla poco, parece tímido y nos cuesta un rato largo verle una mueca que se asemeje en algo a una sonrisa. Pero va pasando el tiempo y cada vez se le nota más a gusto. Acaba la sesión y, después de abrazar y felicitar al fotógrafo, a la estilista y al maquillador, llega la entrevista. Y, con ella, parece que la persona deja paso al personaje. Es como si el clic de la grabadora activara también el resorte de la marca Mejide. Una marca que, como buen publicista, no quiere que pierda valor, no vaya a ser que a alguien se le olvide quién es.

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De entrevistador a entrevistado, ¿te sientes cómodo cuando es otro el que pregunta y tú el que responde?
Creo que hay dos tipos de entrevistas. Unas en las que el entrevistador te escucha y reacciona en consecuencia, esas me gustan. Luego hay otras en las que el entrevistador sigue un cuestionario. Como el que tú acabas de desplegar.

Me veo capaz de reaccionar aun teniendo delante un cuestionario. ¿Te han preguntado muchas idioteces?
Muy pocas, pero son siempre las mismas. Hay un top ten de tonterías, por ejemplo, que por qué siempre llevo gafas de sol. No lo entiendo, ¡si lo he contestado mil veces! Si el periodista se hubiera preparado la entrevista lo sabría. Entonces me veo obligado a improvisar y respondo cualquier parida.

El hecho de que el redactor te lo pregunte no significa que él no lo sepa, sino que no da por hecho que lo sepa el lector.
Discrepo. Pienso que la gran virtud de Viajando con Chester es que no es nada previsible, muestra aspectos de los invitados que la gente no esperaba de ellos. No creo que el mérito sea mío, también lo es de los entrevistados porque al fin y al cabo es una conversación de dos. Pero vamos, volviendo a las gafas, las llevo por un tema de privacidad. Sin ellas, no me reconoce casi nadie, así que sólo me las quito en mi círculo más íntimo. Además, hace poco leí un estudio de la típica universidad que se dedica a investigar tonterías, y resulta que está comprobado que nos vemos más guapos con gafas de sol. Seguramente eso tenga también algo que ver. Soy tan feo que con ellas mejoro.

Con este programa estamos viendo a un Risto más amable, ¿son exigencias del guión, has cambiado o eres así?
Es que aquí no me dedico a juzgar a nadie. Antes me contrataban como jurado, y ahí te tienes que mojar o estás haciendo el imbécil. Ahora estoy contratado como conversador, y doy la conversación que
tengo, mejor o peor, pero la que tengo.

Aun así, no eres tonto, asumo que sabes que le caes mal a mucha gente.
Para empezar, soy más tonto de lo que crees. Y te sorprenderías de la cantidad de gente a la que le caigo bien. Un ejemplo muy simple: tengo un 1.400.000 seguidores en Twitter. Alguien que cae mal no los tiene. Hay una diferencia entre ser borde y caer mal. A mí me pasa lo contrario que a los políticos, ellos aparecen en los medios haciéndose los simpáticos cuando todo el mundo sabe que no lo son, y yo me hago el borde cuando todo el mundo intuye que en realidad hay algo más.

¿Hasta qué punto es real esa imagen de chuleta, y hasta qué punto es el plan de marketing de un publicista?
Te respondo con una pregunta, ¿y qué más da? Trabajo en un mundo en el que no importa cómo soy, sino cómo me perciben. Es la sociedad del espectáculo.

¿Y no te gustaría aclarar cómo eres?
Dímelo tú.

Sólo te conozco desde hace tres horas... pero diría que seguramente eres un cordero con piel de lobo.
Puede que sea verdad, y es una percepción más sagrada que la realidad. Porque lo que yo te proyecto es lo que vale, esa es mi marca. Y el hecho de que haya gente que quiera consumirme es lo que hace que yo sea una marca.

¿El primer paso para crearla fue cambiarte de nombre?
Seguramente sí. Vengo de una saga de nueve Ricardos y decidí romperla sin esperar a tener un hijo. No me quería llamar igual que ocho tíos muertos. Fue también un homenaje, porque Risto es Ricardo en finlandés. No es Evaristo, Cristóbal, Aristóteles ni ninguna de las mamonadas que se han escrito.

Sí, yo también las he leído. También he leído que casi te conviertes en espía del CNI, ¿verdadero o falso?
Bueno, digamos que tuve la oportunidad de hacer las pruebas. Hace años sabía chino mandarín y, estando en paro, vi una oferta del CNI en la que buscaban agentes que lo hablaran. Mandé el currículo y al tiempo me llamó un tal José Manuel. Le pregunté: «José Manuel, ¿qué?», y me respondió: «José Manuel». Acojona, ¿eh? Me ofreció hacer las pruebas, pero yo ya me había ido a vivir a Los Ángeles y, cuando me dijo el sueldo, le dije: «Pues va a ser que no».

Habrías tenido una vida discreta, no como ahora. ¿Te has arrepentido alguna vez de haber entrado en el circo de la tele?
No, porque me lo paso muy bien. Creo que fue Keith Richards quien dijo que un famoso es un tipo normal que no puede hacer cosas normales, y es una buena definición. Pero a mí la fama me pilló con 32 años, y a esa edad es mucho más fácil de gestionar. Tengo un amigo que piensa que la gente deja de madurar cuando se hace famosa. Si te ocurre con cuatro años, tendrás cuatro años toda tu vida, así que seguramente yo sigo teniendo 32. En ese momento, la gente que te rodea te dice que eres la leche, te adula, y entonces es cuando dejas de evolucionar.

¿Cuáles dirías que son tus principales defectos?
Tengo muchos, muchísimos, y además creo que son evidentes. Para empezar, tengo un ego que no me puedo permitir y una capacidad asombrosa para quedar como un soberbio y un prepotente, esté en el foro en el que esté.

En televisión te hemos visto hacer llorar a gente, ¿me dirías cuándo fue la última vez que lloraste tú?
Sí, fue hace unos seis meses más o menos. Pero no te voy a decir por qué, fue un tema personal.

Todas tus entrevistas las acabas escribiendo algo que en el cojín de tu chester, ¿que escribirías de esta?
No sería muy cáustico... pero diría que me ha faltado feminidad. Quizás porque eres un tío.

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¿Qué papel juegan las mujeres en tu vida?
Uno fundamental. Una de las cosas que espero que veas en breve tiene mucho que ver con ellas. Mi próximo libro es un homenaje a la mujer, entre otras cosas, porque creo que conecto más con ellas que con los hombres. Hay tíos muy tía, y eso me pasa a mí, tengo un lado muy femenino.

¿Te gusta la moda?
Me encanta, creo que es el packaging de cualquiera de nosotros, y el packaging de cualquier producto es importantísimo.

¿Siempre lo ves todo desde el punto de vista de la publicidad? ¿No es una manera un poco fría de ver la vida?
Es que todo es publicidad. A tus hijos, desde pequeños, les empiezas a vender cosas: cómete esto y luego te daré esto otro, a tu pareja ni te cuento, le vendes planes, escapadas románticas... La venta es una actividad humana y nos pasamos el día vendiendo, lo cual no es malo. Lo que ocurre es que siempre lo asociamos a un intercambio económico, pero vender es mucho más que intercambiar dinero.

¿Te cuidas? ¿Pasas mucho tiempo ante el espejo?
Muy poco. Casi no tengo pelo que cuidar y, en cuanto a las cremas, utilizo hidratante y poco más. Sobre todo por el maquillaje. De hecho, ahora me voy con la cara acartonada, porque nadie me ha desmaquillado después de esta sesión.

Me parece que no te gusta caer bien. No sé si me explico.
No, la verdad es que no te explicas una mierda.

Pues eso mismo, que cada cierto tiempo tienes que poner tu sello, ese puntito de «soy un cabrón»...
No es que no me guste caer bien, es que me la pela. Si te he caído bien o no es una cuestión tuya, pero a mí me la pela. Con todo el respeto, no he venido aquí a hacer amigos.

Yo tampoco. Pero me has caído mejor de lo que esperaba.
Pues me alegro.

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