«Muchos desconocidos me llaman por mi nombre, aunque sólo me conocen por haber hecho un personaje que no tiene nada que ver conmigo. Entiendo que estoy metido en sus casas todos los días y que tengan esa relación cercana, aunque me cuesta. Soy un tipo miedoso y lleno de inseguridades, y me da vergüenza que me paren para hacerse una foto conmigo o me pidan un autógrafo. Con el tiempo, intento normalizarlo, pero es que mi vida está muy alejada de todo eso», explica Jaime Lorente (Murcia, 1991). Es difícil que alguien, al verlo, no lo reconozca. Protagonista de una de las series de más éxito de los últimos tiempos, La casa de papel, este joven actor, que cuenta con más 12 millones de seguidores en las redes sociales, se convirtió, sin tiempo para digerirlo, en uno de los rostros más populares de la pequeña pantalla en casi todo el mundo. Y eso le trajo muchas cosas buenas, aunque también momentos muy oscuros. «No me he arrepentido nunca, porque ese proyecto me ha dado todo lo bonito que tengo hoy, incluso en lo personal. La madre de mis hijos trabajaba en vestuario de La casa de papel, imagínate. Pero también lo he pasado mal, y me alegro de haberlo dicho y de haber invertido tiempo para transformar todo eso en algo positivo», cuenta.

jaime lorente x elle
Borja de la Lama
Camisa y mocasines, ambos de Boss, y pantalones con raya diplomática de Zara.

Y es que su amor por la profesión y su compromiso con ella le han hecho seguir remando, a pesar de la tempestad, hasta encontrar el estado de calma en la que se encuentra ahora mismo. Tanto en lo personal, muy centrado en disfrutar de su familia, sobre todo de sus hijos, Amaia y Luca, como en lo profesional, con el estreno reciente de la serie Mano de hierro en Netflix, con la llegada a los cines, el 17 de mayo, de su nueva película, Disco, Ibiza, Locomía, en la que se mete en la piel de Xavier Font, líder del icónico grupo musical que arrasó en los años 80 y 90, y con la dirección de su ópera prima en la cabeza y en el corazón. A punto de irse a México a rodar, y mientras apura un café en un céntrico hotel de Madrid, Jaime echa la mirada atrás con nosotras para sonreírle al pasado y darle gracias por haberlo traído hasta aquí. Y lo que le queda...

Tras El Cid y Cristo y Rey, vuelves a los biopic con Disco, Ibiza, Locomía. ¿Les has cogido el gusto?

(Risas). No es que tenga especial ilusión por hacerlos. Es lo que ha llegado y me ha parecido interesante. Interpretar a Xavier Font ha sido un retazo. Es una figura conocida por muchos, sobre todo después del documental que implantó de nuevo a Locomía en este país. Pero Kike (Maíllo, director de la cinta) y yo queríamos hacer un personaje distanciado del recuerdo que Xavi tiene de lo que sucedió, porque está muy condicionado por la herida que él aún tiene abierta.

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Borja de la Lama
Polo marino de canalé de Sandro y pantalones y zapatos, ambos de Boss.

Hablas de un retazo, ¿qué ha sido lo más difícil?

Darle verdad a unos personajes que estaban dentro de un contexto muy histriónico. Todo se encontraba en una fina línea entre la genialidad y lo mamarracho. Salir con esos trajes, hablar y que la gente te crea ya supone una victoria.

¿Hay algo de su historia con lo que hayas conectado?

Cerciorarme de lo difícil que es gestionar un éxito, a veces mucho más que un fracaso. Y con cómo, cuando lo laboral y lo personal se unen en ti, como le sucedió a Xavi, esa brecha puede seguir brotando sangre después de tantos años. Locomía nació de una revolución creativa que él desata a raíz de su sufrimiento, porque no le dejaban ser quien era. Fue su arma de defensa y de manifiesto, y se la robaron. Eso le sigue doliendo en el alma, y es normal.

¿Te has sentido identificado con su boom repentino?

Sí, porque para mí también subió la marea muy rápido, pero creo que he gestionado las cosas de una forma diferente.

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Borja de la Lama
Camiseta de manga corta de Bread & Boxers.

¿Cómo llevas la fama que implica el éxito?

Es lo que más me cuesta. Hay gente a la que le encantan las alfombras y los focos, yo no es algo que lleve especialmente bien. Es una parte del trabajo y hay que hacerla, pero no la disfruto. Aunque, por supuesto, cuando uno está alineado consigo mismo, cuesta menos.

¿Actualmente sientes esa alineación?

Tengo mis momentos, pero ahora estoy en uno de paz, porque sé dónde está el cajón de la herramienta para sacarla si la necesito. He aprendido a gestionar. Me siguen dando mis crisis, pero ya no me ahogo. Cuando me agobio y me creo escenarios terribles, dejo que la mente fluya, o me pongo a correr, quedo con mis amigos, llamo a gente cercana y les digo: «Tíos, hoy me siento así». Antes no lo hacía, ahora lo verbalizo y se convierte en la mitad. Mis enanos y mi mujer son mis pilares. Y fuera de casa, el deporte y la amistad.

¿Ha sido clave la terapia para conseguir este cambio?

Fundamental. Todo el mundo debería ir. Si tuviésemos una educación un poco más emocional, que nos proporcionara instrumentos, yo lo habría gestionado todo mejor desde un principio. Lo tengo claro, porque sufrí mucho.

¿Qué te llevó hasta ese sufrimiento?

De repente, tu vida da un giro de 180 grados. Todo el mundo parece que te quiere un montón y, sobre todo, a mí me pasó con las relaciones de siempre. Fue como que mi círculo se colocó en otro lugar. Pensaba: «Yo no he hecho esto, ha sido mi gente. Yo sigo estando en el mismo sitio, pero de repente ellos no». Y me sentí muy solo. Si hago una producciónde éxito y todo el mundo parece que me quiere más, es que lo único que significo para la gente es trabajo. Eso fue lo que más me hizo sufrir y dije: «Terapia».

No has tenido nunca reparo en contar esta experiencia. ¿Es importante que se hable más de salud mental?

Hay que desestigmatizarlo, porque a todos nos ocurre lo mismo, lo pasamos mal y podemos tener un problema parecido, aunque estemos en escenarios diferentes. Es necesario que normalicemos hablar de ello, porque, muchas veces, el dolor es mayor por no poder expresarlo.

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Borja de la Lama
Traje de chaqueta con chaleco y pañuelo de seda, todo de Giorgio Armani, y zapatos negros de Boss.

¿Cómo ha cambiado tu relación con tu entorno?

He mantenido la conversación que debía con cada uno y nos encontramos en muy buen momento. He hablado con mi familia y con mis amigos de todo lo sucedido, siendo muy transparente con ellos. Les he dicho lo que creo que no hice bien y también lo que considero que ellos han hecho mal conmigo. Y gracias a ese trabajo de sinceridad, por fin estamos en el mismo lugar. Ha sido muy sanador.

A raíz del éxito, ¿te da más miedo abrirte?

A veces sí siento que la gente se acerca a mí por interés, pero eso no me hace desconfiar. Es algo que me pasa desde siempre, no soy de los que regala la confianza fácilmente (risas). He pasado una etapa en la que me he abierto con personas que no debería haberlo hecho, aunque por una necesidad mía de expresarme, como una forma de gritar: «Esto soy yo». He pasado tanto tiempo supeditado al personaje que había interpretado que, a lo mejor, hablar de mi sufrimiento tan claramente, ha sido una forma de ponerme a mí por delante y decir: «Jaime es este, no es lo que sale en la tele».

¿Y cómo es Jaime fuera de la pantalla?

Un tipo muy normal. Me encanta estar con mi familia, leer, aunque ahora con el peque se me ha complicado bastante, correr, ir al gimnasio, el karting y preparar comidas y que venga gente a casa. Es algo que tanto mi chica como yo disfrutamos muchísimo. Ir al mercado, comprar carne (se reconoce carnívoro, de hecho, antes de esta entrevista ha disfrutado de un lomo bajo de Angus) y vino... Me pongo nervioso desde el día anterior.

"He estado tan supeditado al personaje que había hecho que hablar de mi sufrimiento era una forma de ponerme yo delante"

¿En qué te ha cambiado la paternidad?

En todo. Si antes estaba en un trabajo al 30%, sólo con esto ya estoy al 60%. Te das cuenta de que la vida va de otra cosa. La mirada que tienen mis hijos hacia mí es... Ahí sí que no hay ni una mala intención. Ellos sí que miran con la honestidad más grande del universo. Te das cuenta de que lo único que reclaman es amor. Y, en realidad, a los adultos nos pasa un poquito lo mismo (risas).

¿Te da miedo que les afecte de alguna forma tu fama?

Más bien pena. Hace poco fui a recoger a mi mujer al aeropuerto con ellos, y la gente empezó a hacernos fotos. Estaba con una niña de 2 años y un bebé de 10 meses, ¿a alguien le parece normal? No lo es. Siento tristeza, pero igual que me sentaré para hablarles de muchas cosas, lo haré también sobre esto. Lo que sé es que no nos va a condicionar. Yo sigo haciendo todo. Voy al súper, al parque y a ver a mi Atleti a la grada, que soy abonado. No piso palco (risas).

¿Te gustaría que siguiesen tus pasos?

Sinceramente, lo pasaría mal si me dijesen que quieren dedicarse a esto. Me costaría más que a mis padres aceptarlo, porque lo conozco desde dentro. Aunque, obviamente, tendrían todo mi apoyo. El mejor consejo que les podría ofrecer es que se formen, no para ser mejores actores, sino para encontrar una relación sana con el oficio. Saber de dónde venimos, la gente que ha pasado por aquí... Porque hay un momento en el que los números de Instagram te pueden colocar en primer plano y puedes pensar que eres el mejor, y, en realidad, no sabes ni hacer la O con un canuto.

¿Siempre has tenido claro que querías ser actor?

Fui un estudiante nefasto. Suspendía mucho, repetí un curso... He sido un niño muy soñador, y el método de sentarme en una silla 8 horas a escuchar a alguien... no puedo. Ni siquiera ahora. Me cuesta mantener la atención. Tengo un TDAH como la copa de un pino. No me interesaba el cole, pero siempre he tenido facilidad para aprender. En la ESO, con 13 años, un profesor de Física y Química, de los más duros, me invitó a hacer teatro los viernes, a pesar de que era uno de los peores alumnos del centro. Me dio la oportunidad de encontrar un lugar donde sentirme un poco válido. Me subí al escenario y me enamoré. Y a partir de ahí, supe que quería ser actor y que haría todo por conseguirlo.

¿El camino ha resultado fácil?

Estudié en Murcia. Quería formarme, y sabía que si viajaba a Madrid y me salía trabajo, lo iba a dejar. Allí aprendí mucho y sigo muy unido a mi grupo de la escuela. Al terminar, vine a buscarme las castañas. No me interesaba la ficción, siempre he sido un bicho de teatro, pero había que comer. Conocí a mis repres y entré en El secreto de Puente Viejo. Estuve seis meses, luego, casi un año sin trabajar. Y apareció La casa de papel. El resto de la historia ya te la sabes (risas).

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Borja de la Lama
Camisa de seda y pantalones de cintura alta, ambos de Hermès, y mocasines de Boss.


¿Te han dicho muchas veces que no?

Casi todas. En el primer casting que hice en mi vida, me dijeron: «Tienes la cara rara. Te puede ir muy bien o muy mal». Vaya ánimos... (Risas). Pero he aprendido que mi yo actor no está supeditado a que me digan que sí o que no en un proyecto. Antes me afectaba, pero entendí que mi felicidad no depende de eso. Ser intérprete es un oficio y no siempre tengo que estar buscando sentirme supercompleto a través de él.

¿Es importante abrazar el fracaso?

Es que si no, yo hubiese abandonado, y no quería. Siempre he tenido claro que no me iba a rendir, porque amo mi profesión. Y, aunque soy la misma persona insegura, que piensa que no se merece muchas cosas, he aprendido a agradecer, a sentirme querido, a saber gestionar la situación de privilegio y a ser consciente de que tener trabajo como actor es un lujo.

¿Qué retos tienes por delante?

Todo lo que viene ahora es cine y estoy muy contento, pero tengo muchísimas ganas de dirigir. Estamos con tres proyectos a la vez y enfocado en levantar mi ópera prima. También hay algunas cosas de teatro. Soy un culo inquieto, no puedo parar, así que preparaos (risas).

* ‘GROOMING’: PEDRO CEDEÑO PARA DIOR Y LEONOR GREYL SPAIN.