Tengo un defecto: comparto demasiada información personal con los demás. Subo a Instagram todos y cada uno de los detalles de mi día a día, desde que me levanto hasta que me voy a dormir. Hablo de cualquier cosa imaginable: de mis problemas de depresión, de si salgo o no con alguien, de mi perro… incluso un día llegué a subir unas fotos de cómo me había depilado las ingles para lucir el bikini, pero no os preocupéis, ya he superado esa fase. He aprendido que, después de tener 25.000 seguidores, cuanto más sincera soy sobre mi vida, más popularidad alcanzo en esta red social.

A la gente le gusta cuando me enfado por todas las peticiones que recibo para promocionar determinados productos, cuando digo que no me gusta un evento o cuando alguien me manda un mensaje que no tiene ni pies ni cabeza. Pero hace poco, empecé a sentirme como si estuviera encerrada en una jaula. En un día normal, Instagram consume el 51% de la batería de mi teléfono. Lo uso para trabajar (para crear contenidos digitales, para conseguir información…), pero también cuando me aburro. Incluso ahora, mientras estoy escribiendo esto, tengo ganas de hacer una foto de la pantalla del ordenador y subirla junto a un “PRÓXIMAMENTE…” con las nuevas fuentes de letra disponibles desde hace unos meses. Pero no voy a hacerlo, porque he decidido dejar de usar Instagram durante una temporada.

instagramView full post on Instagram

No soy una persona especialmente religiosa, pero fui a un colegio católico y cada año me gusta comprobar mi grado de disciplina durante la Cuaresma. A día de hoy, no bebo, no me acuesto con nadie y no suelo gastarme el dinero en cosas que no necesito (temas de los que suelo hablar mucho en Instagram), lo que no me deja con muchas opciones a la hora de poder renunciar a algo.

Dejé de beber hace unos tres años gracias a los consejos de mi nutricionista, del que también suelo hablar muy a menudo. Otra cosa en la que tengo una actitud muy firme es en la de tratar de mejorar como persona día a día. Por eso me comprometí a dejar de beber. Desde hace un años tampoco tengo pareja, lo que significa que…. Sí, es triste, lo sé y sí, podéis ver todo lo que he dicho al respecto en mis publicaciones. Muchos dicen que estar sin pareja no tiene por qué significar que no puedas acostarte con alguien, pero no me gusta hacerlo con desconocidos, ni tampoco pretendo juzgar a aquellas personas que lo hacen.

En cuanto a las compras, bueno, si habéis entrado alguna vez en mi perfil, habréis visto que mi trabajo está relacionado con la moda y la belleza, así que recibo regularmente regalos de las diferentes marcas. Sin embargo, para aliviar los problemas de depresión que ya he mencionado, me solía ir de compras y perdía el control. Nunca he debido dinero, pero aprovechaba que no tenía que compartir piso con nadie para llenar mis armarios de ropa que no necesitaba. Hace unos meses hice limpieza y me prometí a mí misma que no volvería a comprar de forma convulsiva. Y lo he cumplido. En definitiva, no tengo muchos vicios. Para aquellas que no estéis familiarizadas con la tradición de la Cuaresma, he de deciros que durante los días que preceden a la Semana Santa, se practica el ayuno y la abstinencia. Este periodo de penitencia tiene su origen en la costumbre judía de ayunar seis días seguidos antes de la Pascua. La idea es renunciar a algo durante 40 días para rememorar los 40 días que precedieron a la crucifixión de Cristo. Morboso, lo sé, pero a mí me resulta bastante útil. Le estuve dando vueltas a qué cosas podía renunciar hasta que me decidí por Instagram. Así que el 14 de febrero subí mi última foto y me adentré en terreno desconocido, el del síndrome de abstinencia.

Comparada con otras influencers de Instagram, yo tengo pocas seguidoras. Pero la frecuencia con la que publicaba cosas sobre mi vida personal significaba que mis seguidores estaban al tanto de todo lo que hacía. Creía que estaba preparada para sentir la presión, pero al final, durante este último año, Instagram se ha convertido en un motivo de estrés. Por ejemplo, caí en la trampa de dedicarme a comparar mi vida con la de los demás: veía que mis colegas se iban de viaje a los que a mí no me habían invitado, veía que esas personas que se dedicaban a lo mismo que yo recibían paquetes y yo no, veía que la gente disfrutaba de la compañía de sus perros, de sus bebés y de sus parejas... Eran cosas que, en teoría, deseo, y que, vistas en el perfil de los demás, suponían un claro recordatorio de que yo no las tenía.

Por supuesto, soy consciente de que soy una persona muy afortunada. Tengo mucha suerte de vivir como lo hago, una descarga de responsabilidad que te sientes obligada a hacer cuando tu vida va bien, pero ves que @emrata (Emily Ratajkowski) está en Amangiri mientras tú estás sentada en tu mesa de trabajo... Sé que esto es quejarse por quejarse y que a otras personas también les gustaría poder disfrutar de algunas cosas de mi vida que yo puedo hacer, pero cada vez es más difícil apreciar las cosas que tienes cuando Instagram te está animando constantemente a desear más. Seguro que es un tema del que ya habréis oído hablar antes: las redes sociales pueden, y muchas veces lo consiguen, hacer que la gente se sienta desgraciada.

En mi perfil trato de que las cosas sean lo más “verdaderas” posibles, pero no me puedo resistir a aplicarle a mis fotos algún que otro filtro cada vez que tengo la oportunidad y, aunque penséis que soy una persona muy abierta y sincera, por cada una de las cosas que mis seguidores saben de mi vida hay millones de ellas que ignoran. Seguir manteniendo esta “falsa autenticidad” empezó a agobiarme. Empezó a resultarme muy pesado tener que responder a mis seguidores (a los que no conozco) de una manera que pareciera sincera y atenta. La cantidad de mensajes directos que recibía cada día preguntándome sobre cuestiones que iban desde lo que comía a quién era mi terapeuta acabaron provocándome ansiedad.

La gente se abre a mí porque creo que me toman por alguien que también se abre a ellos. Estos mensajes se merecen algo más que un “sí, ya he visto vuestros mensajes, pero no voy a haceros caso”. Sencillamente no tengo tiempo o ganas suficientes para intimar con la gente hasta ese extremo. Es más, me exigen cosas (¿os habéis dado cuenta de que no he dicho “piden”?) Exigen saber cómo hago una receta de tallarines, si estoy pensando en volver a salir con alguien, dónde me compro los vaqueros… Quiero ayudar a la gente, de verdad, pero es difícil sentirse responsable ante personas que para mí son extrañas y que necesitan más atención de la que yo puedo dar.

Comprendo que esto forma parte de lo que implica ser una influencer y que, ser receptiva y sensible ante las expectativas de los demás, forma parte de sus tareas. Pero nunca me ha importado conseguir o perder seguidores. Lo que sí me preocupa, sin embargo, es mi nivel de ansiedad. Me preocupa que Instagram se haya convertido en un lugar donde todo es apariencia y que haya llegado a interferir en quién soy. Así que lo dejo.

Han pasado 39 días desde la última vez que abrí Instagram y la gente no para de preguntarme cómo me siento, consciente de que era una parte muy importante de mi vida. Me gustó mucho que un chico me enviara un mensaje solo para saber “qué tal lo llevaba”. ¡Vaya! Debería casarme con él ¿verdad? Este es un ejemplo de algo que les habría preguntado a mis seguidores en otros tiempos, pero ahora la única cuestión que me preocupa es que los hackers rusos se hagan con el control de mi cuenta mientras no la utilizo. Por lo demás, estoy bastante bien.

Durante la semana anterior a dejar Instagram, pasé 19.8 horas utilizando la aplicación. ¡Casi un día entero de los siete que tiene la semana! Esta cifra fue suficiente para empezar a preocuparme. Y después de leer mi horóscopo (“si buscas el aplauso de los demás y su atención a expensas de la verdad, te encontrarás atrapada en la auto-compasión y en la certeza de que la vida es algo más que esto”), sabía que había hecho lo correcto.

Mucha gente me pregunta si no me preocupa perder dinero. Dos cosas: afortunadamente en mi caso, no vivo de Instagram. Y mi labor como influencer tampoco me supone una carga muy grande de trabajo. Me invitan a eventos interesantes y me mandan cosas igual de interesantes al correo, pero no pago la hipoteca así. Y para ser honesta, la necesidad de tener que hacer de Instagram un “trabajo” me agobia un poco. El poco trabajo que supone subir un post sobre un determinado producto se ha convertido para mí en algo estresante. El último día en que utilicé Instagram, recibí un correo de una compañía con la que trabajaba, para ver si podía cambiar el texto que había escrito bajo una foto. Me sentí muy presionada y tensa por una cuestión insignificante. Soy una persona que se toma muy en serio su trabajo, pero que la gente se tome Instagram como una cuestión de vida o muerte me ha hecho darme cuenta de que esto lo hacía, en primer lugar, por dinero.

En cuanto a las otras cosas que he perdido -viajes, todo lo que rodea a las semanas internacionales de la moda…- sinceramente, no me importan lo más mínimo. Al revés, me siento aliviada. Ahora soy más productiva y duermo mejor. Me arreglo más rápido por la mañana desde que no tengo que buscar la última foto que vi anoche antes de irme a la cama para retomar los posts. Ahora soy una persona puntual y llego antes a mis citas, porque no tengo ningún tipo de distracción. Me he leído cuatro libros e incluso he tenido tiempo para acabar una serie que llevaba meses queriendo ver. En general, me siento más libre. Sigo haciendo las mismas cosas que solía hacer antes, pero con mucha menos ansiedad, porque no tengo la presión de tener que subir fotos.

Mi dedo sigue yéndose inconscientemente al icono de Instagram. No he desinstalado la aplicación, porque tengo una personalidad de tipo A y necesito que mi pantalla de inicio tenga un aspecto determinado. Todas las aplicaciones están colocadas siguiendo un criterio, por eso si quiero seguir con mi orden, el icono de Instagram tiene que estar donde está, pero, como me salí de la app, lo único que pasa cuando toco el icono es que se abre la parte de introducir mi usuario y contraseña. (La gente me sigue mandando enlaces a posts de Instagram, pero si hago clic sobre ellos, ocurre lo mismo: aparece un mensaje que dice “Debes introducir tu usuario y contraseña para ver este contenido”. Por supuesto, no lo he hecho).

Aunque me siento un poco fuera de sitio, estoy tan bien informada de lo que pasa en el mundo como si todavía estuviera en Instagram. Y es sorprendente cómo mi energía creativa no se ha visto afectada por no disponer de información que considero irrelevante sobre los famosos y que se ha convertido en una especie de barrera a nivel profesional.

Instagram está concebido para personas creativas. Todo lo que publicas se va añadiendo a tu "curriculum". La gente se mantiene en contacto a través de la app; ya nadie te pide el número de teléfono, una tarjeta de visita o tu correo y lo único que piden es poder seguirte. Y, a menudo, lo primero que hacemos al comenzar a utilizar Instagram es seguir a alguien del que queremos saber cosas. Me sigue sorprendiendo cuando alguien me pide mi nombre de usuario de Instagram en vez de mi número, da lo mismo si lo conozco en un bar o en una app de citas. Supongo que se sienten más cómodos enviando un mensaje directo. Para mí, haber dejado Instagram ha significado volver a aprender cómo se hacían las cosas a la “antigua” y es algo que no me parece mal (sí, ya sé que 2011 no está tan lejos, pero eso da una muestra del grado de dependencia que tenía con Instagram). Si necesito recordar algo (un evento, un vestido, una marca) o contactar con alguien, ya no tengo utilizo Instagram. Tardo un poco más en hacer las cosas, pero afortunadamente, también dispongo de mucho más tiempo ahora.

Honestamente, nunca pensé que le dedicaría tanto tiempo a Instagram, y ahora me he dado cuenta de las muchas cosas que podría haber hecho durante todo ese tiempo que le dediqué. Ahora miro mucho menos la pantalla de mi teléfono. La batería dura todo el día y mi ansiedad prácticamente ha desparecido, porque ahora solo hablo con mis amigos de verdad, con la gente que realmente me conoce y que se preocupa por mí. Antes me pasaba el día hablando con mis amigos a través de Instagram: mensajes directos, memes, noticias de las celebrities, incluso haciendo planes a través de la app. Podía ver todo lo que hacían y ellos veían lo que yo hacía, lo que afectó a la comunicación individual.

preview for I Quit Instagram for Lent

En el último mes he recibido muchos mensajes y llamadas de gente que dice no saber nada de mi vida. Me parece fenomenal. Todos los que se preocupan de verdad por mi vida y por mí tienen mi número de teléfono o mi correo.

A partir de ahora, cuando la utilice será de forma muy puntual (por ejemplo para promocionar esta historia) y mi primera tarea será la de dejar de seguir a mucha gente que me ha hecho sentir mal conmigo misma. Lo siento por las que seáis modelos. Os quiero, pero no puedo estar sabiendo de vosotras a cada momento. Ya soy lo bastante crítica conmigo misma, así que tener que ver el aspecto que tienen otras personas y preguntarme si estoy o no a la altura, no es lo mejor para mí. Es mucho más fácil amarse a una misma sin Instagram.

También voy a dejar de seguir a cualquier persona que no utilice su Instagram con un fin positivo. Estoy harta de alabar a la gente porque es “guapa” o “guay”. A lo largo de los dos últimos años, he intentado utilizar esta plataforma para insistir en la diferencia que existe entre hablar sobre el racismo en el mundo de la moda y mi problema personal con la depresión y ahora, solo quiero seguir a la gente que piensa lo mismo. No estoy interesada en contenidos vacíos.

Por último, a partir de ahora no voy a publicar nada gratis sobre mi vida privada. Si alguien quiere saber algo de mí, voy a cobrarles. Al menos de esa manera, tendré la sensación de que dedicarle tiempo a Instagram merece la pena. Además, algunos amigos me han dicho que van a hacer lo mismo. Parece que, después de todo soy toda una influencer ¿verdad?

Instagram Hashtag
.
Vía: Harper's BAZAAR US