Que el público vibre con un crimen apasionante no es ninguna novedad. Con regularidad pasmosa, hay algunos casos delictivos que llaman la atención por encima de otros y provocan que la sociedad los siga y consuma como si de un culebrón a tiempo real se tratasen. Hace casi cien años, un asesinato galvanizó a la gente hasta el punto de que le llamaron 'el crimen del siglo'. Hoy, pocos recuerdan en qué consistió, pero de su legado acabaría trascendiendo.

Ocurrió en Long Island en los años 20. Albert y Ruth Snyder formaban el típico matrimonio desgraciado; él era diseñador gráfico de la revista 'Motor Boating' y la había conocido cuando ella trabajaba como su secretaria. Se casaron sin amor, al parecer porque, según ella le confesaría a una amiga, “no podía renunciar a ese anillo de compromiso”. Las discusiones eran constantes, provocadas, entre otros motivos, porque él se negaba a retirar las fotos de su exnovia del hogar. En 1925 Ruth conoció a Henry Judd Gray, representante de una empresa de lencería, y pese a que él también estaba casado, iniciaron una apasionada relación adúltera. En algún momento la infelicidad conyugal de Ruth pasó a ser algo más, porque trazó un plan: convenció a su esposo Albert para que contratase un seguro de vida con una cláusula de doble indemnización de 100.000 dólares en caso de que falleciese de muerte violenta. Resuelta a no dejar esa circunstancia al azar, procedió a intentar asesinar a su marido.

Le costó mucho. Como explica Bill Bryson en su libro sobre el año 1927 ('1927: Un verano que cambió el mundo'), primero intentó envenenarle el whisky, luego le dio somníferos y hasta probó a asfixiarle con gas en el garaje, sin que nada surtiera efecto. Así, pidió ayuda a su amante, y juntos trazaron lo que pensaron que era un plan perfecto. Judd Gray se procuró una coartada viajando hasta Syracuse, alojándose en un hotel y regresando a escondidas a Nueva York. Una vez allí, el 20 de marzo de 1927, Ruth le abrió la puerta de casa y juntos golpearon a Albert, que estaba acostado en su cama, con el contrapeso de una ventana de guillotina. Después le dejaron inconsciente con cloroformo y le estrangularon con el cable de colgar los cuadros. Dejaron la habitación revuelta para fingir un robo; Judd dispuso un periódico italiano 'olvidado' para sugerir que habían sido unos peligrosos extranjeros los autores del crimen y cogió un taxi para ir de Long Island al centro de Nueva York, y de ahí, a Syracuse.

En cuanto la policía llegó a la escena del crimen, comenzó a sospechar de la poco creíble versión de la señora Snyder. Fue cuestión de tiempo que llegasen a su amante, que había cometido el imperdonable error de dejar una propina de solo 5 centavos al taxista que le llevó a Manhattan, con lo que su coartada -basada además en que un amigo deshiciese la habitación de su hotel en Syracuse, amigo que no tardó en confesar- se desmoronó y lo confesó todo, echándole las culpas del plan a Ruth. Ella haría lo mismo con él.

asesina ruth snyder
New York Daily News Archive//Getty Images
Ruth Snyder, en el juicio por el crimen de su marido.


Durante ocho meses, no se habló de otra cosa en Estados Unidos -y en parte del resto del mundo-. El caso levantó una inesperada ola del interés, teniendo en cuenta que asesinatos de características similares se veían con relativa frecuencia. La prensa cubría con fruición todos los detalles del caso y del juicio. Los acusados eran presentados como una pareja de tórridos amantes a los que el sexo y la ambición habían llevado demasiado lejos. Pese a que Judd, muy delgado y con gafas, y Ruth, de atractivo mediano, resultaban de lo más normales, la prensa exacerbó los detalles sexuales y domésticos para construir un relato claro: ella era una flapper rubia que había enloquecido a su amante -mediante argucias mesalinescas- para llevarle al lado oscuro, aduciendo además que su marido la maltrataba y humillaba (no está claro si era cierto). Se contó que pese a que el finado Albert deseaba una vida doméstica y apacible, su esposa, más joven, prefería las fiestas y jolgorios típicos de los años 20, y salía sin él a menudo. Muy difundido fue el dato de Judd de que, en la cama, Ruth era “una tigresa”, y que cuando abrió la puerta a su amante para cometer el crimen, vestía un “batín color rojo sangre”.

Ruth Snyder y Judd Gray fueron encontrados culpables y sentenciados a muerte. El morbo por todo este caso llegó hasta la sala de ejecución, en la cárcel de Sing Sing. Ruth era la primera mujer condenada a la silla eléctrica en décadas. El día después de esto, el 12 de enero de 1928, el periódico Daily News publicó una impactante portada en la que se la veía sentada en la silla en el momento de ser electrocutada. La imagen había sido tomada de forma clandestina por el reportero Tom Howard, que llevaba una cámara de fotos oculta pegada en el tobillo. El interés trascendía las fronteras de la ética periodística y el buen gusto para pasar a ser cultura popular.

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Tan frenética fue la fiebre por aquella historia como rápido su olvido. Excepto por un detalle. Entre los reporteros que habían cubierto el caso estaba un joven periodista llamado James M. Cain. En 1933, le serviría de inspiración para su novela 'El cartero siempre llama dos veces', un best seller inmediato que le catapultaría como uno de los autores de novela negra más relevantes del género. La historia del triángulo amoroso y el crimen funcionaba tan bien que repitió la fórmula en su novela 'Double Indemnity' (doble indemnización). Las adaptaciones cinematográficas de ambas novelas, 'El cartero siempre llama dos veces' (una en el 46 con Lana Turner y otra en el 81 con Jack Nicholson y Jessica Lange) y 'Perdición' (de Billy Wilder, con Barbara Stanwyck) renovaron el mito de aquel crimen para las siguientes décadas. La 'flapper' había dejado paso a la mujer fatal.