Ciao Missoni
Detrás de él queda un imperio del que su nieta Margherita Maccapani Missoni es la heredera. Lo que comenzó con una precaria tejedora en 1953, es ahora el imperio del Zig Zag más exclusivo. ¿El secreto de su éxito? Una inimitable malla de punto de vibrantes colores y un relevante valor familiar: la unión. Recuperamos una visita a su casa, para acercarnos a su vida, su trabajo, su familia, y amor.
El diseñador falleció en Sumirago donde el clan tiene su refugio, un pueblo del norte de Milán. Allí construyó junto a su mujer Rosita un negocio que ahora va por la tercera generación y que cumple 60 años en 2013.
Todo comenzó en un pequeño taller de alquiler, tal vez con la única idea de ser una simple aventura, la de una joven pareja que soñaba con salir adelante. Sin embargo, el ideal superó las expectativas y, de la noche a la mañana, se encontraron inmersos en un próspero negocio. Hoy aquella meta es un imperio. La empresa, cómo no, privada, factura muchos millones de euros al año, cuenta con una industria que emplea 200 trabajadores y ya tiene 34 puntos de venta repartidos por el mundo, y todo dirigido desde un lugar situado a pocos kilómetros del Lago Mayore y el Monte Rosso, bellísimos paisajes de Italia. «Éste es el cuartel general y donde decidimos ubicar la fábrica y nuestro hogar – contó a ELLE la entrañable Rosita–. Mi marido y yo nos casamos hace 55 años y desde entonces crecemos juntos».
Rosita es la matriarca. Una mujer que lo ha dado todo por y para su familia. Y ha sido aquí, en esta solariega y tranquila provincia de Varese en la que la fabulosa vegetación plagada de árboles milenarios y flores increíbles lo inunda todo, donde ha sido capaz de inspirarse y descubrir el secreto de la buena vida.
Cómo empezaron
Ottavio, Tai para los amigos, era el abuelo y también el fundador de la etiqueta: «Éramos jóvenes y emprendedores. Durante años Missoni estuvo formado únicamente por dos personas. Yo presidía y Rosita se encargaba de todo lo demás. Ambos hacíamos los diseños, las facturas, los paquetes de envío e incluso íbamos a comprar la lana –continúa Ottavio–. Y lo más increíble: desde un minúsculo local de cien metros cuadrados en un semisótano. Nuestra casa estaba justo en el piso de arriba ». A lo que Rosita apuntó: «Mi marido y un amigo suyo tenían una pequeña tejedora y hacían chaquetas deportivas para la selección nacional de atletismo y equipos de baloncesto y esgrima. Después nos aventuramos a hacer una mínima colección y viajamos a Nueva York. La editora del New York Times escribió sobre nuestra novedosa forma de mezclar tonalidades en el punto de zigzag... y lo demás es historia». Y aquí, donde ahora podemos compartir una espléndida jornada con la familia al completo, descubrimos que, efectivamente, no debe de ser difícil estar lleno de enerenergía y salud rodeado de tanta belleza. «Echamos raíces en Sumirago porque te aseguro que es muy diferente vivir observando la naturaleza que pasar la vida en una gran ciudad –afirmabs Rosita–. Podemos contemplar el amanecer y el anochecer y apreciar los cambios de estación y eso es un privilegio y una fuente de inspiración constante».
Su secreto
Ottavio y Rosita lo reconocen, ha sido el campo y sus múltiples y maravillosas variaciones lo que les ha dado la clave del éxito: inventar un tejido dotado de uno de los prints más sofisticados de todos los tiempos. Pero aún hay más. Esta etiqueta de lujo es un estilo de vida, en el que la esencia de la exclusividad reside, paradójicamente, en la sencillez. Ellos lo llaman Missonología. «Crecí entre telares porque mis padres también se dedicaban al textil –continúa la matriarca del clan– y siempre he reaccionado con gran sensibilidad a los colores de la naturaleza. Casualmente, cuando me casé, descubrí que Tai también tenía una gran sensibilidad para combinar. En Missoni los tonos no son puros sino el mix de dos o tres que acaban siendo otro distinto. Es el gran placer de la mezcla."
¿Cómo se conocieron?
El adorable señor Missoni, al que le encantaba contar batallitas, nos relató su particular visión del pasado. «Rosita es la verdadera artífice de lo que ha ocurrido. Siempre digo que yo puse nombre al negocio y ella me creó a mí. Es una supermujer –apunta Ottavio–. De joven yo era deportista y siempre estuve en contra de tener un empleo corriente. De hecho, nunca he trabajado. Me encanta despertarme tarde. Por eso nos ilusionamos con crear este negocio, porque era especial y había que poner mucho corazón. Tener un oficio así es importante para cualquier hombre –continúa–, pero no por el dinero que ganes sino porque te enriquece como persona. Confucio decía que el hombre es su obra y eres lo que haces en la vida».
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