Hay algo dulce y salado en Marta Etura (San Sebastián, 1978), una de las actrices sobresalientes de nuestro cine. Lo dulce empieza en su físico menudo y cristaliza en el tono de su voz suave y pacífico, de esos que transmiten calma. Lo salado nace de su determinación, de la fuerza de sus convicciones y de una potencia que se hace gigante frente a la cámara. Su perfil encaja como un guante con el de la actriz francesa Nathalie Baye, musa del icónico realizador François Truffaut, a la que él llamaba, con cariño, «mi pequeño soldado». Pues casi. Marta, apasionada de la naturaleza humana, de la danza y del arte de vivir y Goya a Mejor Actriz de Reparto por Celda 211 (2009), ha pasado de ser una niña que se disfrazaba con los vestidos de su madre a un nombre imprescindible. La hemos visto en Los últimos días, Lo imposible y Las 13 rosas, entre otras. Y acaba de presentar en el Festival de Málaga dos películas: Hablar, de Joaquín Oristrell (el director con el que debutó en Sin vergüenza, 2001), y la comedia romántica Sexo fácil, películas tristes, que ya se ha estrenado y en la que la acompañan Ernesto Alterio y Quim Gutiérrez. No para.

Has trabajado en más de veinte películas, has dirigido teatro y también has debutado en él como bailarina. ¿Significa eso que eres inconformista?
Soy inconformista, pero, sobre todo, muy inquieta. A medida que me hago mayor, me siento más capaz de probar cosas que tenía en la cabeza y el corazón. Ahora maduro la idea volver con otro espectáculo de danza. Pronto.

Cuando miras hacia atrás, ¿qué ves? 
A una persona que ha crecido y que ha estado a pico y pala en una profesión compleja que siempre le ha apasionado. Eso me convierte en alguien muy feliz.

¿Has dejado algún sueño en el camino?
No tengo esa sensación. Pero es que me gusta recibir la vida tal y como viene. Tomo lo bueno que me aportan las cosas y desecho lo malo sin pensar demasiado en ello.

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A lo largo de tu carrera has luchado por un principio: no aceptar nunca personajes femeninos que no existen.
Esa ha sido mi pelea, sí. El cine plasma muchas veces a una mujer que parece que no tiene vida ni conflictos y cuya misión es estar sólo de acompañante de. La mayoría de los personajes a través de los cuales se cuentan las historias son masculinos; no existe una igualdad real, y eso empobrece el cine y la vida. No defiendo una actitud sexista; de hecho, todos los istas me ponen los pelos de punta. Hablo de una postura que tiene que ver con el sentido común: contamos historias de la vida, y la vida está protagonizada por personas. Muchas veces, al ver un guión digo: «Yo quiero hacer el personaje de Pablo». «Pero si es un chico», me contestan. «Qué va», replico; «es una persona a la que le ocurre exactamente lo mismo que a mí».

¿Y has conseguido que te den el papel?
Nunca (risas).

'Sexo fácil, películas tristes' pertenece a la categoría de las comedia románticas. Como espectadora, ¿te gusta el género?
¡Nada! (risas). Bueno: nada no. Me gustan las de la década de los 40, las de los 90 y las de Woody Allen, que eran inteligentes, maravillosas, y reflejaban la guerra de sexos real: no somos tan diferentes, es todo una cuestión de matices.

¿Crees en los finales felices y en la idea de que el amor es para siempre?
Tenemos una imagen del amor bastante distorsionada, precisamente por culpa de las películas. La idea del príncipe azul y de que el amor es para siempre resulta muy dañina. En el amor hay subidones y hay bajones. Es de ingenuos pensar que existe la pareja perfecta. Las crisis, los errores y las caídas son las que te ayudan a madurar. Yo siempre he aprendido más de las equivocaciones que de los aciertos. El amor dura lo que dura. Y si eso lo sabes desde el principio, lo vives de una manera más sana y pacífica. Hay gente que ha mantenido relaciones tóxicas sólo como consecuencia de ese para siempre. ¿Que el amor dura hasta la muerte? ¡Genial! ¿Que dura diez años? Estupendo. Disfrútalo. Si esto se contase así, no se vivirían las rupturas como un fracaso. Porque no son un fracaso. Significa que todas las relaciones de vínculos fuertes hacen daño.

Tienes una vida profesional que te obliga a ir de un sitio a otro. ¿Te has planteado la maternidad?
Siempre he deseado ser madre. Y, cuando digo «siempre», me refiero a que quiero serlo desde que era muy pequeña. Es un deseo que sigo teniendo. En algún momento, espero que la vida me dé ese regalo. Pero a veces, a pesar de tus planes, el día a día te lleva por otros caminos.