Marie Curie es tan importante en la historia de la ciencia y destaca tanto al ser la única mujer de su época en poder llegar a lo más alto de la investigación, que su figura parece a veces la de una santa laica de la radioactividad. Esta imagen de Marie siempre en el laboratorio, centrada en sus investigaciones hasta el punto de que causaron su muerte, hace que nos olvidemos de que también era una persona con una vida íntima, sentimientos y necesidades más allá de las muchas horas dedicadas a las probetas y decantadores. Y que esta parte de ella la llevó a protagonizar lo que se llamaría 'el gran escándalo': cartas comprometedoras robadas, cuernos, y hasta un duelo aparecen en esta historia.

Sucedió en algún momento de 1910. Pierre Curie había muerto atropellado por un carruaje años cuatro años atrás, y durante ese tiempo Marie se hizo muy cercana a uno de los investigadores con los que colaboraba, Paul Langevin. Cinco años menor que Marie, Paul era un brillante físico y matemático que había sido alumno de Pierre, e incluso le sustituyó como profesor en la Escuela de Física. Estaba casado y tenía cuatro hijos, pero no era un matrimonio feliz. La versión de Paul es que había cometido “la desastrosa equivocación” de unirse a Jeanne Desfosses, que según él tenía un carácter violento y con sus constantes demandas de dinero (habría que aclarar que el matrimonio tuvo cuatro hijos) le dificultaba dedicarse con más ahínco a su pasión, la ciencia, ya que ella deseaba que eligiese una profesión más lucrativa. Él se sentía atraído por Marie “como una luz… y comencé a buscar en ella algo de la ternura que me faltaba en casa”. Al principio Jeanne Langevin recibió a Marie en su casa de forma amigable y se le quejó de la crueldad con la que la trataba su marido; él, por su parte, le enseñó a Marie un gran corte en la cabeza todavía reciente que le había hecho su esposa con una botella. Para julio de 1910, Marie y Paul se habían convertido en amantes. Ese mismo año, ella lograba aislar el radio puro.

la química marie curie en su laboratorio
Bettmann//Getty Images

Cuando Jeanne descubrió este affaire, montó en cólera, pese a que antes había soportado varias infidelidades de su marido. Una noche, Jeanne y su hermana abordaron a Marie mientras regresaba a su casa, y la amenazaron con que abandonaba Francia o moriría. Ella tuvo que refugiarse en casa de unos amigos, y dejó de verse durante una temporada con Paul. Los rumores arreciaron, y los acontecimientos se precipitaron. Paul alquiló un apartamento para vivir solo, y su esposa contrató a un detective que robó las cartas que Marie le había enviado. Gracias a esas cartas hemos tenido acceso a lo que era un auténtico culebrón en circunstancias muy complicadas. En sus misivas, Marie hablaba de lo mucho que le colmaba su relación y su deseo de dejar que fuese clandestina; le recordaba a Paul que no sufriese tanto por sus cuatro hijos, pues sus dos niñas “podrían quedar huérfanas si no encontramos una solución estable”, o le advertía que si su esposa y él tenían otro hijo, romperían definitivamente: “puedo arriesgar mi vida y mi posición por ti, pero no podría aceptar esta deshonra”.

En otoño de 1911 se celebró el congreso de Solvay en Bruselas, donde se reunieron las mentes más brillantes de su tiempo, Einstein incluido. Allí, en medio de una conferencia, y casi a la vez, Curie recibió dos telegramas: el primero le decía que ganaba un segundo premio Nobel, esta vez en solitario (era la primera persona en conseguir dos galardones). El segundo le comunicaba que Jeanne había enviado sus cartas a la prensa. Marie sufrió una crisis nerviosa. Los tabloides se le echaron encima, acusándola de manchar el buen nombre de su difunto marido, llamándola “judía, polaca, extranjera” (lo de judía no era cierto), o asegurando que el romance había empezado cuando Pierre aún vivía e incluso que su muerte había sido un suicidio por esta causa. A Paul le llamaban, con aire despectivo, “le Chopin de la polonaise”.

marie curie
Bettmann//Getty Images

A su regreso a París, su casa, con sus hijas, Irène, de 14 años y Eve, de siete, dentro, fue atacada por una muchedumbre que lanzaba piedras. La familia se refugió en casa de sus amigos, el matrimonio Borel. Hubo incluso un duelo entre Langevin y un periodista, que llegó a montarse con toda su parafernalia hasta que el periodista bajó el arma confesando que no quería disparar contra una de las mejores cabezas de Francia; Langevin se sumó con un “no soy un asesino”. Fue un escándalo galvanizador que dividió el país entre conservadores y liberales. Antiguos amigos la atacaron mientras otros la defendían, hubo una recogida de firmas para que abandonara Francia y se revivieron las situaciones del affaire Dreyfus, con el antisemitismo siempre latente -pese a que Marie no era judía, la prensa antisemita la acusaba de ello- y las tensiones políticas encontrando aquel escándalo como vía de salida. Se sumaba la reciente polémica ocurrida cuando Curie se postuló a una vacante en la Academia de las Ciencias, chocando con el francés Edouard Branly (fue elegido él por dos votos más). Para 1911, se diría que criticar a Marie era uno de los postulados del nacionalismo francés. Y estaba, por supuesto, la cuestión de género. Barbara Goldsmith, en su biografía de la científica, escribe “nada de esto habría ocurrido si Madame Curie hubiera sido un hombre. De hecho, nadie había pedido a Paul Langevin que abandonara el país ni lo había condenado. El pecado de Marie consistía sobre todo en que no era simplemente una amante sino una mujer emancipada, y ambos sexos veían en esas mujeres una amenaza. Y lo que es peor aún: existían unas cartas que mostraban una mujer apasionada: se suponía que la mujer respetable soportaba el sexo, no lo disfrutaba”.

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La resolución de lo que ocurrió es amarga: Jeanne Langevin firmó un acuerdo de separación en 1912 sin citar el nombre de Marie, pero la relación entre estos ya estaba rota; de hecho, tres años más tarde, Paul y su esposa se reconciliaron. Para no perder las costumbres, Paul se echó otra amante. Tras la ruptura, Marie sufrió una profunda depresión que la llevó a considerar suicidarse. Su salud se resquebrajó y pasó mucho tiempo alejada de sus hijas y del trabajo. Estuvo casi un año sin escribir nada en sus cuadernos de laboratorio, y fue gracias a sus amigos, que la acogieron fuera de Francia, por lo que pudo recuperarse hasta su regreso. No volvió a tener una relación sentimental en su vida.

Años después, Langevin tuvo un hijo con una antigua estudiante, la física y química Éliane Montel. Le pidió a Marie que le buscara un puesto en su laboratorio, y ella lo hizo. Ocurrió poco antes de su muerte, en 1934. Marie no llegaría a vivir la segunda guerra mundial. Durante la invasión de Francia, Paul fue arrestado por la Gestapo por ser antifascista, y una de sus hijas, Hélène, sobrevivió a Auschwitz. Paul falleció en 1946.

Pero todavía quedaba una vuelta del destino: Hélène Langevin-Joliot, nieta de Marie, hija de Irène, se casó con Michel Langevin, nieto de Paul. Ambos fueron científicos también, haciendo honor a su saga de físicos y remedando de forma simbólica el amor prohibido de sus abuelos.