Y aquí es donde entran en juego esos estabilizadores de los que hablaba que, por muy sofisticado que suene, no son más que ciertos instrumentos que se pueden utilizar para suavizar un poco los baches de ciclo económico. Al final, la teoría detrás de esto es muy simple: se trata de aprovechar las épocas buenas para ser un poco cigarra y protegernos contra las épocas malas de manera que los picos altos sean un poco menos pronunciados para que, en los bajos, el hoyo sea menos profundo.

A nivel estatal esto se hace con lo que se llaman estabilizadores automáticos, algunos de los cuales, como los impuestos progresivos y los subsidios de desempleo, son de sobra conocidos.

A nivel personal, el estabilizador más potente que tenemos los ciudadanos de a pie es ni más ni menos que el colchón de emergencia. Como hablamos al inicio del curso financiero, el colchón de emergencia son los ahorros que todos deberíamos tener inmediatamente disponibles para cuando vienen mal dadas. Un buen colchón de emergencia debe cumplir tres requisitos fundamentales.

La cantidad

El colchón de emergencia debe ser, como minimísimo, tres meses de nuestros ingresos mensuales netos, pero una cantidad adecuada serían seis meses. Además, si nuestro trabajo es muy inestable, altamente estacional o precario, deberíamos plantearnos tener un año de colchón.

La liquidez

Como su cometido es estar al quite para sacarnos de cualquier apuro, el colchón de emergencia no se puede tener invertido o comprometido de ninguna manera. En otras palabras, tiene que ser completamente líquido. Lo que viene siendo efectivo y dinero en cuentas corrientes o depósitos a la vista. Para que nos entendamos, las acciones de Telefónica o las aportaciones a un plan de pensiones no forman parte del colchón de emergencia.

El timing

Para que pueda funcionar como debe, amortiguando las caídas, el colchón de emergencia hay que ahorrarlo cuando las cosas van bien y cualquiera diría que nunca lo vamos a necesitar. Lo que hacemos de dejar de gastar cuando la cosa se pone chunga es otra cosa y, de hecho, tiene otro nombre, ahorro preventivo. Parece de cajón, pero el ser humano es optimista por naturaleza y, por desgracia, en épocas de bonanza solemos creernos invencibles y nos atrevemos a correr más riesgos, muchas veces a costa de nuestro colchón, que parece que solo está ahí cogiendo polvo cuando podríamos utilizarlo para la entrada de una casa mejor o para esa inversión tan molona con la que lleva dándote la tabarra tu cuñado todo el año.

Para muestra un botón, en 2018 cuando todo iba fetén, la tasa de ahorro de los hogares españoles bajó hasta un 5,5% de la renta disponible. Para poner este número en contexto, en 2020, con la pandemia en pleno apogeo, la tasa de ahorro se ha disparado hasta el 22,5%. Además, según el primer estudio del Observatorio del Ahorro Familiar de Fundación Mutualidad de la Abogacía y Fundación IE de IE University, al 30% de las familias españoles—han leído bien, una de cada tres—les pilló la pandemia con menos de un mes de ahorros en la cuenta, y el 40% no llegaba a lo que se considera el umbral de seguridad financiera, aproximadamente dos meses.

Tampoco os sorprenderá saber que la distribución del ahorro en nuestro país es muy desigual. Esto significa que casi la mitad de las familias españoles son muy vulnerables ante una crisis económica porque nos cuesta hacer los deberes cuando las cosas van bien.

No dejemos que tanto sufrimiento caiga en saco roto y aprovechemos 2021 para sacarle brillo a nuestro colchón de emergencia o, si sois de los que os gusta llamarle kale al repollo de toda la vida, sacadle astillas a vuestro estabilizador económico más potente. Que no se diga.

[

editoriallinks id='a571f59b-fccf-47e0-80a0-adc4f1ba0f03' align='center'][/editoriallinks]