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Quien ha estado en Formentera, lo sabe. Y el que no, lo ha soñado. No es solo el agua cristalina, las playas vírgenes y el aura de paz que la envuelve lo que cautiva a todo aquel que la pisa. Es el espíritu de la isla, que encapsula la filosofía mediterránea del buen vivir. El vaivén lento, el atardecer, la vida a mordiscos... Es el ritmo de Formentera. Y para seguir elevándolo regresa otro año más RITMO Formentera, uno de los restaurantes más carismáticos de la isla.
Es el proyecto de Álvaro Reinoso (dueño de Andanada, primer restaurante español en conseguir una estrella Michelin en Estados Unidos) y el hotelero de éxito Ludovico Dupré, con el que han logrado reflejar el verano balear en cada rincón. Ubicado en San Ferran, justo en el centro de la isla, Ritmo Formentera es el destino gastronómico en el que saborear el Mediterráneo.
Su cocina profundiza en las raíces locales con una carta que sabe a mar, a huerta y a sal. Así, sobre las mesas terracota van desfilando recetas sencillas y ligeras, con algunas especialidades como la langosta en sal flambeada con licor de hierbas de Formentera o la pasta amatriciana balear de sobrasada y gamba roja.
A estas creaciones particulares se le suman otros productos reconocibles, pescados y mariscos de la zona como el calamar, la gamba, la lubina o la langosta. El ingrediente estrella de todos ellos: la sal. Este elemento, que aparece incluso en los postres (como la tarta de flan de chocolate con flor de sal) se convierte en el hilo conductor de una trama que narra la auténtica vida balear, la de salitre en la piel y frescura en el plato.
La propuesta gastronómica se completa con una selección de cócteles premium, música y un entorno mágico que se camufla en el paisaje insular.
Ritmo Formentera es una casona encalada de estilo pitiuso con multitud de arcos y dos plantas, cuya terraza está cubierta por una pérgola de madera de castaño y eucalipto, con cuerdas que evocan el pasado marinero de la isla.
La amplia terraza sirve de punto de encuentro entre todos aquellos que quieren ser testigos de los atardeceres más espectaculares del verano. Los materiales naturales como el mimbre y los tonos suaves rematan la imagen idílica.
