La preferida de Coco
Vera Valdez fue la gran preferida de Coco Chanel en sus desfiles de los sesenta. Ahora, a los 78 años, la actriz brasileña repasa su historia, tan apasionante como atípica.
Una vida intensa
Tiene el cuerpo delgado de un muchacho, la flexibilidad de un niño y una mirada intensa. Vera Valdez (Río de Janeiro, Brasil, 1936) tuvo claras sus preferencias en cuestión de moda desde que a los 18 años Gabrielle Chanel entrara en su vida.
Ahora, con 78, el confort sigue siendo su regla. De una elegancia innata, viste prendas de un estilo sport contemporáneo: una sudadera de manga corta, una chaqueta de punto, unas deportivas negras. Un chic discreto y a la vez soberbio. Nadie, ni en la brasserie Chez René ni en Les Deux Magots, va mejor vestido que ella. Vera Valdez es un ser libre y aristocrático, y siempre lo ha sido. Cuando desfilaba para Chanel se ponía el mundo por montera. Como Coco, de la que era su preferida, ha tenido una vida intensa. Fue amante del director de cine Louis Malle, que además le dio un pequeño papel en su filme de 1963 El fuego fatuo; del actor Maurice Ronet; del polifacético Roger Vadim... Actualmente reparte su corazón entre dos hombres: Marco y Phillipe, sus bisnietos. Y por otra parte es actriz de comedia en São Paulo y cada día sube los cinco pisos que la llevan hasta el camerino del teatro. Vera Valdez ha sido una cotizada modelo y una gran amante, pero también una mujer que ha sufrido la tortura bajo la dictadura militar que se implantó en Brasil tras el golpe de 1964. Nos encontramos con esta dama llena de sabiduría en París para hablar de todo esto.
Desfilé delante de las princesas Margaret y Elisabeth.
Coco Chanel te solía llamar «el sol de la maison Chanel»... Cuéntanos cómo fueron tus primeros años y cómo terminaste viviendo en París.
Nací en Río de Janeiro. Mi madre, Maria Barreto Leite, era brasileña. Conoció a mi padre en Dakar, donde él, un portugués originario de Gui- T nea-Bissau, y mi abuelo materno eran diplomáticos. Yo tenía 4 años cuando mis padres se divorciaron. Mi madre sólo soñaba con París, a sus ojos era el paraíso de las mujeres libres. Venía de una familia de gente de teatro y cine, y ella misma era actriz y poeta. Y terminó cumpliendo su sueño de irse a vivir a Francia.
¿De dónde crees que le venía ese irreprimible deseo de libertad?
Mi madre nació en la frontera con Uruguay, en una ciudad donde había una casa de prostitutas que la fascinaba. Para ella, las mujeres de este establecimiento encarnaban la libertad porque, según decía, hacían el amor cuando querían. No era demasiado buena para los estudios, pero era una mujer que se sentía realizada en su interior. Rompió muchos moldes. Era una auténtica bohemia. Cuando yo tenía 14 años ya me dejaba maquillarme. Un día llegué a clase con pintalabios y el director me llamó a su despacho y me dijo que era indecente. Yo le respondí que lo que era indecente era su cara... y me echaron. Era un caso perdido.
¿Y cómo te convertiste en modelo?
Un amigo brasileño, cercano a la modista Elsa Schiaparelli, me la presentó. Schiap se preparaba para cerrar su maison. Desfilé delante de las princesas Margaret y Elisabeth, ¡que más tarde se convertiría en la reina de Inglaterra! Me han dicho que también estuvieron Clark Gable y Maurice Chevalier, pero yo sólo recuerdo a las princesas. Desfilé también para Christian Dior, junto a Victoire, su gran musa. Fuimos a Japón en 1953: nuestra foto en kimono está en mi página de Facebook. Después Suzy Parker, la famosa modelo americana, me dijo que Gabrielle Chanel reabría su maison después de más de una década sin sacar una nueva colección, y que era fundamental trabajar para ella. Así que me presenté en la rue Cambon, donde estaba su mítico taller.
Gabrielle Chanel era generosa, muy generosa
Y participaste en su primer desfile, hace ahora ya sesenta años. ¿París sigue siendo un fetiche para ti? Entre París y yo existe una relación de eterno retorno desde la primera vez que vine. Y siempre es una historia diferente. Para las últimas colecciones ha sido Karl Lagerfeld quien me ha invitado, porque quería fotografiarme.
¿Has quedado satisfecha con la foto?
De hecho, sólo he visto a Karl en el backstage tras el desfile. Luego me ha enviado unos magníficos ramos de rosas. Et voilà. La foto será para otra vez.
¿Te ha regalado algún vestido?
No, una caja de exlibris. Me sirven para utilizarlos como tarjetas de visita.
¿Y Coco Chanel te regalaba ropa?
Podíamos coger todo lo que nos gustase de la colección bajo la condición de devolverlo en un estado impecable. Un día pedí prestado un traje sastre rojo y me fui con un chico a un hotel. Me desvestí rápido y tiré mi ropa en cualquier lugar. Al cabo de un rato un olor horrible, como a cordero chamuscado, había invadido la habitación. ¡La manga del traje estaba sobre la lámpara y se estaba quemando! De vuelta a la rue Cambon, fui a toda prisa al taller antes de que Mademoiselle me matara. Para salvarme el pellejo una de las trabajadoras me dio la chaqueta de otro traje. Pero Gabrielle Chanel era generosa, muy generosa. Se han contado muchas historias horribles sobre ella y algunos han intentado hacerla parecer una persona terrible. Pero yo te digo que no, que no era mala.
¿Quién era el chico?
Creo que era Maurice Ronet.
¿Crees que París ha cambiado mucho desde aquella época?
Sí. ¡Ahora hay bolsos Chanel por todas partes! Cuando llegué al hotel mi habitación aún no estaba lista y he tenido que echar un sueñecito en el lobby. Cada vez que abría los ojos veía un Chanel colgando del brazo de una chica. ¡Una cantidad increíble! Y no había dos iguales. Después he ido al café La Palette, en la rue de Seine. Y lo mismo. Las chicas no llevaban a un hombre del brazo, sino su bolso Chanel.
Nada debe pesarnos en la existencia. Ni siquiera un bolso
¿Y tú tienes alguno?
No. Para el desfile de Karl he alquilado uno. De cocodrilo de agua dulce. Yo siempre uso bolsos de bandolera como este, en piel y muy ligeros. El traje que llevo ahora lo he pedido prestado (se quita la chaqueta y me enseña la etiqueta: Chanel. Talla 36. 1.200 €).
¿Dónde te vistes?
Donde sea. Uso pantalones de deporte de Adidas, que son muy cómodos. No he olvidado la lección de Coco: el confort. Aquí, en París, me entusiasma Monoprix (cadena de supermercados). Hay una cosa que es muy importante para mí en la vida: ir siempre ligera.
¿Esa podría ser tu definición del lujo?
¡Exactamente! Nada debe pesarnos en la existencia. Ni siquiera un bolso. Has posado para ELLE en varias ocasiones ante el objetivo del gran fotógrafo de moda Frank Horvat.
¿Después de tantos años aún os veis?
Sí. Justamente ahora vengo de estar con él. Con Frank cada fotografía era como una pequeña película. Su mujer un día me dio una bofetada. ¡Y tenía una buena razón para hacerlo! Porque Frank y yo habíamos hecho el amor en los asientos traseros de un taxi.
¿Perdona?
Ya sabes... la sexualidad... las hormonas... Recuerdo que por un momento el chófer y yo cruzamos una mirada por el retrovisor. Cuando le recordé este episodio a Frank, se quedó estupefacto. «¿Cómo he podido olvidar eso?», dijo. «Porque eras una bestia poseída por el deseo», le respondí. Ahora camina con un bastón...
Creo que Coco realmente saltó sobre el chico del ascensor
Coco Chanel te contó que su asistente la ató a la cama en su suite del Ritz porque, a pesar de su edad, siempre tenía «ganas de hacer el amor». De no haberlo hecho la habrían encontrado en el pasillo acosando al botones... ¿Crees que hablaba en broma?
No, hablaba completamente en serio. Y yo creo que realmente saltó sobre el chico del ascensor, aunque puede que durante un episodio de sonambulismo.
¿Alguna vez has vuelto a la rue Cambon desde aquellos años?
Sí. Incluso me han fotografiado en el apartamento de Coco Chanel. Me han hecho llevar un vestido negro casi transparente que me ha recordado mucho uno que llevé en 1963 durante la Mostra de Venecia. Iba acompañando a Louis Malle, que presentaba el filme El fuego fatuo, como si yo fuera la actriz principal. En realidad, tenía un rol minúsculo, una réplica de una frase. Pierre Cardin me prestó un vestido negro muy ajustado y me dijo con su voz metálica: «Debes llevarlo como Jeanne (Moreau), sin nada debajo». Así que hice como Jeanne. En Venecia una mujer se me acercó y me dijo: «Perdone, no recuerdo bien qué papel interpretaba en la película». «El de una retrasada», le respondió Louis Malle. Claro que desnuda en ese traje tan sublime de Cardin no parecía para nada una retrasada mental, pero era de verdad el rol que interpretaba.
Éramos dos buenos amigos que hacían el amor
Tuviste una relación con Louis Malle...
Era una relación de amor-amistad, no una pasión. Éramos dos buenos amigos que hacían el amor. Una noche en Chez Régine lo vi muy triste y le pregunté qué le pasaba, y me contestó: «30 años esta noche». Y fue precisamente con este título con el que se estrenó la película El fuego fatuo en Brasil. Luis era maravilloso, adorable, como sus hermanos. Recuerdo que Bernard Malle se casó con una brasileña muy bella que tenía una piel muy oscura. Su futura suegra le ofreció a la chica su propio anillo de pedida, que tenía una suntuosa esmeralda. Pero la brasileña le dijo: «Una esmeralda no creo que vaya bien con mi color de piel». En realidad lo que pasaba era que quería un diamante. Por otra parte, los hermanos Malle me ayudaron mucho durante el exilio.
¿El exilio?
El 1 de abril de 1964 hubo un golpe de Estado militar en Brasil, que ha durado años y cuyas consecuencias todavía duran. A principios de los 70 fui arrestada y torturada. Gracias a la familia Malle y a Bertolucci pude emigrar a Francia. Esa fue mi segunda historia con este país, muy diferente de la despreocupación de la época con Chanel. Coco murió en 1971 y yo participé en su último desfile en 1970.
Mi secreto es el trabajo
¿Cómo fueron tus seventies?
El exilio es una pena, un gran desarraigo. Tuve que hacer todo tipo de trabajos. Incluso vendí el periódico Libération por las calles. Ganaba tan poco dinero que lo gastaba rapidísimo. Al cabo de diez años volví a Brasil, donde empecé a actuar en el teatro.
Tienes 78 años y un aspecto juvenil y una flexibilidad increíble. Se podría decir que estás hecha de goma...
Mi secreto es el trabajo. En mi compañía de teatro de São Paulo sólo hay dos viejos, el director y yo misma. Mi camerino está en lo alto del edificio, en un quinto sin ascensor. Cada día subo y bajo los cinco pisos. El día que no pueda hacerlo más, me quedaré en casa esperando la muerte.
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