Unos años antes, había abandonado una carrera profesional en la informática para viajar y hacer la transición a dedicarme a escribir, fotografiar y hacer películas a tiempo completo. Aunque vivíamos en Boston, la mayoría de nuestro trabajo lo hacíamos online. Mi marido trabajaba a distancia como diseñador gráfico para una agencia de publicidad y podía seguir con ello mientras trabajábamos; yo tenía la intención de conseguir un trabajo de redactora 'freelance' y solucionar el resto por el camino. El plan era viajar por el mundo y dejar atrás años de una aburrida vida empresarial. Empezamos en España y debíamos seguir por México y América Central.

Sin embargo, cuando llevábamos un año de esta gran aventura, pasó algo: me enteré de que estaba embarazada. Habíamos pasado años planeando rutas de varios años que cubrirían lo máximo posible del planeta. Esos sueños nunca incluyeron niños. Un poco estupefactos, continuamos acampando por las Rocosas, el Yukón y Alaska, un viaje que habíamos planeado antes de que me quedara en estado. Mi barriga seguía creciendo y teníamos una cosa clara: íbamos a tener este hijo en cualquier lugar del planeta. Nos pasó en Bend (Oregón), por casualidad: el nombre nos sonó familiar, así que condujimos para ver cómo era y enseguida nos enamoramos de sus áridos matorrales. Vivimos allí durante un tiempo, pero cuando mi precioso hijo Cole nació, el come-come del viaje regresó.

En este punto, tuvimos que elegir. Mi marido y yo participábamos en la financiación de un documental independiente cuyo rodaje nos llevaría por cuatro continentes. Era un proyecto ambicioso y de muchos años que nos haría trabajar a Colombia, Nevada, Birmania, Tailandia, Malasia, India, Dubai, España y Ruanda. Podíamos elegir entre trabajar en este proyecto o encontrar trabajos a tiempo completo y asentarnos donde fuera. Varias preguntas amenazadoras nos asustaban: ¿Era realmente posible viajar con un bebé? ¿Era profundamente irresponsable intentarlo? Pero la elección era muy sencilla para mí. Siempre había querido viajar, y estaba firmemente decidida a que convertirme en madre me cambiara.

Dejamos Oregon con toda la logística preparada para viajar con un niño pequeño. Examinamos cada decisión de padres desde la perspectiva de cómo afectaría al viaje. Decidimos dormir juntos porque las cunas, incluso las plegables, son demasiado pesadas para llevar consigo, y no sabíamos si siempre las íbamos a encontrar en los hoteles. Tendríamos acceso limitado a las lavadoras y mucho menos a las secadoras, así que descartamos los pañales de tela. Supusimos que sería duro llevar siempre biberones y leche de fórmula, así que apostamos por darle el pecho, y afortunadamente mi cuerpo colaboró. Nos vimos eligiendo un tipo de crianza que implicaba la menor cantidad de cosas. Después de que naciera, metimos en la maleta un portabebés, ropita y algunos pañales, y salimos de camino.

instagramView full post on Instagram

Para nosotros, la expresión 'fijar una residencia' no tiene mucho sentido. Mucha gente te dice que tu vida se ha acabado cuando tienes hijos. Ha sido una sorpresa descubrir que, para nosotros, la vida siempre está empezando.

Christine Gilbert es la autora del libro 'Mother Tongue: My Family's Globe-Trotting Quest to Dream in Mandarin, Laugh in Arabic, and Sing in Spanish', ya disponible en Amazon.

Visto en ELLE US

Vía: ELLE US