Viaja en moto porque le aproxima a las personas, y sabe bien que siempre la ruta es más importante que el destino. Este viajero no se cansa, y ya prepara su próximo libro, que le llevará por la lejana China.

Cuando alguien ha recorrido 80 países, ¿qué le queda por ver?
Me he limitado a pasar por una diminuta franja de tierra del grosor de un pelo en el mapa. A solo 1 km de mí había otro mundo por explorar. Y cuando visitas un lugar de nuevo, la experiencia es diferente en cada ocasión. En realidad, me queda por ver... todo. 

¿Dónde se produjo el momento más peligroso de tu travesía?
Sufrí un ataque talibán en Pakistán, estaban a unos 15 metros. No pasé peligro alguno, pero resultó bastante angustioso. Sin embargo, me gusta trasmitir en mis crónicas que el planeta es en verdad bello, sereno, apacible y menos peligroso de lo que nos cuentan. 

¿Y el momento más duro?
Quizá la carretera más complicada haya sido la Moyale Road, que conecta Etiopía y Kenia. El asfalto es tan malo que se desmonta la moto y, además, hay supuestos bandoleros –yo sólo vi algunos pastores masai que me saludaban desde la lejanía–. Pero también se ven los amaneceres más bonitos de África.

¿Crees firmemente que “es más importante la ruta que el propio destino”?
El gran Kavafis, en su Viaje a Ítaca lo explica muy bien. El destino permanece inmutable, es un espacio fugaz, un mero momento pirotécnico suspendido en la línea del tiempo. Pero la experiencia de llegar hasta él, las vicisitudes y giros inesperados del destino es lo que lo engrandece y enriquece al que lo realiza. 

¿Cuál es el lugar más hospitalario que has visitado?
Irán, Pakistán y Sudán tienen los habitantes más generosos del planeta. Los pueblos de raíces islámicas, al tener en su árbol genealógico generaciones de nómadas, han incrustado en su genoma la hospitalidad.

¿Cuál es la “ruta que se clava como una espina en el fondo de tu carburador”?
Soy muy de Asia y, en concreto, de Tailandia. La gente, las costumbres, la cultura, la música, la gastronomía y los paisajes hacen que la experiencia sea redonda. De América Latina, optaría por Perú y de África, por Zanzíbar, un paraíso en tierra.

¿Qué paraje te hizo detener la máquina?
El cañón del Nilo Azul, en Etiopía. Es de un vasto abrumador. La mayoría de los viajeros de largo recorrido desarrollamos una especie de anestesia ante la belleza, pero aún así, este lugar corta la respiración al más curtido de los errantes.

¿Qué es lo que encontraste en tu recorrido por América Latina?
Un enorme carnaval alrededor de la Panamericana, ofreciendo selvas, manglares, desiertos, salares, montañas, playas... Es un enorme privilegio recorrerla sobre dos ruedas, porque esas diferencias se van desplegando de forma muy gradual a lo largo del territorio. Es como si giraras lentamente un caleidoscopio, que ofrece sin parar un remolino de sensaciones distintas. 

Confiesa, ¿qué es lo más raro que has llegado a ingerir?
Quizá lo más asqueroso que he probado es un arroz con carne en la Moyale Road, Kenia. La carne era pezuña, labio, ano, teta, cartílago, vena, tripa ¡qué sé yo! 

¿Qué has aprendido después de tantos kilómetros?
He confirmado un montón de tópicos que desde el sofá de casa parecen fantasías. Que un gran viaje empieza con un pequeño paso, que los límites están en uno mismo y que, en realidad, para ser feliz hace falta muy poco. También que el universo se aparta del camino de los soñadores y les deja llegar a buen puerto.

Un sueño motero pendiente…
Le tengo unas ganas enormes a China. El problema es que requiere un carísimo guía-censor, con el gps confiscado, el wifi racionado y sin poder hablar con los nativos… Así, viajar es un fastidio. Ya he estado dos veces, pero nunca libre. Aquí me está esperando un nuevo libro, así que habrá que hacerlo.